Un baño nocturno [libre]

A pesar de ser el Dios de la luz realmente adoraba las noches como aquella, donde el cielo estampado de millones de estrellas regalaba una visión tan hermosa que no podía apartar los ojos de los astros titilantes que apenas iluminaban aquel claro donde el amplio lago se mostraba como el mas bello espejo de agua del lugar. La luna redondeada y brillante brillaba con toda su intensidad, como una dama coqueta que se sabe bella e inalcanzable, pero que genera un desmesurado deseo de posesión.

A diferencia de otras veces, Zeus decidió tomar un baño en absoluta soledad. Tal vez encontraría compañía en el lago, tal vez no, no era algo estrictamente necesario para disfrutar de lo que la naturaleza le brindaba esa noche. Al llegar a la orilla se quitó la ropa con parsimoniosa lentitud, el tiempo era de su nula preocupación, y se notaba en sus suaves y quedos movimientos, en su manera de acomodar con prolijidad la ropa en un montón dejando a la vista de la dama de plata su esbelto y perfecto cuerpo tostado.

Anduvo con calma hasta meterse dentro del agua, sintiendo como el agua ligeramente tibia mojaba cada parte de su cuerpo, llegándole hasta la cintura ya bastante cerca de la orilla. Cerró los ojos y exhaló tranquilo concentrándose en los sonidos del bosque a su alrededor, los pájaros que daban la cena a sus pichones en los nidos, los mamíferos acurrucándose en sus madrigueras para dormir, incluso los pegajosos gusanos retorciéndose en la tierra en busca de humedad y alimento. Nada se le escapaba, por lo que percibió con claridad cuando finalmente se presentó una inesperada compañía…

En las noches frescas, claras y estrelladas. Akakios solía salir de lo más frondoso del bosque para tomar un baño bajo la luz blanca de la luna en su forma humana en aquel lago. Por entre la vegetación avanzaba, silencioso y ligero como una pluma, con pasos elegantes dignos de un príncipe, un príncipe derrotado que se traga su orgullo ateniéndose a lo inevitable. Al pasar tan majestuosa criatura, hasta los animales parecían callar como si de la presencia un dios se tratase la suya, mas nada más lejos de la realidad. Dentro del cuerpo de tan puro animal se encontraba la esencia corrompida y simple de un humano.

Apenas eran audibles las pisadas de aquellos cascos tan pulcramente cuidados por las ninfas sobre la hierba húmeda, de un color verde brillante aun siendo tan de noche. Entre los árboles asomo una cabeza de pelo plata cubierta por crines blancas como aquella luna, adornadas con flores multicolores. Y, en medio de la frente, un cuerno. Estaba comprobando si estaba solo, pero resulto que no.

Dentro del lago, había un hombre.

Dudo un segundo que hacer. Su instinto le decía cosas contradictorias. Lo primero era que debía salir corriendo a toda velocidad en dirección contraria, pues no debía mostrarse a ningún humano. Sin embargo, conviviendo entre los seres del bosque había aprendido cuando algo era humano y cuando algo era divino. Y aunque nunca había visto a un dios en persona, lo que le quedaba claro es que no era una persona normal y corriente.

Por eso, se acerco despacio, quizás algo temeroso. Doblo una de sus patas y la apoyo, y la otra la mantuvo en el suelo. Agacho la cabeza. Estaba haciendo una reverencia.

Aquella hermosa criatura apareció de entre los árboles, su pelaje de un blanco perfecto parecía incluso brillar cuando los rayos lunares rebotaban en él. Pensó que era un ser realmente hermoso y cuando le vio inclinarse ante él en una respetuosa reverencia apoyó un codo sobre el pasto de la orilla sin salir del agua y acerco la mano derecha a su crin abundante y sedosa para hacerle una caricia. Bien sabía que no era un demonio, mucho menos un Díos, una criatura mestiza, que pasaba sus días en los bosques vagando sin una razón, sin un objetivo. Sus dedos pasearon por esa larga y sedosa cabellera mientras le sonreía con su acostumbrada amabilidad.

Sabía de la existencia de los llamados Unicornios, pero nunca había tenido el placer de ver uno delante de sus ojos. Dijo sus ojos de un profundo e intenso azul sobre los de la bella criatura, buscando en su interior a aquel humano atrapado en un cuerpo que no era el propio. Le entristeció lo que vio en él, soledad, desesperanza, miedo.

-No te haré daño –le prometió con aquella voz melodiosa propia del mismo Zeus que con sólo oírla las criaturas se tranquilizaban y cedían a sus encantos. Se sentía dichoso por aquel inesperado encuentro. Apartó su mano de sus cabellos y recargó el rostro en la palma de la mano que antes lo acariciaba para dedicarse a observar como el animal se incorporaba de nuevo en sus cuatro patas.

Aquellas caricias resultaban ciertamente agradables, y el muchacho unicornio disfrutaba con los ojos cerrados, ladreando la cabeza casi sin darse cuenta. Las finas manos de las pequeñas deidades femeninas del bosque no tenían nada que ver con aquellas, pero no le disgustaba en absoluto el cambio, pues acariciaban sus crines con la misma delicadeza.

