Ensueño

El palacio se había ido cubierto de flores moradas, rosas, lilas, púrpuras y amarillas, trepando por los pilares, el suelo estaba cubierto de agua y se desbordaba como una fina capa por los escalones, mientras que amplios velos rosados, blancos, lilas y naranjas habían sustituído a los blanquecinos que siempre estaban allí.

Quetzales, ruiseñores y jilgueros, gorriones, petirrojos y tortolas sobrevolaban los techos, trinando con una fuerza arrebatadora mientras que el olor a incienso de durazno y manzana se debaja sentir en el ambiente perfumado y tibio; sin embargo, la vision más extraña radicaba que había un joven... un chico de delicada belleza, recostado sobre la larga y ancha mesa de mármol, con el rostro hundido entre los almohadones y una frazada cubriendo sus túnicas blancas; quién a pesar del escándalo y de la belleza a su alrededor, sencillamente no se despertaba.

Dormía a pie tendido, con una sonrisa apacible en sus labios, con los largos cabellos desparramados sobre los almohadones que incluso llegaban a colgar por los bordes de la mesa; y esta visión resultaría aparatosa y sorprendente para los sacerdotes, que iban subiendo las escaleras para ir al templo de los vientos...

Los sacerdotes iban hacia él templo, después de todo se acercaba el invierno, e iban ahí para orar por los favores del dios invernal, pidiéndole que la temporada no fuera tan mala para ellos. Que la hambruna que desataba Deméter no fuese tan dañina. Y para eso estaban ahí, en la torre de los Vientos. Sin embargo, al llegar a la parte superior donde estaba el templo propiamente dicho, se toparon con una escena increíble, era un pequeño paraíso cálido en aquél sitio. Uno de ellos se aventuró a acercarse al joven que dormía, si él era el responsable pensaban hacer que lo castigarán, por temor a que el dios del viento se molestará por aquél acto de sacrilegio.

Desde el Olimpo Bóreas había observado toda la transformación en su templo, pero, no había descendido antes, aunque con la llegada de los sacerdotes seguramente tendría que hacerlo, a pesar de no soportar el calor.

Así que mientras el sacerdote se atrevía a tocar al joven dormido, moviendole suavemente para despertarlo, Bóreas se hizo presente, sentado detrás de la mesa de mármol, observando la escena y desde donde era visible para todos.

Gruñó suavemente, moviéndose apenas y poco con aquel primer empujón, ignorando el llamado precavido de los sacerdotes, que, concientes de la presencia del dios del viento; casi podría decirse que esperaban que este despertara al sacrílego de la forma más conveniente, por no llamarla; merecida. Sin embaro, y a la entrada de la puerta, caminaba con aire distraído y quizás extraviado aquel mismo joven; más el traje que llevase dormido no coincidía con el que portaba en aquella aparición. Sus cargos cabellos azules lo eran aún más, sin embargo, los mechones más bajos estaban creados con agua marina; dejando una especie de rocío a su paso. Así mismo, por adorno tenía plumas de pavorreal entre sus cabellos, y si se observaba con mucho cuidado, se podía apreciar a aquella orgullosa ave sobre su hombro; pero única a su larga cabellera, lo mismo ocurría sobre su fleco, donde sus cabellos albergaban un broche de una sirena, que parecía moverse discretamente entre aquellas sedosas hebras como si lo hiciese en el mar. La cornetilla dorada que llevaban sus dedos, se transformaba en la punta en el cuerno de la abundancia, con minúsculas y graciosas frutillas; más lo interesante eran en sí sus ropas. Mantenía sobre sus túnicas las 4 estaciones bordadas, sin embargo, en la túnica inferior, color blanco transparente se dejaban ver los botones de algunas orquídeas abriéndose lentamente, en aquel movimiento de tiempo y espacio, en la túnica verde oscuro, daba la ilusión de ser un bosque que movía sus hojas al sonido del viento; y por sobre esas túnicas, había una verde seco que creaba el ensueño de hojas secas de dichos árboles, que lentamente quedaban vacíos; y al final, un sutil velo negro permitía bordados blanquecinos donde las sutiles motas no se estaban quietas sobre su atuendo, sino que lentamente caían simulando la nieve.

