Alta mar

Aurus no emitió ni una sola palabra, se limitaba a mirarlo, por culpa de aquel chiquillo era proscrito en Atenas, estaba enfermo y de nuevo Orión había sufrido algunos desperfectos que lo pondrían al borde de la ruina, todo había sido mala suerte desde que subió a bordo de su nave. Lo había tratado mejor que a otros esclavos, le había enseñado a hablar e incluso pensó que podía llegar a encariñarse con él, en cierto punto lo había hecho. Pero Alcione no sabía ni agradecer, jamás había dicho gracias, ni siquiera por la comida que recibía, no entendía los sentimientos complejos, dudaba que llegara a hacerlo jamás, solo entendía el hambre, el orgullo y el juego, nada más, ni siquiera compasión, placer o muestras de cariño genuinas porque todo lo imitaba, sí, incluso los besos.

Pero fue hasta su esquina, no iba a romper la palabra de Anfitrión ni la suya propia, al final, por estúpido que pareciera solo quedaba su retorcido sentido del honor. Lo escrutó, ladeando el rostro, Aurus estaba muy pálido, continuaba enfermo y había adelgazado en pocos días pero sobrevivía. Alzó las manos y se despojó de la gargantilla de oro, dejando ver la marca que rodeaba su cuello, Alcione le salvó la vida y eso merecía algo al cambio, no quería quedar en deuda con él.

Adelantó las manos, sin importarle si lo mordía y se la colocó en el cuello, era la figura de una serpiente que se mordía su propia cola, se la cerró y se separó para regresar a su camarote. No vería como Alcione partiría de su barco.

Dejó aquel trozo de pollo que comía y miró a Aurus. Posteriormente cuando este se fue, dejó de comer, se sentía lleno de repente; a´si que se puso a ver que le había puesto, tratando de arrancárselo con las uñas, gruñendo y abriendo la boca para morder la pieza de oro, pero simplemente no lo conseguía.
-No quita... no quita... -se quejaba molesto, arañándose el cuerpo con las largas garras con tal de zafarse de aquello, comenzaba a asustarse, tenía justas razones para estar lleno de pánico. Para la noche en que todo quedo sumido en sombras, todos sabían que Anfitrión trataría de liberar a Alcione y por supuesto que nadie lo detendría, preferían lidiar con el carácter humano que con la furia inmortal de una bestia. Por ello, el hombre calvo entró aquella noche en el camarote del esclavista y echándole una frazada gruesa al chico, le hizo levantarse; extrañándose de por que toda la comida estaba allí sin haber sido tocada.
-Ya no comer...-Explicó el chico mientras caminaba torpemente hacía cubierta, donde todo estaba oscuro y sin vigilancia, sin duda alguna; de quienes les estaban ayudando.

Anfitrión llevó a Alcione hacía la barquita, lo subiría y bajaría esta, dejándolo a su suerte; ya que mañana arribarían con seguridad en Tracia, sin embargo, a medida que se acercaban a la orilla, el chico iba volviéndose cada vez más pesado.
-¿Pero que ocurre contigo?
-No salir... -Gimió el chico poniendo las palmas de las manos sobre la nada, como si un grueso muro de piedra le impidiera la salida.
-No juegues, ¿quieres que nos descubran?
-¡No salir! -Gritó desesperado y comenzó a rascarse el cuello gimoteando como la cría de una ballena, solo que esta vez sus dedos no se alargaron, continuaron siendo los de un chico.
-El capitán es un hombre de temer... -Susurró haciendo una señal de mal de ojo sobre el cuello del chico donde había visto las heridas de las garras, que habían cortado la piel dejando puntitos de sangre que habían escurrido, chorreando sobre aquella gargantilla.-Mira que mantenerte preso a pesar de las desgracias que has traído, ya no sé si es peor para ti o para él...

Y es que entre los marineros existía la creencia de que cuando a una Sealkie se le robaba la piel, esta estaba obligada a convertirse en humano y vivir con el ladrón cumpliéndole deseos hasta que este le devolviese su piel; lo mismo para una sirena, cuando era atrapada; con obsequiársele una prenda de oro, esta estaba obligada a servir y a vivir a quién le obsequiase dicha joyería; pero Alcione, aunque no era una sirena -cosa que anfitrión confundía- había sido cautivo por tener no solo una amarra alrededor del cuello* sino el simbolo de la serpiente; lo que le impedía no solo marcharse y ser prisionero del esclavista; sino que no podría regresar a su forma de bestia; y aunque las tres leyendas mencionadas tuvieran relación al mar, también tenían relación en una cosa, no podrían tomar su verdadera apariencia -aún después de ser liberadas- hasta la séptima corriente, la cual ocurría cada siete meses y Alcione llevaba apenas tres desde que llegó del mar.

-La crueldad del capitán no tiene límites.-Se resignó Anfitrión devolviendo al chico al camarote. No estaba rompiendo su palabra ni Aurus tampoco, pues Alcione había aceptado aquella atadura sin rechistar, dejándose colocar la gargantilla alrededor del cuello y estaba forzado a obedecer las leyes de Poseidón. No había entonces pecado, no existía el castigo.

