Venta de esclavos

Cacius era un enano, vestido con ropajes chillones que intentaban disimular la gran joroba que deformaba su espalda, estaba calvo y su rostro se había contorsionado en una eterna mueca que desviaba los anchos labios hacia la derecha de su rostro poco agraciado, en su cuello lucía su collar de esclavo pero éste tenía muchos cascabales que tintineaban a cada uno de sus pasos. A pesar de su grotesco aspecto nadie se reía ni se metía con él porque era el asistente personal de Aurus Nicanos, el traficante de esclavos más conocido en Atenas, sus esclavos eran conocidos en toda Grecia.

Cacius prefería ser su esclavo a que lo trataran como un animal aún recordaba como su último amo lo había tenido atado con los perros y le tiraba piedras cuando estaba aburrido, contento de escuchar los gemidos pidiendo piedad de Cacius.

Resopló y entró corriendo en la taberna, todo su rostro estaba cubierto de sudor, miró en todas direcciones hasta que dio con la persona que andaba buscando. En una esquina, con las largas piernas sobre la mesa, estaba Aurus, su amo. Éste estaba bebiendo directamente de la jarra de vino, tenía el pecho bronceado y musculoso al descubierto, lucía una gargantilla de oro, sus castaños cabellos estaba adheridos a sus pómulos y sus ojos dorados relucían en la penumbra. Su ombligo asomaba descaradamente sobre sus estrechos pantalones de cuero y movía sus dedos en sus sandalias.

-¡Amooo!-Cacius fue corriendo hasta él.

-Mi buen Cacius-emitió una fuerte carcajada de júbilo, se inclinó y le rodeó los hombros al enano-¡Bebe conmigo, viejo!-le dio un sonoro beso en la mejilla porque le tenía aprecio, porque era suyo y porque le daba la gana.

-¡No es momento de beber!-Cacius le arrebató la jarra-tienes una venta en el mercado, ahora mismo.

-¿Venta?-Aurus intentaba recuperar su preciosa jarra de las manos de su siriviente-¿Qué venta?

-La venta de esclavos de menos de catorce años-comenzó a halar de él, su amo se tambaleó-estás borracho.

-Solo un poco, no grites--Aurus era un hombre alto, elegante, en su cadera derecha colgaba su temible látigo-ahhh..sí, esas preciosas criaturas de blancos muslos y cuellos de alabastro, debí quedarme con uno-casi se cae de espaldas pero se recuperó y comenzó a salir de la taberna solo porque Cacius halaba de él.

El oro... aquellas piedras doradas que él había encontrado enterradas cerca del campo donde pastaba Clementina había causado gran revuelo en el mercado, ya que de súbito, todos se mostraban muy amables y condescendientes con él. Morfeo no quería vivir con los humanos ni ser como ellos, solo que había ciertas cosas de los mismos que ignoraba y por ello necesitaba que algunos le enseñaran algunas cosas; sin ese aire de suficiencia que tenía ese médico que le había reprendido por robar a Clementina, ni burlon, como el granjero a quién la había hurtado.

Por lo tanto, dos escribas le habían acompañado al mercado, donde tenía su auge la venta de esclavos. Llevaba sus largos cabellos atados en una coleta baja, sus ropas habían sido cambiadas por túnicas de la gente principal romana, así como sus alpargatas bien anudadas a las piernas. Llevaba aros y brazaletes de más oro, algo curioso; entre otras joyas que pendían de su cuello y por todo adorno, una media tiara de perlas que solo los hombres de los altos puestos portaban, o al menos sus amantes. Fue acomodado entre los almohadones, se le sirvió vino de la mejor categoría, que rechazó con desprecio y en su lugar fue sustituído por zumo de naranja y algunos bocadillos dulces.

-El amo esta cerca, yo iré a buscarle.- Había escuchado decir del otro lado de la cortina, un interminable y atractivo sonido que le picaba la curiosidad y quería saber que era; pero no le permitían incorporarse, entre susurros de que debía elegir de tal o cual categoría. Para tener buenos sirvientes, los escribas habrían de aconsejarle, mientras que él solo debía quedarse sentado entre aquellos tules y velos coloridos, refrescado por el abaniqueo de dos negros enormes escasamente vestidos que no le quitaban la mirada de encima; observándole con curiosidad y encanto, y es que, vestido de esa forma tan sencilla pero sensual, resultaba arrebatante.

Se fue haciendo un silencio solo roto por los murmullos de los asistentes a la venta, la mayoría eran nobles de la ciudad, acompañados de sus propios sirvientes, eran de los pocos que podían permitirse pagar los precios que Aurus pedía por la selecta mercancía que vendía en Atenas y que con tanto esfuerzos había conseguido.

En la tarima de madera, por encima de los asistentes, apareció Cacius, grotesco, deforme, dio varias volteretas y luego se inclinó con una inesperada elegancia, agitando sus cascabales-Mi amo, el honorable Aurus Nicanos-presentó con cierta pomposidad.

La cortina se apartó y Aurus hizo su aparición, inclinó la cabeza aunque se tambaleó un poco, sus dorados ojos examinaron a su público, satisfecho de ver vestiduras que señalaban a muchos como ciudadanos de alto estatus. Sonrió, la gargantilla de oro disimulaba la sombra del cuello, la cicatriz que le dejó su propio collar de esclavo.