Al verle directamente a los ojos, cualquier duda sobre su identidad quedó disipada, o al menos le quedó claro que era un dios de los poderosos. De esos a los que solía poner ofrendas en el templo. Le atacó la melancolía. Cuando el dios habló, supo enseguida que se trataba del rey de los dioses, el gran Zeus. Solo su voz sirvió para tranquilizarle y, a la vez, darse cuenta del poder que poseía. Agachó la cabeza una vez más, estando de pie.

Pensó que sería demasiado atrevido adoptar forma humana para bañarse. Sobretodo porque como uncornio, valía, pero una simple persona no podía ir a presentarse así de buenas a primeras frente a un dios. Ese era su punto de vista.

Siguió con las suaves caricias en la crin del animal, que era tan larga que cuando bajo la cabeza rozó el césped húmedo y brillante. Era realmente bello, su pelaje de un perfecto e inmaculado blanco brillaba por si mismo, aquella criatura lejos de ser un monstruo era una maravilla de los Dioses. Llevó luego la mano al cuello del animal y le dio unas palmaditas cariñosas, pues aún lo notaba algo tenso y deseaba que se calmara. Nunca le habían importado mucho los asuntos de “respeto”, no sentía que se lo faltara por mirarle a los ojos o presentarse allí.

-Eres precioso, en verdad –le dijo con voz suave y armoniosa, casi musical, aquella voz que siempre calmaba a los animales pues tenía un modo particular de entender y comunicarse con la naturaleza. –No tengas miedo de mostrarte, puedes bañarte conmigo si quieres –agregó luego apartando su mano, y acomodándose de modo de apoyar la espalda contra el borde del lago viéndolo de reojo. Deseaba conocer su forma humana, se preguntaba como se vería en realidad…

Si hubiese estado en su forma humana, sin duda alguna se hubiese sonrojado. A menudo las ninfas le decian que era bello, pero nunca otras personas, sobretodo porque nunca se mostraba ante alguien que no fueran ellas.

Le daba algo de verguenza mostrarse como un humano, porque el mismo pensaba que tenia un aspecto bastante mas lamentable que como animal. Ademas, entonces podria hablar, y dado que no estaba acostumbrado, seguro que si le preguntaba algo tartamudeaba, se le trababa la lengua, o no se le ocurria como expresar una idea con palabras. De todas formas, si el se lo habia dicho, entonces lo haria.

Se separo un poco de el y el pelaje claro del unicornio desprendio una tenue luz, que fue suficiente como tapar todo su cuerpo momentaneamente, y esta fue cambiando de forma hasta que, al apagarse, aparecio un joven en su lugar. El pelo plateado le caia sobre los hombros hasta media espalda, y tenia enganchada en el una flor, y sobre su cuerpo llevaba una tunica, quizas algo grande para tan menudas proporciones, que dejaba adivinar el palido color de su piel.

Hizo una pequeña reverencia mirandole de reojo y luego apartando la mirada rapidamente, timido, y se quito aquella prenda de ropa que llevaba para meterse en el agua algo mas calmado, con movimientos elegantes y delicados. El agua le llegaba por el cuello, era bastante mas bajo que el dios.

Desde su cómoda posición apenas reclinado contra el borde suave del lago observó como el cuerpo del caballo destilabas una luz suave pero lo suficientemente potente como para ocultarlo de su vista mientras se producía la transformación. Cuando pudo volver a observarlo había cambiado por completo, era un muchacho no muy alto, delgado, y de bellas y delicadas facciones. Ningún rastro quedaba ya de quien había sido segundos altos, salvo por su laga cabellera plateada que guardaba una gran semejanza con la crin sedosa del animal. La flor colorida en su cabello le daba un aspecto dulce y aniñado, y aunque su expresión delataba algo de incomodidad y nerviosismo pensó que era un humano particularmente bello.

Lo siguió con la mirada, con discreción, observando sus movimientos cuando se metió dentro del lago, notando que al llegar a su lado el agua le llegaba a la altura del cuello, recién ahí se percato de que la diferencia de altura era bastante. Apoyó una mano sobre sus claros cabellos y los revolvió despacio y de forma cariñosa. –Dime, ¿Cómo te llamas? –quiso saber curvando sus labios en una amistosa sonrisa mientras lo miraba. Se lo veía tímido, sumiso, inquiero con su presencia, no se creía tan intimidante, pero seguramente si lo era para un pequeño humano que había crecido escuchando historias sobre aquel Dios.

Aunque el agua estaba cálida, sintió un escalofrío con aquella caricia. Se sentía muy diferente estando en su forma humana. Pensó que seguro se debía a que era mucho más vulnerable y frágil así que siendo un unicornio. Cerró los ojos y disfrutó de aquel roce.

Cuando preguntó, las orbes plateadas del menor miraron a las contraria, más oscuras. Pudo verse a sí mismo reflejado en sus pupilas, y se sobresaltó tanto que dio un bote hacia atrás, sorprendido por su propio aspecto. La última vez que se había visto era diferente, mucho más... pequeño. Dándose cuenta de semejante estupidez que había hecho, se puso rojo como un tomate maduro.