Pero eran sus ojos, aquellas rasgadas orbes, negras y acuosas como las de un ave, con un peculiar rayado bajos sus ojos, pintados en color rojo; quizás como marcas de nacimento. Sin embargo, aunque antes se había apreciado material, por escasos segundos su silueta se vio borrosa, tornándose lentamente transparente a medida que se volvía en dirección a aquellas personas. Con suavidad se adelantó a las puertas del templo, observando a los profanadores de su sueño; pues no encontraba otra cosa más irritante que verse incomodado mientras dormía, sin embargo, y al saber la presencia del dios, hizo una suave inclinación con la cabeza y desapareció.

Al momento en el que Morfeo abrió los ojos, el templo quedó sumido en la oscuridad. Las gruesas cortinas se habían devuelto a su sitio, el silencio era abrumador y las velas se habían apagado; no había rastro del agua que corría, no había ni plumas ni el dulzón aroma frutal, en cambio vagaba en el aire un olor a incienso; y un cruel y gélido aire rozaba todos y cada uno de los rostros, las velas estaban apagadas y sin que se notase; el clima se había nublado y unas cuantas gotas de lluvía se dejaban ver.

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Miró primero al sacerdote y después a aquél hombre que dormía en la mesa; era obvio que los sacerdotes esperaban que reprendiera al intruso; sin embargo, le producía una cierta curiosidad que causaría que probablemente no lo hiciera en esos instantes. Iba a decir algo para que los humanos se retiraran cuando algo llamó su atención, una figura curiosa; el mismo sujeto que dormía pero con otra apariencia.

Se dedicó a observar su silueta, cada uno de sus adornos, de sus prendas, que parecían salidos de un sueño; cada aspecto más irreal que el anterior, su mirada, y sus túnicas; estas en especial captaron su atención, y se distrajo unos instantes mirando los dibujos en ellas, representaban a las estaciones del año, eso le sacó una pequeña sonrisa, oculta con su mano que se posó frente a sus labios un instante.

Curiosamente aquella figura se desvaneció y todo se hizo oscuridad, silencio y frío; ahora si parecía más ser el lugar al que iba a refugiarse, con ese aire gélido golpeando su rostro aunque sintiéndose mejor, ya que a pesar de que la visión previa era agradable hacía mucho calor para su gusto. Terminó `por ponerse de pie, indicando con un gesto de la mano a los humanos que se retirasen, cosa que ellos entendieron y acataron al instante. Quedando únicamente los dos dioses en el lugar.

Así fue como se acercó a la mesa, caminando alrededor de ella para llegar al frente de ella y mirar al rostro al otro dios. - Bienvenido a mi templo... si no me equivoco estás relacionado al sueño-

Bostezó y se talló los ojos, mirándolo con curiosidad, como si ya anteriormente lo hubiera visto y sonrió un tanto adormilado tiritando a medida que se incorporaba, observando el templo. No era el mismo sitio vacío al que había entrado, ahora estaba más oscuro y frío; incluso el eco del aire resonaba por los pilares. No recordaba que estaba soñando, comunmente sus sueños no podía recordarlos después de que despertaba, algo sumamente frustrante; en especial como cuando eran profeticos. Sin embargo, tenía la vaga impresión de haber visto a esa persona, preguntándose si había sido en uno de sus viajes por Athenas o quizás en uno de esos sueños...? Al menos debía causarle alguna impresión como para que hubiese podido recordarlo.

-Me llamo Morfeo, aunque parece que interrumpi algo -Aquella sonrisa infantil y soñadora volvió a emerger de su rostro mientras torpemente se bajaba de la mesa, envuelto en la frazada que robase para dormir, así como los almohadones que dispersara a lo largo de la tabla esculpida para que su cabeza tuviese donde recargarse.- ¿Cual es tu nombre?