Los que despertó a Aurus de sus sueños enfebrecidos fue el sonido de los muelles de Tracia, Orión había llegado, contra todo pronostico, intacto y sin ningún tripulante menos, con toda su mercancía y aún con el palo mayo de la nave. Se escuchaba los gritos de las gaviotas en el aire, las rudas voces de los marineros que se llamaban los unos a los otros, las conversaciones de los mercaderes con los capitanes de las naves y las olas batiendo contra las maderas de las naves. Abrió los ojos y miró al techo, se sentía enfermo todavía pero más que enfermo era que estaba todavía irritado, anoche, antes de quedarse dormido de puro agotamiento no pudo evitar hacer un repaso de sus cuentas; ¡y estaba perdiendo oro!

Le importaba muy poco o nada haber tenido a un ser inhumano a bordo, que lo hubiera atacado un calamar apestoso y gigante, que los sacerdotes de Poseidón de Atenas se la tuvieran jurada y lo maldijera o que Sulimán estuviera en sus bodegas y hubiera prometido ante los dioses sacrificar a Aurus. Pero perder oro..perder oro..eso le subió la fiebre hasta el punto que Anfitrión tuvo que quitarle los pergaminos de sumas y restas entre los dedos cuando el esclavista comenzó a arrugarlo y parecía a punto de sufrir un desmayo.

Inspiró y le dio una patada a los cobertores, por lo menos ya no sentía las nauseas de los días anteriores ni le daba la impresión de que su cabeza fuera a estallar. Despacio se puso en pie, estaba más esbelto pero su cuerpo comenzaba a recuperarse y su piel ya no tenía aquel horrible tono amarillento. Dando unos ligeros tumbos fue hasta la puerta de su camarote y la abrió, sonrió cuando el aire acarició su rostro y ante él se reveló el espectáculo de los grandes muelles de Tracia, el lugar donde nació esclavo.

Paseó la vista por la cubierta y de repente se quedó helado al reconocer una cabellos malvas y una pequeña pero exquisita figura. ¿Qué estaba haciendo allí?-¡ANFITRIÓN!-rugió y luego tosió.

El marinero fue hasta él, preocupado-¿Capitán?

-¡¿Qué hace esa cosa aquí?!

-¿Capitán?-Anfitrión estaba muy confundido-pues vos lo hicisteis-había un tono de reproche en la voz-fue..fue algo cruel.

-¿Cruel?-Aurus no sabía de qué diablos le estaba hablando. Apartó a un lado a su timonel y caminó hacia Alcione, encolerizad, a pesar de su debilidad, sentía que una fuerza horrible se extendía por todo su cuerpo.

Agarró Alcione por la gargantilla que él mismo le colocó, separando sus pies de la cubierta y lo pasó por encima de la borda, logrando colgara sobre el mar como un muñeco.

-¡Capitán!-Anfitrión le apretó la muñeca.

-¡¿Qué haces aquí?-siseó Aurus, moviéndolo con fuerza, sin importarle si le hacía daño-¡Si no eres un esclavo no puedes estar en esta nave! ¿Por qué no te has ido? ¡Responde!

Anfitrión le había dejado muy en claro que ahora, por llevar aquel collar, era esclavo oficial y absoluto de Aurus, y que si conocía las leyes del mar y respetaba a Poseidón; no podía negarse a obedecerle, por ello, debía permanecer en el barco como lo dictaba el contraqto hasta que el esclavista le diera la libertad... Sin embargo, al ser su esclavo, ya no era su invitado oficial, siendo que ya no era una sirena, sino un humano común; al menos por ese tiempo, así que debía ir en el camarote de los esclavos, por consiguiente, ayudar en los deberes que esto implicaba y otras cosas, como el respeto a los otros marioneros.

Por supuesto que algunos se habían encariñado, otros tantos le tenían ganas; y para aquellos que le temían, podía decirse que era su turno de desquitarse, pero Anfitrión se los había prohibido, ya que de nueva cuenta; pertenecía únicamente a Aurus. Lo que quizás le había ayudado era que, aunque no podía recupoerar su forma original, el clima continuaba estando a su servicio; por ello nadie se metía con él. Desafortunadamente apenas y podía comerse medio pollo, o incluso solo un pez por comida; cuando Anfitrión lo forzaba a comer más de la cuenta creyendo que estaba desnutriéndose, acababa vomitando y sintiéndose malo.

