Pasando el tiempo [libre]

No tenía nada que hacer, y para varear, vagaba sólo por aquellas mazmorras vacías. Nada interesante para hacer, ningún humano nuevo al cual torturar, ya conocía a todos en esas antiguas y deterioraras mazmorras. Los gritos de los presos se escuchaban desde cualquier parte de las mismas, retumbaban contra las altas y frías paredes de roca inquebrantable. Pero no tenía deseos de jugar con ellos, ninguno saciaba su sed de verdadera diversión…lo que Stefan quería era sangre fresca.

Su amo no había aparecido en todo el día, no podía reprochárselo, muchas almas nuevas habían llegado el día anterior y tenía que hacer su trabajo. A veces pensaba que Hades se esforzaba demasiado, pero enseguida comprendía que aquel era su deber como Dios, y era muy responsable en lo que a aquello se refería.

Se sentó sobre una roca que sobresalía de la devastada construcción y cerró los ojos, deleitándose con los gritos desgarradores de las almas humanas que rogaban en vano por perdón, el retumbar de las cadenas de herrero chocando otra los barrotes desgastados, los lamentos y sollozos que nunca cesaban. Definitivamente ese era uno de sus sitios favoritos, donde podía sentir, palpable y real, el sufrimiento de las almas humanas.

Sacó su pequeña daga jugando con ella entre sus dedos con aburrición, tan solo observando como el fino metal brillaba dependiendo en como pegara la luz en él. Se quedó muy quiero de repente, al percatarse de unos pasos que se acercaban hacía él, pudo distinguirlos de entre los otros sonidos y se alertó, pues allí normalmente no acudía nadie más. Apenas aquella figura dobló la esquina lanzó su arma clavándola en la manga de su ropa para detener su avance, sin siquiera ver quien interrumpía su soledad…

-Debe ser molesto que apenas doblar la esquina te ataquen, ¿no lo crees? -Observó con suavidad un niño de unos aproximados 10 años, sentado junto al otro chico con aquella daga que segundos antes había quedado encajada. Observó furtivamente al otro mientras que con su aire inexpresivo e indiferente observaba el arma que había atorado la túnica de uno de sus ángeles de la muerte hasta hacía algunos segundos.

Hizo entrega de esta como tal, levantando la mano pálida que mantenía las yemas de sus dedos en un extraño tipo de púrpura, sin lugar a dudas; un cadáver acabado de morir, quizás de alguno de aquellos que demasiado pronto habían forzado su entrada al limbo. Aquel chiquillo permaneció mirando al frente con semblante ido, cerrando los ojos por unos momentos hasta que dejaron de escucharse lamentos. No se escuchaba ni el crepitar del fuego, las corrientes de aire, las gotas de agua que caían desde lo alto; los gemidos o el arrastrar de cadenas, ni aún la respiración fingida por parte del cadáver infantil que, al abrir sus ojos, teía teñidas de un violaceo brillante sus orbes; mientras la más terrible oscuridad sumía el lugar, dejando únicamente visible el cuerpo del demonio a su propio dueño sin que este pudiese sentir las caricias de sus propias manos de llegar a frotarlas.

Cuando la aparente "luz" regreso, junto con todos los sentidos; los gritos fueron más desgarradores, el dolor había sido delegado al segundo plano, donde el terror de una inexistencia conciente o la existencia inconciente albergaba a las almas que sabían donde se encotraban por el hecho de su lastimosa eternidad llevada pero... y cuando caían en el crudo olvido como hasta hacía unos momentos.
-No lo olvides, siempre habrá cosas más aterradoras que la nada... por que mientras que el todo tiene nada, nada tiene todo; por lo tanto; es más agradable tenerlo todo a no tener nada, hijo mío.- Susurró aquel niño besando suavemente la mejilla del otro antes de caer pesadamente sobre su pecho como el muñeco inanimado que ha dejado de ser ocupado.

Tal obscuridad absoluta

¿Cuándo demonios había aparecido ese niñito allí? Siquiera había oído sus pasos, o sentido su aroma, aunque claro, no era aquel un ser humano común… era un cadáver. Tomó de entre sus dedos su arma predilecta y volvió a guardarla entre su ropa donde acostumbraba estar. Bien sabía que no se trataba de un cadáver corriente, ese niño sin duda estaba siendo poseído por su Amo. La escasa luz que iluminaba las mazmorras se apago de repente, y todo quedó en completo y absoluto silencio, siquiera podía escuchar su cadente respiración, ni el sonido de sus fluidos recorriéndole el cuerpo. Nada. Nada en lo absoluto, lo cual lo puso realmente tenso. No temía a la oscuridad, por el contrario la amaba…pero no era simple negrura, era… vacío. Soledad. Una oleada de tristeza lo embargo pero se mantuvo firme sin que su semblante se rindiera preso de esas emociones.

La oscuridad dejó de ser tan intensa y de a poco la “claridad” regreso permitiéndole a sus ojos captar las formas de las mazmorras nuevamente, y aquella delgada e infantil figura a su lado. Aquel cadáver de un niño que supo ser hermoso ahora le miraba con nula expresión. Entonces notó que no había sido sólo a él que las emociones se le habían vuelto tenebrosas, los gritos se oían mas desgarradores que nunca, los presos se sentían apabullados por ese terror sin nombre que sólo su señor era capaz de generar. Sus palabras le hicieron latir más rápido el corazón, pero mantuvo sus labios ligeramente fruncidos y permaneció mudo y muy quiero, hasta que aquel cuerpo sin vida cayó inanimado al suelo cuando hades abandonó su cuerpo.

Movió la cabeza buscándolo con la vista pues no debía estar muy lejos, no era la primera ni sería la última vez que se le presentaba con uno de esos cuerpos inertes de los que era ya dueño, aunque nunca había comprendido la razón de ello. Escuchó pasos cadentes en el pasillo de las mazmorras y regreso sus ojos profundos hacia allí, esperando verlo entrar.

-¿Cuanto tiempo habrás de permanecer en ese mismo sitio? -Observó con una suave voz, haciendo que el cuerpo nuevamente se incorporáse, con movimientos torpes, más propios para una marioneta o un juguete de madera creado para el teatro de máscaras. La cabeza se gira con pesadez hacía el otro y sus dientes crujieron cuando un hilo invisible le ordenó sonreír.

Así anduvo aquel autómata juguete hasta toparse con el titiritero original, quién lo recibió en brazos, acariciando dulcemente su cuerpo; entregándolo a los celadores para su conservación en el muro de los lamentos, quizás por que era el único sitio que conservaba los cuerpos intáctos y en buen estado para sus próximas jugarretas.

Cuando Hades levantó el rostro, dejó ver detrás de sí aquella aura vacía y densa, como la que se había experimentado hacía algunos minutos, su mirada era serena y profunda de un abismo sin fondo a la caída de la noche; sus labios se curveaban suavemente hacía arriba, pero sin dar una descripción exacta de si sonreía o tenía una mueca de sereno sarcasmo. Mas cuando miró delante de si a Stefan, se aproximó con majestuosidad y regio paso, acariciándole con su mano fría y pálida como el mármol la mejilla.

-Te he asustado con mis juegos,querido hijo mío? -Susurró suavemente con su gélido aliento perfumado a jazmín, que pierde su aroma antes de la salida del sol.