Sus cabellos azules caían sobre sus hombros, un poco desacomodados y en desorden, la frazada dorada que le cubría apenas y combinaba con sus túnicas blancas, pero lo más curioso es que iba completamente descalzo. Sin embargo, llevaba un pergamino dentro de un reloj de arena pequeño y un frasco azul colgando de sus túnicas; era un personaje bastante extraño a decir verdad.

Aquél sujeto le parecía curioso, llamativo de cierta manera, sobre todo por la peculiaridad en su aspecto, y en la situación a través de la que lo conocería. Una muy peculiar, había conocido a dos personas gracias a ese sitio. Quizás era alguna señal, o sólo una coincidencia porque desde hacía un tiempo prefería pasar la mayor parte de su tiempo en aquél lugar. Todo porque resultaba un lugar pacífico y sobretodo muy tranquilo.

Se aseguró de que los humanos se hubieran ido antes de continuar con la conversación, después de todo ninguno de los que iban a su templo, ninguno de sus sacerdotes conocían su voz, jamás había hablado con ellos en realidad. Por ello espero a que se dejasen de escuchar pasos y el sitio estuviera vacío para encender unas cuantas velas que flotaban sobre una vasija de bronce bellamente decorada, la cual estaba llena de agua, y en la cual flotaban las llamas que estaba encendiendo para iluminar un poco más el sitio.

-Morfeo... un placer conocerte- Comentó asintiendo levemente con la cabeza en un gesto amable. - no interrumpiste nada importante - Y en realidad era así, le gustaba el frío invernal, pero a pesar del rol que le tocaba desempeñar como dios del viento del Norte prefería ser benevolente con los inviernos.

-Mi nombre es Boreas- Al verlo ponerse de pie detalló con algo de curiosidad a su interlocutor, mirando aún más aquél reloj y lo que aparentaba ser un tintero. -En realidad creo que quienes te interrumpieron en tu sueño fueron mis sacerdotes... me disculpo por ello-

Soltó una leve risita burlona y bostezo, como si aquel evento con los sacerdotes le hubiera hecho mucha gracia; en realidad, no era la primera vez que pasaba y estaba seguro que más de uno lo había visto ya, o quizás reconocido cuando disfrazado de sacerdote de Zeus, se había colado al templo de este; durmiendo de la misma manera... Más en aquella ocasión, el ambiente pesado del lugar, las malas vibras y negros oscuros de poder y deseo habían conseguido que él tuviese pesadillas y a causa de ello; al quedarse dormido, sus ensoñaciones no fueron del todo agradables y hermosas.

Estaba de buen humor, ya que había dormido bien aunque ciertamente no recordaba nda de su sueño. Lo miró con atención y curiosidad de pies a cabeza, simulando una leve reverencia respetuosa, aunque por supuesto; no era más que circo para mirarle los pies a aquella deidad. Entonces alzó una ceja con interrogativa y en sus labios se dibujó una sonrisa divertida y quizás maliciosa; observando como la parte primordial para regular el calor corporal se encontraba ciertamente cubierta, impedida del suelo, pero no dijo nada.

-Eres un dios bastante benevolente, verdad? o es acaso que compartes este templo?-Desafortunadamente Morfeo nunca se había mordido la lengua para hablar, y aunque él podía sentir el clima como el resto de los humanos, decidía si este le afectaba o no; pero a decir verdad, para el dios del viento invernal, aquel templo resultaba muy tibio, casi cálido. Dejo su espacio a Boreas, y le dio la espalda mirando con mucha curiosidad las altas paredes; era un sitio donde había podido dormir muy bien y por la ubicación casi no había mortales ruidosos; era pacífico y silencioso.

A decir verdad aquél templo era para los cuatro vientos, las cuatro deidades, hijos de Astrón y Eos; Bóreas, Céfiro, Noto y Argestes. Y en realidad no llevaba buenas relaciones con sus hermanos, sobre todo no con Céfiro, con quien había tenido más roces en el pasado que con sus otros dos hermanos. Aunque afortunadamente los demás no solían venir, y podía parecer que había acaparado el lugar, pero, sencillamente era muy tranquilo, le agradaba el sitio. Solía estar ahí en su tiempo libre, cuando escapaba del Olimpo y su escandalo; le resultaba tedioso tanto ruido y no había nada con que distraerse, nadie con quien distraerse estando allá arriba, ya que esa persona no podía ser suya, y estaba listo para olvidarlo.