Se quedó unos minutos en silencio, con la cabeza baja, debatiendo en su interior el sentido del deber que le decía que debía responderle y aquella vergüenza que tenía metida en el cuerpo y que le impedía mirarle de nuevo. ¿Por qué sería tan torpe?

Levantó finalmente la vista y murmuró, con voz suave y angelical:

- Akakios, señor.

El jovencito de repente pareció asustarse por algo que vio en su rostro y dio un salto hacia atrás como si su contacto le hubiera dado una descarga eléctrica. Algo anonadado miró primero su mano y llevó después la misma a su rostro buscando por si tenía algo extraño que hubiera podido asustar al menor. No se consideraba alguien intimidante, no al menos que se lo propusiera, y ahora estaba tranquilo y de buen humor, sus ojos no podían reflejar más que bondad, por eso la reacción del pequeño lo sorprendió bastante. Se llevó una mano al cuello algo apenado haciéndose un suave masaje, tal vez se había tomado desasidas confianzas, después de todo no lo conocía y podía ocurrir que al otro lo asustara o molestar el contacto de su mano.

Así era Zeus, solía ser suave y cariñoso con quienes le agradaban a primera vista, pero esto no siempre caía bien, y aunque no estaba acostumbrado a un rechazo tan brusco y por un simple toque de cabello, tampoco podía molestarse por algo así. Vio que la cara del pequeño metamorfo cambiaba al color de una manzana fresca y jugosa y la sonrisa habitual volvió a iluminar el rostro del Dios.

No comprendía muy bien a que se debía tanta vergüenza, después de todo no le iba a hacer ningún daño, y siendo mitad unicornio el pequeño debía poder percibir la calma en el ambiente, tal vez era demasiados desconfiado, o ya algún díos había jugado con el en el pasado.

-Tienes un precioso nombre, Akakios, te sienta perfectamente- lo elogió con suavidad inclinándose un poco frente a él para llevar el rostro a la bonita flor que le adornaba el plateado cabello, haciendo que su melena dorada cayera por sobre sus hombros mientras su nariz se movía un poco al captar el aroma dulzón de la flor. -Zeus... -agregó luego presentandsoe, al recordar que no lo había hecho, dando por supuesto que el otro debíoa conocerlo, cosa que no era obvia.

De no haber estado ya completamente rojo, aquel comentario le habría hecho sonrojar Susurró un tímido "gracias, señor" sin levantar la cabeza, mirando su propio reflejo en el agua. Akakios era especialmente tímido y, aunque los halagos no le incomodaban, él no sentía que los necesitase, pero, de todas formas, los aceptaba gustoso, más viniendo de aquel hombre tan frustrantemente bello que los merecía mucho más que él. Algunas ninfas afortunadas le habían hablado de lo hermosos que eran los dioses, pero aquella era la primera vez que veía a uno de ellos, y sin duda tenían razón.

En la superficie del agua, como si de un espejo se tratase, vio como Zeus se acercaba a su flor y la olía, sonrió levemente. Cuando se presentó, sus sospechas acerca de su acompañante se vieron confirmadas.

Miró los rubios cabellos del dios. Parecían suaves. Y, además, como siendo humano su piel era menos dura y su tacto más sensible, le gustaba tocar cuantas cosas podía. Extendió la mano hacia las doradas hebras y las acarició, viéndolas deslizarse entre sus finos dedos con tacto de seda, que casi no parecía de verdad. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, apartó rápidamente la mano.

- L-lo siento, señor... - musitó, bajando la cabeza y cerrando los ojos para no verle por el reflejo.

Su actitud tímida le resultaba muy tierna, se preguntaba si estaba intimidándolo, por eso procuraba en todo momento ser suave, hablarle tranquilo y no hacer movimientos bruscos, sabía que los unicornios eran criaturas temerosas y lo último que quería era asustarlo. No parecía estar muy acostumbrado a relacionarse con otras criaturas, y menos con algún Dios, se lo notaba tenso y nervioso, y se preguntó como podría hacer que se tranquilizara…Cuando el jovencito finalmente levantó la cabeza noto como tocaba sus cabellos con sumo cuidado y delicadeza, como si fuera hacerle daño con el simple roce de su piel con sus hebras doradas, cerró los ojos agradado por la caricia y lo volvió a mirar al notar que estaba disculpándose.

-En primer lugar, no me llames “señor” me hace sentir viejo.. y aunque lo soy, no lo aparento ¿verdad que no? –le guió un ojo con una sonrisa juguetona, mas que nada para que se relajara y notara que podía tratarlo con mas confianza, no era de esos Dioses que pensaban que humanos y otras criaturas eran inferiores, por el contrario pensaba que podía aprender de cada ser sobre la tierra. Le dio un golpecito cariñoso en la nariz sin que su sonrisa desapareciera y le acomodó mejor la flor del cabello.-Puedes llamarme por mi nombre, y yo te llamare por el tuyo, ¿te parece bien?