Se paseó por la tarima con la elegancia de un bailarín consumado, con gracilidad, su cuerpo esbelto, marcado, brillando bajo el sol y sus castaños cabellos agitados por la brisa que corrió por el mercado.

-¡Estimados señores, honorables ciudadanos!-se inclinó-Sean todos bienvenidos y la bendiciones de los dioses caigan sobre vuestras cabezas-"y vuestro oro en mi bolsa"

Hizo un gesto y condujeron a la primera mercancía de la mañana, era un chica, de apenas trece años, vestidas con túnicas rosadas y transparente que mostraban su bello cuerpo, larga cabellera oscura y ojos dulces yn grandes. Tenía un collar de plata con su cadena de plata, Aurus la cogió entre sus dedos.

-Esta beldad es de Creta-le rodeó la cintura con una mano, acariciando, calmándola-es bailarina y masajista-sonrió-sabe cantar y cientos de leyendas que aliviaran vuestras noches de insomnio-le hizo dar una vuelta sobre su eje-¡Comencemos con cincuenta monedas de oro!

-El señor debe ofrecer sus monedas si quiere a la muchacha. Este juego se trata de que, aquel chico que le agrade, usted deberá pagar por ellos el precio más alto que todos.- Le aconsejó uno de los escribas, inclinándose al oído de Morfeo, quién miraba con ojo crítico a la chica. Era muy bonita, delicada pero muy frágil y dudaba que hubiese tratado con una vaca, muy por el contrario, estaba seguro que Clementina fácilmente la enviaría lejos de una patada. No quería un esclavo sino un trabajador y le pagaría por cuidar a su vaca siempre y cuando le proporcionará aquella deliciosa leche o supiera hacer quesos para rellenar con ellos las uvas o las aceitunas como había visto en el Olimpo. Miró a aquel sujeto, alzando una ceja con extrañeza. Apestaba a vino, y no es que anduviese olisqueando en el aire; simplemente le era tan insoportable el olor a vino que no podía ni olerlo.

-Pienso que al caballero le deben agradar mas los mozos que las chicas, ¿me equivoco?- Inquirió otro de los escribas, observando como un precioso jovencito de rizos dorados era el siguiente una vez que un anciano de unos 80 años eligiese para sí a la chica y comenzara la puja con otro más joven pero igualmente lascivo. Morfeo asintió, murmuró que necesitaba un joven un poco mayor, robusto y que tuviera algún conocimiento en animales, quizás para granja; donde se pudiera emplear. Clementina necesitaba un chico cuidadoso, ya que él conocía muy poco sobre el asunto y tewmía que Clementina le metiera un buen golpe por tratarla inadecuadamente. Todo esto, en referencia a la vaca, más como no se especificó, aquellos mercaderes comenzaron a hacer alarde en voz alta de las peticiones que su joven amo tenía para con la compra que deseaba realizar.

Aurus arqueó las cejas al escuchar como iban ascendiendo las pujar por aquel chico delicados de dorados cabellos, uno de los nombles de la ciudad, conocido por tener amantes muy jóvenes estaba poniendo todo su esfuerzo, hasta el punto de golpear ligeramente a su administrador en el hombro para que ofreciera más por el muchacho cuando Aurus insinuó que no había estado ni con hombre ni mujer alguna, lo cual era completamente falso pero él vendía la ilusión de que lo que se estaba adquiriendo era único y exclusivo.

Su enorme sonrisa se amplió cuando escuchó una cantidad que pasaba todas sus expectativas, sus ojos buscaron al hombre que pujaba y parpadeó, ¿era de verdad?, no se parecía en nada a ninguno de los nobles que hubiera visto hasta ahora, normalmente mayores que buscaban esclavos o esclavas muy bellas para convertirlos en sus amantes o compañeros. Pero el hombre que estaba frente a él, hermoso, con los cabellos más extraños y bellos que hubiera visto..¿por qué pujaba por un amante? estaba seguro que podía conseguir a quien se propusiera desde el más vulgar pastor de cabras hasta un faraón.

Comenzó a bajar de la tarima y se dirigió hacia él, tirando de la cadena del esclavo, escuchó como su rival ofrecía una nueva cantidad, sintió un escalofrío de puro placer al escuchar los números que profetizaban que su bolsa engordaria.

-Mi bello señor-se inclinó levemente hacia él haciendo caso omiso de los dos enormes negros que lo flanqueaban como columanas de ébano-Estoy seguro que puede superar eso.-su voz fue un ronroneo espeso y dorado como sus ojos.

Miró a aquel chico, de pies a cabeza y se mordió el labio inferior con duda. Sus pies estaban descalzos, de pantorrillas musculosas y cubiertas de suave bello; sus piernas y músculos estaban de igual manera, tallados firmemente, apenas disimulados por aquel taparrabo que mostraba su trasero suave y al mismo tiempo tenso. Los músculos en su estomago se marcaban, su pecho tenía algunos vellos dorados y su espalda ancha de brazos poderosos contrastaba con sus caderas delicadas; la manzana de adán se asomaba por su cuello y su barbilla estaba partida. Sus ojos azules sobresalían en esa cara morena por el sol, color trigo tostado y sus cabellos rizados en largos caireles le daba un aire celestial muy acorde. Lo único que no le agradaba era la mirada airada que tenía, asesina y fúrica; de aquellos chicos que encajarían una daga en el cuello de su amo por la noche y huirían así tuvieran que ser atrapados después y muertos. Pero sus manos eran fuertes, algo maltratadas; pero implicaba que trabajaba en el campo.