Por un instante se sumió en sus pensamientos, tanto que, seguramente terminaría hablando solo, como era su costumbre. Sin embargo los movimientos del otro lo regresaron a la realidad, mirando aquella revertencia, que por un instante no sintió como tal, y agachó discretamente la cabeza para observar, y es que traía sus sandalías puestas; si se reñajaba demasiado y andaba descalzo podía congelar todo a su paso. Por ello no solía andar sin calzado. Pero lo que más fue a llamar su atención fueroin las palabras que aquél dio pronunció. Ladeó el rostro apenas, mirando una de las columnas que existían en el recinto. - Teoricamente lo comparto... aunque casi siempre soy yo el único que anda por aquí...-

Aquél sujeto lo devolvía a sus pensamientos iniciales sobre sus hermanos, y no le agradaba, no le era algo grato de recordar. -Sin embargo, el sitio está cálido aún porque apenas llegué... en un rato será distinto-

Tenía una sutil sonrisa en el rostro, a medida que se acercaba a aquel dios, caminando alrededor de este para observarle con sumo interés que podría confundirse con impertinencia; dando suaves pasos que más bien parecía dar a entender que flotaba y sin avisar, se colocó a espaldas del dios menor, cubriendo sus ojos con sus manos.

-No te muevas, no haré nada malo... -Cuando se refería a no realizar nada malo, se refería a no herirlo fisícamente, pues no podía asegurar la integridad mental o emocional de los seres a quienes practicaba aquella ilusión. Dejó que Boreas respirara un par de veces, antes de crear una atmosfera bastante helada, como si imitara a los poderes del dios del viento invernal. Una sonrisa divertida surcaba su rostro, pero aún cuando había tomado su forma original, Boreas no podría percibirlo, por ende, los pilares crujieron, el sonido de una tela rasgarse se corrió por todo el amplio templo y el suelo rechinó; como el mismo cristal que se rompe.

Había visto en los sueños del dios, sin embargo, había una escena que no podía meter en dicha ilusión por que; hacía tiempo atrás le habían echado del Olimpo por permitir que los mortales se comunicaran con los seres que ya habían fallecido y eso a Zeus no le había agradado, aunque jamás le explicó por qué. De cualquier manera, cuando le retiró los ojos, ya había tomado su forma humana y a su alrededor, absolutamente todo; mostraba hielo. muros congelados, escalinatas llenas de nieve, el piso incluso tenía una fina película de escarcha blanquecida y brillante y las cortinas, ondeadas por aires gélidos, habían quedado en lo alto completamente congeladas.

La verdad es que tener al otro dios caminando a su alrededor era una situación un poco extraña, puesto que se sentía un poco intimidado por ello, de cierta forma era curioso que alguien consiguiera hacer que eso pasara. Tratando de lucir tranquilo y desinteresado lo siguió discretamente con la mirada sin verse demasiado interesado. Observaba sus ligeros y gráciles pasos, su cabello, cada aspecto de él. Y extrañamente le resultaba muy agradable a la vista; aunque no se detuvo a pensar mucho en ello, ya que algo lo sorprendió, algo que no se había esperado, sus ojos habían sido cubiertos por el otro dios; fue entonces que notó la suavidad de su piel.

En un primer momento iba a tomar sus manos para descubrir sus ojos, sin embargo de alguna manera, y sin comprender realmente el porque aceptó, asintiendo suavemente. Tenía algo de curiosidad por saber que haría Morfeo, pero aceptó a dejar al otro hacer, y se quedó quieto respirando tranquilamente; sentía que si se relajaba sería mejor. Su cuerpo de inmediato percibió aquella atmósfera fría que el otro creaba, aquello le sacó un suspiro de alivio. Siempre se sentía mejor si hacía frió, aunque había algo con los crujidos del lugar que le recordaba cosas del pasado. Quizás... el otro hubiera visto sus recuerdos, lera el dios de los sueños, así que desconocía que tanto podía ver dentro de la mente de los demás.