Por ello había pasado aquellos días durmiendo todo lo que podía, o sin comer, recuperándose del horrible dolor de estomago; sentando en el sol frente a cubierta, hasta que quedaba con el calor subido a la cabeza y el calvo obeso debía bajarlo, bañarle con agua fría y tenderlo a dormir. Entonces, mientras más tiempo permanecía allí, mas rencoroso se iba volviendo por la forma en la que lo habían engañado para retenerlo, pensando y pensando que era el esclavista quién tenía la culpa. Posteriormente, cuando vio salir a este de su camarote e inmediatamente atacarlo, no supo como reaccionar, pues nada era el monstruo que lo atacaba a la persona que conocía, así que se encogió, por el dolor, sintiendo como la cadena esa le irritaba el cuello; el borde de Orión cortándole la espalda y la presión sobre su garganta que le dejaba sin aire, incapaz de hablar. Forcejeó con el esclavista para liberarse, sintiendo como su estomago bullía un líquido que quemaba, sus ojos estaban cargados de un odio profundo y asesino; pero sus manos le eran inútiles.

Anfitrión empujó con fuerza a Aurus, liberando al chico de su agarre, quién cayó de rodillas, tociendo y vomitando bilis solo por la rabia que había pasado.

Aurus jadeaba, retrocedió, notando que sus manos estaban temblando, mirando como Alcione estaba vomitando sobre la cubierta, la fiebre mantenía todo caliente su cuerpo, le dolía de nuevo la cabeza. No entendía por qué estaba allí, le había dado su liberta, era libre, no lo quería en su nave. No deseaba tener apego de nuevo por él, no quería sentirse débil ni vulnerable y luego tener que hacer algo mil veces más terrible para volver sentirse fuerte e indestructible.

-¿Por qué no se ha ido?-miró a Anfitrión y éste enrojeció por el escrutinio de los dorados orbes, eran despiadados y prometían un castigo si no encontraba una buena explicación por haberlo interrumpido y haber osado poner su mano sobre él a la fuerza.

-Por eso-señaló la gargantilla de oro en forma de serpiente.

Aurus inspiró, tratando de pensar, fue hasta Alcione, se arrodilló y le hizo alzar el rostro para que lo mirara. Estaba intentando recordar todas las leyendas que conocía sobre los seres marinos, sobre las promesas, las ataduras y las reglas de los dioses. Posó sus ojos de nuevo sobre la gargantilla, puede que aquello se hubiera convertido en la cadera para Alciones y que ahora fuera suyo…¿suyo para qué? Aquel ser lo enfurecía y al tiempo se comportaba de forma salvaje…¿tendría que luchar con él a cada hora del día?

Puso los dedos sobre el collar de Alcione pero sin abrirlo-¿Me odias?-lo sabía, lo leía en sus ojos-odio..-musitó..¿conocía esa palabra? Se inclinó y lo besó en la boca, esperando que lo mordiera.

Negó con violencia, alejando el rostro inmediatamente del esclavista, incluso antes de que sus labios se atreviesen a profanar el interior de su boca; no quería besos, no de esa persona, aunque los esclavos estuvieran acostumbrados a besar a los mas pequeños a la hora de dormir, no deseaba ser besado por él. Su cuerpo estaba frío y su cabeza demasiado caliente, pero aún así, aunque un pequeño hilo de saliva escurría de su boca; sus ojos no se despegaban de los de aquel hombre, siguiendo sus movimientos como una serpiente que siente que va a ser agredida... por ello, le escupió al rostro, permaneciendo inclinado para lanzarse a morder su cuello, o lo que pudiera hacer con esa boca inútil.

Siseó a medida que se alejaba, arrastrándose, a gatas, hasta estar algunos centímetros fuera de su alcance, mientras que el marinero observaba atónito la escena. Quiso abofetear a Alcione por su acción, pues incluso para otro subordinado que se atreviese a tal; aquello significaba un severo castigo, pero al mismo tiempo podía comprender que el chico había perdido su libertad de la forma mas vil -como muchas sirenas- después de haber salvado a un humano.
-Capitán, ¿que le parece si baja a ver que hay de nuevas mercancías? Yo aquí me encargo de castigar a esta pequeña bestia, usted sabe; si se escapa y todos le ven en Tracia con su collar, no irá a ningún lado y se lo regresarán. -Replicó con una sornisa forzada sintiendo la urgencia de largarse de allí y dejar al chico a su suerte, en lo que iba a visitar a unas rameras; pues estando tanto con el juguete de Aurus le habría el apetito y el chico le era simpático.

Aurus no se movió, la saliva goteó por su rostro, éste se quedó desprovisto de toda expresión-no, habrá castigo para él-fue hasta Alcione y lo cogió por el collar mientras lo arrastraba por la cubierta, todos los marineros se voltearon cuando vieron pasar al esclavista que se dirigía al palo mayor donde habían unas cadenas.

-¡Capitán, por favor!-rogó Anfitrión, muy pálido.

-¡Silencio!-lo ató al mástil y mandó a un marinero a buscar su látigo-Ve a comprar las mercancías, salimos cuando se ponga el sol-le abrió la túnica por detrás, dejando ver el blanco torso-si no sabes respetarme, aprenderás-le indicó Aurus con una voz carente de emoción, gélida como el mismo invierno.

Cogió su látigo, lo calibró, lo alzó y este cayó sobre la blanca piel, abriéndola, iba marcarlo por completo, desafiarlo a él solo tenía que significar dolor y Alcione lo aprendería por las malas.

(escena cerrada)