-Este joven representa a su ama Clementina, buscándole un esclavo fiel que le prodiga cuidados y sepa cuidar del campo y los huertos para el alimento, o bien, del ganado.- Objetó uno, comenzando a manosear al chico, quién se sacudió suavemente para quitarse al escriba de encima.
-Es aceptable para las especificaciones que nuestro reprentado nos ha pedido.- Pero Morfeo estaba embobado pensando en que el subastador apestaba a alcohol, en que los dos hombres que pujaban lo miraban entre asombrados por su belleza y rabiosos por perder contra él; y por último, en como aquel chico le miraba con ojos asesinos, pero que dentro de estos había súplica, terror y algún brillo de esperanza, pues se notaba a leguas que el joven amo comprador no era muy experto en los esclavos y en vez de tenerle en el dormitorio, le tendría trabajando; por ello, el dios menor solo escuchaba Clementina y asentía, sin prestar atención a los disparates que se decían.
-No puedo superar esa oferta... -Suspiró por último saliendo de su trance y mirando a los escribas quienes impactados enmudecieron, mientras que los otros sujetos casi pegaban un grito jubiloso; mientras que el muchacho gimió como un perro herido.- por que no he escuchado cuanto se ofreció, así que deja que el vendedor ponga su precio y ya.
Entonces sí se hizo un silencio mortal en la sala. Era una cuenta con los ceros que Aurus deseara agregar.

En esta ocasión fue Aurus quien guardó silencio, mirando sin parpadear a Morfeo, jugó con la cadena del esclavo y luego miró sobre su hombro al otro comprador que se estaba relamiendo con sola idea de doblegar al hermoso esclavo de salvaje mirada con un buen látigo y cuando aprendiera los modales suficientes, tenerlo solo para él hasta que se cansara. Así era la vida de un esclavo, muy pocos llegaban a viejos.

Aurus posó sus ojos dorados sobre el esclavo, éste lo miró, retándolo pero él pudo leer el terror en sus ojos, el temblor de sus labios y sus hombros morenos, el olor ácido del miedo. Lo captaba porque él mismo fue vendido así pero él no tuvo la fortuna que al parecer que estaba tocando al hombre que estaba vendiendo, Aurus fue vendido a Apolunio, el viejo traficante, y éste, cuando tuvo entre sus manos, esa misma noche lo poseyó contra su voluntad aún era muy joven pero enseguida aprendió a tragarse las lágrimas y manipular a su amo para conseguir lo que deseaba.

Sus orbes volvieron posarse sobre Morfeo, tenía algo que no lograba definir, ¿inocencia?, ¿ingenuidad?, no lo sabía pero tampoco quería pararse a pensar en ello ahora, eran negocios aunque de vez en cuando surgían oportunidades como aquellas y en menos ocasiones aún se podía hacer lo adecuado.

-Doscientas monedas-todo el mundo soltó un jadeo de sorpresa por la cantidad.-Es suyo-le tiró la cadera a uno de los negros pero antes le acarició una mejilla al esclavo con suavidad-mmm..diosa fortuna te sonríe.

Luego se volteó hacia el dios-no acepto devoluciones-advirtió de una forma tierna.

Morfeo miró a los escribas, quienes con la boca abierta le miraban atónitos. ¿Llevaba su señor esa cantidad de dinero en las manos? Pero para sorpresa de todos, ambos esclavos negros dejaron mostrar un cofre pequeño donde a vista de todos; fue abierto, dejando caer su contenido sobre las arcas de pago del subastador, dejando ver doscientas auréas doradas que rebotaron jubilosamente unas sobre otras. No comprendía por que se asombraban tanto, sin embargo; él estaba muy feliz, pues ya tenía un trabajador que cuidara de Clementina para que diera buena leche y encima, no tratase de matarlo a coces cada que él se acercaba.

-El joven debe estar limpio y presentable para nuestro señor!-Gritó uno de los escribas, después de recuperarse por la sorpresa; pues en aquel joven había encontrado una mina de oro y las comisiones por su servicio estaban aseguradas si había pagado aquella cantidad sin rechistar ni regatear.
-¡Y con ropas decentes! ¡No se puede presentar en el palacio de su alteza Clementina con esa pinta y apestando a sudor y al estiercol de las cuadras donde yacen los otros esclavos! -Gritó el otro, no queriendo quedarse atrás mientras su ingenuo dueño se les había escapado y charlaba con aquel joven en el otro extremo del salón como si este fuese su paje o algún menor conocido suyo.
-Necesito que te hagas cargo de una vaca, yo no sé hacerlo; y estas personas dicen que tú podrías ayudarme.-

El esclavo simplemente no lo podía creer. ¿Era ese un loco o un imbécil? Sabía de su valor, por ello habían pujado tanto, pero un hombre que pagaba aquella suma tan fuerte solo le pedía cuidar una vaca.
-Por supuesto tendrás una chocita en el campo y comida y un pequeño huerto y abejas para miel, por que quiero miel; yo no vivo en la ciudad y Clementina es muy arisca conmigo y no sé como quitarle la leche.- El peliazul continuaba hablando distraídamente, mientras que el joven le observaba ya completamente confundido; sin que nadie cayese en la cuenta de que miradas avaras y asesinas se posaban sobre esos dos. Si aquel caballero había pagado esa suma, significaba que era inmensamente rico.