Cuando sus ojos quedaron descubiertos miró a su alrededor, topándose con aquellas muestras de verdadero frío, que no podía evitar que le recordará cuando perdió a Oritia. Un toque de nostalgia se dejó entrever en sus ojos por un momento, pero respiró profundamente para no mostrarse así, y dio un paso hacia adelante; el ambiente congelado era algo similar a lo que se provocaba sin esfuerzo alguno cuando andaba descalzo en la tierra de los mortales; por eso casi siempre andaba con sandalia en ese sitio. - Esto... ¿es real?- Se giró sobre sus talones para mirar de frente a Morfeo.

Lo miró de frente, considerando que ciertamente era más alto que él. Sus ojos se posaron sobre los ajenos, advirtiendo aquel gesto contrariado y quizás melancólico. Separó los labios como si fuese a decir algo nuevamente, más en ese instante dio un paso al frente y cubrió nuevamente los ojos de Boreas desapareciendo la visión ante sí; a sabiendas de que quizás no había sido lo más agradable.

-Lo será... solo piensa en como te gustaría que luciera a tu alrededor.- Su aliento era tibio y perfumado, con aquella esencia de gardenia que lo acompañaba a todos lados, rozándole suavemente la piel del oído mientras hablaba. Una luz azul muy suave rozó la mano del dios de los sueños pasandose a la cabeza del viento del norte, de forma que este pudiese crear un paisaje de su agrado sobre el entorno que sí le agradase. Morfeo cerró los ojos para que sus preferencias no tuvieran nada que ver con el gusto de su anfitrión, puesto que el clima realmente no le afectaba en lo absoluto, muy por el contrario; era cómodo y confortable, ya que sus sueños carecían de un clima en específico.

El viento gélido que comenzaba a elevarse hizo ondear sus cabellos y ropas, por ello cuando creyó que había sido suficiente tiempo, muy suavemente se retiró de su lado con una sonrisa divertida.

No había querido dejarle ver que le había incomodado la escena creada, no porque no le gustará el hielo y la escarcha, o el frío; solamente le traía muchos recuerdos a la mente, así como el hecho de que sus hijos le dijeran que Oritia había muerto, que se había caído de la montura, cayendo sobre un lago congelado, y que el hielo se rompió y ella se congeló. Aquella vez el clima era idéntico al de la ilusión, y la escarcha también cubría todo. Era claro que aquél invierno resultó especialmente crudo, con las temperaturas más bajas desde que la misma Demeter invocará al invierno como castigo por el hurto de Perséfone en manos de Hades. Y es que en realidad había amado a esa mujer y sufrió mucho su pérdida, tanto que desde entonces no se había acercado a nadie de aquella manera.


De cierta forma agradecía que el otro volviera a cubrir su ojos; al tenerlo cerca pudo detallar mejor su aroma, la tibieza de su aliento tan cerca del oído, de un sitio que siempre le había resultado sensible, cosa que lo hizo estremecerse ligeramente de forma involuntaria. Pero sobre todo era la cercanía lo que lo impresionaba de alguna manera. Inspiró profundamente llenando sus pulmones del aroma ajeno, antes de empezar a pensar en una escena boscosa, con el suelo apenas pintado con manchas blancas resultado del deshielo, la naturaleza empezando a revivir, pero una intensa neblina cubriendo el sitio. Aquello se le antojaba más en ese instante. Claro que su cuerpo generaba de manera involuntaria una corriente de aire frió en el lugar que hizo que sus cabellos se mecieran a su ritmo.

Al sentir al otro apartarse abrió despacio los ojos mientras el viento desaparecía para observar nuevamente aquél paisaje, justo como lo había imaginado. - Es sorprendente... - Comentó interesado mirando a su alrededor acercandosele de nuevo al otro dios.

-Es realmente muy dificil crear paisajes para alguien que pasa la mayor parte de su tiempo sobre las nubes y al mismo tiempo, es muy difícil para alguien que pasa su tiempo en la tierra; crear un paisaje áereo.-Comentó con una suave sonrisa, admirando como los pilares se habían vuelto enormes árboles de fuertes ramas y tupido follaje; donde uno que otro de los árboles verdaderos, habían quedado vacíos de hojas, y la caída de la montaña se perdía en aquella densa niebla. Era coom estar por completo aislado del mundo exterior; puesto que, aiunque el ascenso era complicado, nada les impedía a los mortales alcanzar la cima, aunque ahoraya no podía decir eso...

Se separó unos instantes y soltó la carcajada al observar con suma admiración como incluso aún había algunas flores que habían tratado de abrir en aquel clima y que inminentemente habían sido congeladas; al igual que unos cuantos frutos. Se paseó por el sitio con expectante interes, pensando que ojala no hubiese nidos o polluelos por que buena la habría hecho con su broma. Por momentos se distraía tanto en lo que había sido creado por Boreas que olvidaba que incluso él estaba allí; por supuesto, la densa niebla había sumido aquel recinto, lo cual le impedía de cierta forma encontrarle con la vista; por ello extendió la mano esperando tantearle, rozando con alguna parte de su cuerpo pero sin estar bien seguro de donde.
-Te encontré.

Observó primero a su alrededor, detallando despacio el ambiente que había sido creado por obra del dios del sueño. Le parecía tan hermosa la visión, y menos dolorosa que la anterior puesto que ya no lo asaltaban los recuerdos como unos momentos atrás. Ante ello soltó un profundo suspiro en el cual desahogaba el dolor que había visitado sus orbes unos instantes atrás.

-Realmente es sorprendente... es hermoso...- Se mordió levemente el labio inferior cuando estuvo seguro de que el otro dios menor no lo veía, aquello era porque se sentía sobrecogido por aquél paisaje, por la neblina que mantenía el ambiente frío y húmedo, una escena ciertamente hermosa. Se quedó de pie donde estaba, observando al otro recorrer el sitio, estaba divirtiéndose mucho al parecer su invitado en aquél templo. Mientras se deleitaba con el sonido de la risa del otro un impulso lo guió, y se descalzó, sintiendo bajo sus pies el suelo de aquella ilusión, hielo, algo de rocío en la hierba que tímidamente se dejaba entrever bajo el blanco de la nieva. Sus pies sobre el suelo hicieron que el lugar enfriará un poco más, haciendo que algunas cortezas de los árboles crujieran ante el frío. Con sus sandalias en la mano estiró los brazos sobre su cabeza, dejando semi descubiertos sus brazos, que entraban en contacto con el delicioso clima que los rodeaba, aquella sensación de bienestar le hizo cerrar los ojos un momento.

Hubiera podido quedarse así mucho tiempo, perder la noción del tiempo por completo. Sin embargo, algo llamó su atención, una mano que lo había tocado, rozando su vientre. Aquél tacto lo sorprendió y lo hizo abrir los ojos. -Me encontraste- Con un gesto suave apartó la mano del otro para tomársela y traerlo hacia él, no le gustaba no poder ver a aquellos que le acompañaban. Sólo lo acercó lo necesario, ya que no sabía si al otro le incomodaría la cercanía.

Soltó una risa suave, mirándole fijo a los ojos sin bajar la mirada, pues era bastante directo con lo que pensaba, decía y hacía; incluso aunque después se arrepintiera. Lo observó descalzo y sonrió, le agradaba que aquel dios estuviese cómodo, sin embargo, al ser aquella una ilusión, podía hacer tanto frío como fuera posible o podía estar tan congelado y sin embargo, el dios del sueño mantenía su tibia temperatura y sus pies no se patinaban en el hielo; quizás por que a fin de cuentas, si estaba imitando los poderes helados de Boreas, imitaba de igual manera sus capacidades.