-¿Y a donde se le llevará su esclavo al caballero?- Inquirió su contrincante ofreciéndole la mano como una falsa resignación a la perdida.

-Al campo, por supuesto -Replicó saludando Morfeo, repitiendo aquel gesto.

-¿Tiene acaos una mansión o palacio cerca de algún viñedo?
-Un huerto, una choza y a Clementina.- Replicó como si la pregunta fuera obvia.

Aurus se aproximó, apenas podía creer todo lo que estaba escuchando, ¿de dónde se había escapado aquel loco hermoso? Enseguida percibió como era rodeado por aquellos hombre, ávidos, codiciosos y capaces de vender de su propia madre, bueno, habían vendido a la suya propia hacía muchos años. Como aquel tonto siguiera hablando allí mismo sacarían los puñales y lo matarían para ver si en sus venas había oro en vez de sangre.

Con naturalidad sacó su látigo del cinturón y lo chasqueó a los pies de uno de los compradores, éste grito y se apartó de un salto-Upss, que mala puntería tengo, mil perdones-fue hasta el hombre que vendió como esclavo y lo examinó, era cierto que necesitaba un baño pero las veces que intentaron darle uno en le barco, mordía a Cacius y él apreciaba demasiado a Caius para dejar que le partieran los dedos.

-Sería mejor que fueras a los baños-aconsejó y luego posó sus dorados ojos en Morfeo-Mi señor, ¿por qué no nos acompaña?-vio que aquellos hombres seguían mirando. Se inclinó hacia Morfeo, susurró-Estos hombre nos os desea ningún bien y a mi me gustaría no perder un cliente adinerado-sonrió-No es cauto hablar tanto si se tiene tanto oro y..-e iba añadir..tanta ingenudad.

-No soy cliente de nada, solo que necesitaba un ayudante para Clementina.- Dejó escapar mientras escuchaba aquellas segundas palabras. Sin embargo, cuando escuchó que no resultaba bienvenido entre aquellos hombres;pudo apreciar la connotación de las palabras del vendedor y su mueca delicada y hermosa se tornó maliciosa. Tronó los dedos y aquellos esclaos negros se convirtieron en dos gallos que saltaron a los rostros de dos de los pujadores con los que había competido; y empezaron a picarles los ojos. Todo esto, por supuesto, cuando el vendedor y el muchacho hubieran salido; sin percatarse que el engendro deforme observaba aterrorizado desde un rincón.

Les miró por encima del hombro al salir, dejando destacar sus ojos azules, en un brillo como el del mar cuando es reflector de la luz del sol; y sus cabellos largos y negros, se volvieron azules, de largo hasta sus tobillos; pero ondeantes como en un sueño. Estaba claro que por mucho que les quisiera decir que era un dios, lo confundirían con un demonio. Salió detrás de Aurus y el muchacho, observando embobado los puestos; deteniéndose por momentos, acompañado de los escribas, quienes lo anunciaban a voz de grito y exigían que se les atendiese al momento; por ello, todos le tenían como un gran señor venido de tierras lejanas, aunque nadie sabía a ciencia cierta quién era ese extranjero.

-Muchacho... elíge tus ropas. No sé cuales necesitas para el trabajo que realizarás.-Observó tomando una túnica naranja y mirándola sin mucha atención; observando curioso como aquellos hombres tomaban túnicas transparentes y de túl, algunos adornos para los muslos y los brazos.- Si se pone eso en el campo, se morirá de frío...

Aurus parpedeó, en realidad no estaba demasiado atento a lo que estaba ocurriendo a su alrededor, le dolía mucho la cabeza era como ahora pesara cinco kilos más de lo debido, seguramente era porque había bebido mucho vino desde primera hora, no era lo usual en él pero aquella noche había tenido una pesadilla, volvió a soñar con el rostro de su madre cuando lo separaron de él, aquella faz bella, marcada por el dolor y las lágrimas que corrían sin cesar por sus altivas mejillas.

Se sentía mareado, si estuviera totalmente sobrio no estaría allí, acompañando a aquel comprador y menos todavía mirando sedas para un esclavo que él mismo acababa de vender, sí, tenía que estar muy borracho porque le daba la impresión de el color del cabello de aquel hombre era de tono azul.

Apretó los labios, le latían las sienes-los sueños son unos mentirosos-apenas susurró, frunciendo el ceño, mareado.

Fue hasta Morfeo y le cogió uno de los largos mechones, examinándolo-¿es de verdad?

haló levemente de él y luego lo alzó para colocarlo sobre su recta nariz, lo olió delicadamente y abrió más sus dorados ojos, asombrado-flores..y...

Estaba curioseando por allí, levantando algunos objetos que llamaban su atención, revisando algunas túnicas, las alpargatas que poco útiles servian en el campo, hasta que escuho aquello de los sueños que su acompañante decía. ¿Que los sueños eran que...? Él jamás había mentido, o bueno, pocas veces; por ello su trabajo estaba impecable y sin mancha.