Sin embargo, por mucho que tratase de hacer, en cierta forma continuaba sintiéndose intimidado por él, pues había escuchado rumores de que era sumamente serio, o incluso irrascible, inaccesible o por otro lado, indiferente. Por ello, no podía sugerirle toda clase de ideas dementes que iban y venían a su cabeza; pues si se le miraba con atención a los ojos, la energía encerrada en su interior era tan inmensa -pues representaba los sueños de todos los mortales y algunos dioses ahora que Hipnos yacía desaparecido- que brillaban como una pequeña galaxia en cada pupila.

Suspiró y miró a otro lado, ladeando la cabeza y dejando ese gesto meditabundo, no podía ponerlo a patinar sobre el templo, mucho menos a dar vueltas en círculo para probar la velocidad del hielo ni mucho menos; deslizarse escalinata abajo -sobre la montaña- e ir a toda velocidad con el riesgo de estrellarse en el primer árbol. ¿Que hacían ahora?

Sabía bien las cosas que se decían y rumoreaban sobre él. Y quizás su mayor defecto era simplemente su seriedad. Entre los mortales se decía que su carácter era inaccesible e irascible, era la forma en que los humanos se explicaban que gobernará sobre el invierno, que resultaba impetuoso siempre. Aunque en realidad no era así, por lo general su ánimo resultaba más tranquilo, serio sí, pero accesible hacia los que ganaban su confianza y sabían mantenerla.

Aquél Dios era particularmente interesante, su mirada era cautivante, como si todo un cosmos se reflejara detrás de ellos; un disfraz para el infinito; todo eso se podía mirar en aquellos hermosos orbes. Quizás si había algo por lo que tenía debilidad era justamente por los ojos, ya que según él, si uno era buen observador, podía ver si las intenciones de una persona eran sinceras, y si hallaba esta coherencia en los ojos podía empezar a brindarle su confianza a su interlocutor. Y de alguna forma, aquello fue lo que le pareció encontrar en la mirada de Morfeo.

-¿Sabes patinar?- Aunque había evitado patinar desde mucho tiempo atrás, ya lo había hecho antes con Orfeo, aquella ocasión en que congelaron el lago en el Olimpo y patinaron sobre esté… claro que el final en esa ocasión no fue precisamente el mejor. Sin embargo, había recordado lo divertido que era. Bien, además, si aquello era una ilusión no era posible caer al hielo ¿verdad?

Sus ojos brillaron y soltó una risa gracil y musical, al verse descubierto. No se esperó a nada, simplemente le tomó por la muñeca, olvidándose que acababa de conocerlo y casi a tirones le arrastró hacía la escalinata donde se inclinó para observar que tan grueso era el hielo sobre aquella improvisada rampa y a que velocidad podrían ir, después de todo, la densa niebla cubría los alrededores.

Si bien Boreas le había preguntado sobre su práctica en el hielo, nunca le había invitado a patinar ni mucho menos mencionó algo sobre deslizarse a toda velocidad escalinata abajo pero bien es sabido que el mensaje que se envía no siempre es captado de la misma manera; por ello se regresó corriendo, como si fuese él el anfitrión y el dios del viento su invitado -aunque era todo lo contrario- y tomando la charola de las donaciones, volcó las pocas monedas de oro sobre el altar -que había poco dinero en vista de lo complicado que era subir hasta allá, que ni sacerdotes subían para vaciarlas a las tarjas- y regresó con aquella lámina de cobre en las manos colocándola en el suelo.

-Síentate... -Era una petición simple, casi más parecida a una indicación y sin embargo, aunque él de buena gana se habría lanzado primero, quería cederle los honores a su hospitalario acompañante. Se inclinó y le indicó colocar la gran charola -del tamaño d eun hombre- en forma vertical, aferrarse a la agarradera e inclinar su cuerpo sin meter los pies excepto cuando quisiera disminuir la velocidad para frenar.- Solo que no frenes por que solo te herirás los pies, en hielo en serio es casi imposible frenar

La verdad es que no era que hubiera descubierto a Morfeo, no, sencillamente el sitio se le antojaba para patinar un poco, ya que aquello siempre le había gustado, bueno, le gustaba desde que aprendiera a hacerlo. Se sorprendió un poco por la forma tan efusiva en que el otro lo llevó hacia las escaleras, casi jalándolo, tomado de la muñeca. Observó aquella escalinata que se hallaba cubierta de nieve y que formaba una larga rampa de nieve. Al parecer eso era lo que el otro quería hacer;: había visto a los humanos hacer eso, deslizarse en colinas nevadas, sin embargo, nunca lo había intentado.