-¡¿Pero que...?! ¡Por supuesto que es de verdad...!-No pudo terminar la frase por que inmediatamente vio como le tiraba del cabello y aquel mechón era acercado a la nariz ajena. Tenía la boca abierta y estaba completamente impactado por aquel atrevimiento, casi que su reacción habría sido golpearlo de no ser que el aroma a vino le llegó directamente a la nariz, lo que lo mareó. -¡Con ese aliento me embriagarás sin necesidad de beber!

Lo observó extrañado y muy discretamente se llevó uno de sus propios mechones a la nariz y olió. Gardenia. Su cabello olía a gardenias. De hecho, el ambiente apestoso de los peces recién sacados del agua y expuestos al sol, las frutas muy maduras que comenzaban a podrirse, el pan rancio y mohoso, o bien, las carnes de fuerte aroma y la sangre coagulada se veían opacados por esa nube aromática que se creaba a su paso, combinada con un delicado olor a incienso. Solo Aurus parecía haberlo notado, pero aquel gesto no pasó desapercibido para los codiciosos escribas que imaginaron otro tipo de relación entre el vendedor y aquel joven amo.

Aurus se le quedó mirando, sus dorados orbes relucieron, su sonrisa de amplió al ver como se defendía como un gato puesto panza arriba, sacando las uñitas y mostrando sus colmillos. Le pareció totalmente encantador y muy bello, de hecho, era uno de lo hombres más hermosos que había visto hasta ahora y eso que él había vendido a muchos por precios que harían temblar a los tesoreros de un rey persa. Se preguntaba cuánto alcanzaría aquel hombre un mercado de esclavos, era solo imaginación pero suponía que con el oro que tuviera podría comprar Atenas. Rió ante la idea, demasiado bizarra incluso para él.

-¿Así que apesto?-se aproximó dos pasos más, moviéndose felinamente, la gargantilla de cuero y de oro brilló en su cuello con el mismo tono que sus orbes. De repente alargó una mano y rodeó la estrechísima cintura de Morfeo, atrayéndolo hacia él-si me baño..¿me darás un beso?-inclinó la cabeza y le olió el cuello sutilmente-me encanta tu fragancia..

Ni se le pasó por la cabeza que no solo estaba siendo maleducado sino también cometiendo blasfemia contra un dios pero él siempre se había considerado un buen pecador.

-¡¿Pero que diablos crees que haces?! -Gritó, forcejeando para sacárselo de encima, donde sus largos cabellos se agitaron sobre su espalda, deshaciéndose el listón que ataba la coleta con la que iba peinado. Su nuevo esclavo habría saltado a defenderlo, pero aún temía a Aurus, así que los escribas tuvieron que advertir que comenzaban a llamar la atención con sus ademanes; aunque claro,fue solo para sacar del apuro a su joven señor -y algo de dinero de la situación- puesto que en toda Athenas se sabía de la fama de mujeriego, fornicador y blasfemo que tenía Aurus. -Aunque te bañarás, incluso si vomitaras todo el vino que bebiste, este convertiría en licor los baños públicos.

Le miró mal, aunque ciertamente incómodo de como las personas comenzaban a señalarlo por su hermosura y riqueza, pero si continuaba llamando la atención de aquella forma; los que ya le conocían por el caos que solía causar, irremediablemente acabarían por descubrirlo.
-Es mejor apurarnos y darnos prisa para llegar a los baños, excelencia.- Observó uno de los escribas tomando del brazo al esclavo recién comprado y el otro, pagó los vestidos y túnicas apropiadas para laborar en los campos; mientras que el dios del sueño iba siguiendo de mala gana y casi como un niño regañado a aquel molesto vendedor que se había atrevido a manosearlo.
-Los sueños no mienten...

El rostro de Aurus se trasmutó, su sonrisa se borró, sus ojos se apagaron hasta adquirir un tono cobrizo era como si Morfeo le hubiera clavado un puñal entre las costillas y lo estuviera hundiendo poco a poco, tratando de alcanzar su corazón o lo que quedaba de él-Sí..mienten..-siseó con puro veneno, con odio-porque ella está muerta..-apretó los dientes, marcándose los músculos de la mandíbula-Y el dios de los sueños es el mayor mentiroso-escupió al suelo y se giró para encaminarse a los baños.

Tenía el ceño muy fruncido, estaba dolido y no sabía por qué, era quizás el recuerdo de aquella mujer que todavía lo torturaba, su amor, su lealtad hacia él era su punto débil, su grieta en su armadura. Y los sueños se la mostraban una y otra vez, se le aparecía en esas noches cuando dormía solo en su camarote y luego no podía volver al conciliar el sueño porque su resonaba en sus oídos.

Aquél estúpido, ¿cómo se atrevía a decir eso?, ¿qué sabría él de sueños? Solo era un noble rico, sin escrúpulos, caprichoso como todos los demás, vanidoso y altanero.

-El dios de los sueños no es responsable de los anhelos y fantasías que los dioses y mortales quieran agregar a sus sueños por cuenta propia, en vista de su intolerable realidad hacía el dolor de la muerte o el abandono.- Objetó de pronto, sin pleno aviso y lanzando un reto directo hacía aquel humano impertinente que se había atrevido a insultarlo de frente, escupiendo en su presencia.-Así como Fobentor y Fantaso son los encargados de los objetos inanimados y de los animales, Morfeo se encarga de dormir a los humanos y a los dioses de un modo pacífico.

Le ignoró y se siguió de largo, pasando altaneramente de su lado, como un auténtico noble rico, caprichoso y sin escrúpulos, como había ya estipulado el mortal; más lo que realmente le irritaba era aquella odiosa y malsana manía que tenían todos en ver a sus parejas muertas a través de sus sueños. Ya lo había hecho con el dios del viento del norte, con el dios de la música y seguramente con este sujeto una y otra vez. Era tan tedioso toparse con ese tipo de personas y encima se había atrevido a llamarlo mentiroso, cuando el único que disponía de los deseos de soñar era el que yacía recostado en el lecho. Estaba tan enojado que si no encontraba algo que le gustara, cambiaría a su forma común y realizaría alguna maldad; pero entonces, una anciana le ofreció natillas de leche quemada con nueces, otro anciano le vendía uvas rellenas de queso fresco y unos niños le ofrecieron tablillas de amaranto con miel. Aquellas golosinas eran tan viejas, pasadas de moda y tan baratas que nadie las compraba, se realizaban en casa; así que solo las clases muy pobres eran los que se hacían con aquellos ingredientes para tratar de sacar algo de comer, y entre muestras gratuitas por ser un rico y noble, probó de aquellos deliciosos dulces nunca antes vistos que le supieron muchisímo mejor de los que poseían los dioses.

-Quierto todo de todo... -Susurró bajamente hurgando en un bolsillo donde tenía una enorme y gruesa piedra de oro, mostrándoselas ingenuamente- Es con esto con lo que se cambian sus dulces, verdad?

Aurus inspiró profundamente y su mano tanteó su látigo, estaba a un paso de sacarlo de su cinturón y enrollarlo en torno a la cintura de aquel sujeto arrogante e insoportable. ¿Quién diablos se creía? Encima iba exhibiendo su oro como si pudiera derrocharlo como si fuera agua, pareciera que no conociera su auténtico valor, que le daba igual porque tenía tanto que se podía permitir tirarlo simplemente, no era algo necesario para él como para el resto de los ciudadanos de aquella ciudad.

Dio dos grandes zancadas, se situó a su lado y le atrapó la mano antes de que soltara aquel oro a aquella mujer que podría ser acusada por las autoridades del mercado por estafa o peor aún que creyera que tuviera que darle el cambio por esa fabulosa cantidad y eso era del todo imposible-¡Con eso puedes comprar todos los dulces de la ciudad!-arqueó las cejas y sus ojos dorados se posaron sobre los escribas que se hicieron los sordos, era evidente que también se estaban aprovechando de aquel loco-¿no sabe el valor de las cosas o qué?

-¡Tú, cómo te llames!-llamó al esclavo que acaba de vender hace poco-¿no ayudas a tu amo?-era el colmo, puede que fuera uno de esos tontos, que no tuviera demasiada capacidad mental pero entonces estaría acompañado..-¿dónde está tu tutor?-se mordió los labios, puede que aquel sujeto no tuviera capacidad legal para hacer compra de esclavo y por tanto, venderle, era un delito. “Mierda, no puedo creerlo”

-¿Los puedo comprar todos? ¿Y todos saben así de rico? -no era estúpido ni le estaba ignorando, sencillamente que tenía por imposible que podía tener más de aquellos caramelos tan deliciosos, aparte de las uvas normaluchas con las que se hacía el vino y las frutas de los Olimpos, en cambio, los higos rellenos de miel o las uvas con queso fresco dentro le sabían tan bien que estaba dispuesto a pagar con esas piedras amarillas tan codiciadas entre los mortales. Levantó el rostro al escuchar sus gritos, mirando desilucionado como los vendedores se habían ido corriendo, atemorizados por las voces de Aurus.- ¿Como se supone que sepa, si nosotros no manejamos este tipo de pagos?
-El amo es muy generoso y se preocupa por el bienestar de las personas.- Inquirió con suavidad uno de los escribas, tratando de disuadir al vendedor de esclavos que fuese inteligente como él.

-Es tan benévolo que incluso nosotros hemos llegado a pensar que podría ser un sacerdote del templo de Zeus por su bondad y generosidad. -Replicó el otro que, apenas se desnudase Morfeo, tomaría sus ropas y huiría con ellas preguntándose si allí estaba algo de aquellas piedras doradas que con tanta facilidad sacaba de su bolsillo.

-¡¿Y ustedes, no acaso me dijeron que pagarían el precio exacto de las cosas por que yo no sé de cosas de mortales?!-Gritó indignado y ofendido hacía aquellos dos haraganes que nuevamente le habían metiod en dificultades.- ¿Que es un tutor?

Era el colmo, ciertamente; pero antes de que Aurus pudiese azotar su látigo en la espalda del dios menor, Marcus, el joven esclavo; había sujetado a su amo por el antebrazo y le llevaba a jalones a los baños termales.
-Como mi señor siga diciendo tantos disparates, le desollarán, sino es que le meten en el primer puesto de esclavos.

Aurus fue tras ellos, notando que aquellos escribas eran unos buitres con piernas, apenas aquel hombre se descuidara, lo apuñalarían por la espalda y se llevaría todo lo que pudieran de su cadáver. Se detuvo, en seco, sacó el látigo, todos los mercaderes que estaban en torno a ellos, retrocedieron, la fama de Aurus con aquella arma era legendaria y además de que el traficante no era un hombre precisamente piadoso, le había visto dejar la espalda de un hombre en carne viva sin parpadear ni sudar.

-¡Vosotros!-ladró-¡quedaos ahí y más os vale que cuando salga esté todo su oro y sus escrituras porque de lo contrario no viviréis para ver el sol mañana!-nadie se le escapaba, aquella ciudad era pequeña y el conocía a muchos en ella.

Traspasó al puerta de los baños, se preguntaba si su propietario seguiría espiando a los hombres hermosos por aquel ventanuco que estaba disimulado en una de las salas para los clientes nobles y los más adinerados. Fue hasta Marcus y Morfeo que estaban hablando precisamente con el dueño.

Se paró al lado de Morfeo, le cobraría dinero por todo aquella información, vaya que sí-Un tutor es el que encarga de velar por una persona, su dinero y la administración de sus propiedades-¿es que no sabía nada de leyes aquel tipo? Se sentía mal, menuda mañana estaba teniendo..¿cómo diablos se había vuelto todo tan absurdo?

Morfeo vio como aquellos dos le habían hecho una poco cortés despedida y habían salido corriendo al verse descubiertos por Aurus. Sin escribas que lo guiaran, buena la había hecho. De entrada, había tenido problemas para llegar a la ciudad, cambiar sus ropas e ir tan pesado por las piedras doradas que tenía en sus bolsillos; pero como tales piedras eran codiciadas y se podía obtener grandes cosas de las mismas, decidió que continuaría cargándolas; sin embargo, no bien llegar le habían vestido con aquellas ropas tan extrañas, cuando únicamente quería una capucha por atuendo. Posteriormente cuando quiso pagar con una de esas piedras, le enviaron atemorizados con el cambista, quién lo relleno de un montón de monedas del doble de pesadas que aún llevaa ocultas en quién sabe donde de las tantas túnicas que llevaba encima. Incluso cuando había preguntado donde conseguir un trabajador para Clementina, los escribas se le habían acercado recomendándole que lo mejor era un esclavo.

-No tengo tutor. Es la primera vez que salgo cuando hay tanta gente y solo quería alguien que cuidara de Clementina.- Se quejó, accediendo a los baños por la parte privada, donde el lascivo gerente les había enviado con tinajas, toallas y esponjas; así como jabones perfumados y sales olorosas en compañía de un niño que les llevase al apartado de los privados y gente importante; pues incluso había enviado cambios de túnicas y toallas para tres.
-Mi señor a donde pertenece?- Inquirió Marcus con extrañeza, casi observando a Aurus con confusión. Comunmente los nobles atenienses eran presentados en sociedad a los 13 años, por lo que desde pequeños se les enseñaba leyes y administración.
-Pues del campo, donde vivo con mi vaca, claro.-Respondió simplón, sin entender realmente nada; a medida que se desnudaba y dejaba a la vista su cerpo delicado y gracil cual si estuviera labrado en mármol, opacando la hermosura incluso de su joven esclavo de piel dorada como el trigo y cabelos rizados cooun querubín.
-¿Eres... un campesino? -Cuestionó Marcus. Un campesino aislado de todo, ignorante de su belleza y de como funcionaba el mundo; un vil campesino como él que le habria traído gran fortuna a quién le capturase y le vendiera como esclavo. Marcus estaba rabioso.

Aurus no se preguntó a si mismo como había terminado junto con aquellos dos en uno de las salas, ni tampoco por qué ya a su lado habían túnicas limpias y toalla, ni tampoco por qué demonios estaba sucediendo todo aquello en una día que se había augurado del todo inmejorable para sus negocios. Tomó asiento en un de las bancas de mármol que estaban pegadas a la pared, el aire era cálida y la luz del día entraba a través de unos huecos tallados en el techo por el cual caían haces de luz en el inmenso recinto y además permitía que corriera el aire.

Comenzó a desnudarse, mostrando su cuerpo esbelto pero musculoso como el de un joven semental, firme y la piel de tono broceando, por nacimiento y por pasar muchas horas sobre la cubierta de su barco, Orión. Disfrutaba mucho con la navegación y al contrario que cualquier pudiera pensar, no rehuía el duro trabajo al bordo de su nave, disfrutaba con él, del aire marino, del agua salada y del sol, era todo lo que necesitaba para aliviar ese hueco se sentía dentro.

Alzó la cabeza cuando escuchó la pregunta de Marcus-¿estás ciego?-sonrió, mostrando sus blancos dientes. Se puso en pie, mostrándose abiertamente, en su cuello brillaba la gargantilla, fue hasta la piscina donde estaba sumergido Morfeo, no se había perdido detalla de su maravillosa desnudez pero se calmó a si mismo, aquello eran negocios aunque aquel hombre tan loco fuera tan, tan hermoso.

Alargó una mano y tomó una de las de Morfeo con delicadeza, la alzó mostrándola-esta mano nunca ha trabajado la tierra, ni ha hecho trabajo alguna que sea muy duro-puso la suya propia al lado, estaba llena de cayos, endurecida por el manejo de remos, redes, cuerdas y del látigo-es demasiado suave, la mía es un lija al lado-lo soltó y luego se zambulló en el agua con elegancia, moviéndose bajo ella como un tritón dorado.

-Dije que era campesino, no agricultor.- Observó su mano con curiosidad, viendo que estaba demasiado lisa y suave como la de una princesa o incluso aún más suave. Marcus se entontraba cada vez mas intrigado, por ello se incorporó y se aproximó a su amo observándolo bien; coom si acariciara su cuerpo con la mirada, estaba claro que aquel chico rubio no pasaba de largo de la belleza de su señor, y para alguien rico, ingenuo y además hermoso solo había dos caminos: Ser un milagro o tener dueño. El dios del sueño levantó la vista entonces hacía el chico y sonrió, lo que le provocó al chico un sonrojo que le hizo lanzarse al agua y comenzar a nadar.-Campesino, o sea, vive en el campo.

Pero no conforme, Marcus se acercó nadando hasta donde estaba Aurus y quizás por la ambición o el deseo, le preguntó bajamente si aquel joven señor era un loco escapado de algún palacio, únicamente conservado por su amo dada su belleza; o si se mantenía a algún príncipe griego en los campos, ya que su locura avergonzaba a su familia ante la sociedad. ¿Quién vivía con una vaca? ¿Quién se ponía a cambiar oro bruto por golosinas que costaban menos que un Aurea? ¿Tiene alguna marca distintiva o tatuaje de que es esclavo de algún noble? ¿Tiene un sello real que indique que es miembro de la sociedad? ¿Donde esta su tutor?

Entonces permaneció en silencio. ¿No era acaso su dueño? Bien, muchas veces, cuando los esclavos sabían manipular a los amos, los papeles se intercambiaban y en su caso; tenía mucha suerte de haber sido adquirido por un noble rico, hermoso y muy idiota.

Aurus no respondió a ni una sola de sus preguntas, estaba apoyado contra un borde, alzó los brazos para dejarlos reposar sobre la balaustrada de mármol rosado que delimitaba las piscinas, su pecho apenas asomaba sobre el nivel del agua y sus ojos dorados no cambiaban a pesar del retener todos los reflejos de la líquida superficie. Examinaba a Morfeo como si fuera una especie rara de antílope blanco, un flor desconocida o un tipo de especia que nunca hubiera probado. Le asombraba que hubiera llegado a la edad adulta sin que nadie lo hubiera violado o asesinado, pero así eran los dioses, caprichosos.

No tenía por qué advertir o aconsejar nada, él mismo tuvo que aprender a dominar a su amo, que pasara de considerarlo un mero esclavo sujeto a sus deseos sexuales a un compañero y amante, pero claro, su amo era viejo y repugnante tanto por su aspecto como por su comportamiento, nada que ver con el hombre que estaba a medio metro de ellos.

Echó la cabeza hacia atrás, mirando el techo, parpadeó y cerró los ojos, notando que la embriaguez se le iba pasando poco a poco y volvía a ser dueño de sus pensamientos sin que por medio se interpusiera la neblina del alcohol-¿Cómo te llamas?-preguntó Morfeo sin mirarlo, dejando que el agua caliente acariciara todo su atlético cuerpo.

La última vez que había dicho su nombre lo habían reprendido por atreverse siquiera, alguien tan despistado, a poseer el nombre del legendario dios del sueño. Incluso Morfeo tenía su templo, que ni parecía suyo o en todo caso; no le agradaba, por que lo ponían anciano y malhumorado. Por todos lados había imágenes de un dios con barba, con un saquito de arena y un cetro para inducir al sueño. Poseía largas barbas, sus túnicas eran gruesas y tan largas que parecía que llevaba cola de pescado; el cetro era pesado y siempre tenía entre las horribles arrugas, el ceño fruncido.

-Haydeé...-Mintió, mirando socarronamente en otra dirección para que nadie se percatase de que estaba mintiendo. Marcus, después de la ambición que había sentido, había pasado a la lástima y posteriormente; al temor... ¿Podría haber alguien tan idiota y despistado y continuar sobreviviendo? Sí se ponía a atar cabos, debían haber muchas personas protegiéndolo, ya que no era precisamente un niño con suerte.

Suspiró y los observó de reojo, considerablemente incómodo de como lo observaban, haciéndole notar que a pesar de su belleza y de su dinero, seguía siendo una persona bastante extraña y complicada; tanto así que hasta les impresionaba que estuviera viva.

-Haydeé-que nombre tan extraño pero suponía que era el adecuado para alguien que parecía haber aterrizado del mismo Olimpo o de quién diablos sabía donde. Alzó la cabeza y posó sus ojos de tono ámbar en él, sonrió y se irguió. Se sumergió de nuevo, bajo el agua, buceando como un experto, llegó hasta donde estaban los pies de Morfelo, le rozó los tobillos bajo el agua, acariciando y luego subió por los muslos para ir emergiendo frente a él, los riachuelos cristalinos recorrieron su cuerpo moreno y los cabellos se adhieron a su rostro.

Se le quedó mirando, examinando su rostro-¿y mi beso?-ladeó el rostro apenas, mirando el ventanuco escondido, movió ligeramente su cuerpo para tapar la vista del lujurioso propietario del baño.-Ya no huelo mal y todo hombre noble y rico que se aprecie debe tener un amante-si no sabía nada de leyes, ¿qué sabría en realidad sobre costumbres o usos griegos? Le resultaba divertido tentarlo, molestarlo, en realidad él siempre sabía que sería un traficante, jamás estaría en los más altos de la ciudad. Les vendía sus esclavos, sus placeres, pero sabía que secretamente lo encontraban despreciable.