Justo iba a preguntar con que se deslizarían cuando al mirar a su lado ya no estaba el otro, sino que había ido corriendo por la charola de las ofrendas. Una muy pequeña sonrisa de lado se dibujó en sus labios al ver que era lo que usarían, estaba seguro de que eso podría considerarse sacrilegio, lo que era peculiar era justo eso. Dos dioses sacrílegos, sobre todo cuando el templo era de uno de ellos. Eso le pareció tan divertido.

Miró al otro al recibir su indicación, así que él sería el primero en deslizarse... bien, esperaba no tener que serlo, ya que nunca había hecho eso. Pero, bueno, no era como que fuera a caerse y matarse o algo por el estilo. - ¿Esto... es seguro?- Preguntó en voz baja, más para si mismo que para el otro. Tenía la mala costumbre de hablar solo. - vamos Bóreas... no puede ser tan difícil- Sin darle importancia a sus propias palabras tomó la charola, colocandola como el otro le había indicado, y ponerse sobre ella. - Te espero abajo Morfeo- Comentó echándose el cabello detrás de los hombros antes de impulsarse y empezar a deslizarse escalinata abajo.

En el camino, chocaba una o dos veces contra los muros de la escalinata mientras bajaba, riendo algo nerviosamente, hasta que llegaba abajo, atorándose con el borde de un escalón que no había quedado del todo cubierto, aquello hizo que la charola se levantara y el cayera en la nieve de frente. Y aquello llevaría a algo inusual, se giró dejándose caer de espaldas en la nieve empezando a reírse abiertamente.

Había estado riendo como loco mientras que el otro se deslizaba, dando pequeños brinquitos y saltando emocionado al mirarlo desaparecer cuesta abajo. Cuando el otro le pregunto si había sido o no seguro, había enmudecido. No era seguro, estaba casi con la certeza de que se embarraría en el primer árbol que encontrara pero es que había visto hacerlo a los humanos por ello; siempre había querido intentarlo. Regresó corriendo entonces y tumbó las cosas ofrendadas de otra charola de oro, para acercárla al sitio de salida, subiéndose encima, acomodándose los largos cabellos para que no fueran a atorársele o a enrroscarse sobre la charola y soltanod un gritito de emoción, se soltó.

Iba con los dientes muy apretados, sacudiéndose a cada segundo por la velocidad, las diferencias de altura de los escalones, el aire frío que rozaba su cara ocmo pequeños cristales que cortarían su piel, y su cabello; que a fin de cuentas acabó soltándose de su amarre, quedando libre, despeinado y sobre su cabeza, como si fuese una hidra liberada de su encierro. Gritó otra vez, soltando aquella risa desigual y nerviosa, sin meter los pies en ningún momento para no herirse, más cuando se aproximaba al último escalón, este, al estar carente de nieve, detuvo la charola en seco y envió al dios a un buen viaje dos metros más arriba; estampándolo directamente sobre la nieve, y de frente; por lo que su cuerpo quedó sumido en un cúmulo enorme del vital líquido, dejando únicamente a la vista de las piernas para abajo, las cuales sacudía para dar a entender que estaba vivo mientras que dentro de aquel pilar de nieve, moría de risa a medida que trataba de zafarse.

Había alcanzado a escuchar la risa emocionada de Morfeo a sus espaldas durante el trayecto que había recorrido, donde en realidad si no había chocado con los primeros árboles que encontró en su camino fue puramente un acto de gran suerte, ya que ni siquiera había podido controlar la charola. Ahora la charola estaba a unos pasos de él, tirada sobre la nieve mientras que Bóreas seguía recostado de esta sin poder dejar de reírse; aquello era algo tan poco común como un día de verano en el invierno, sin embargo, no le resultaba molesto, en realidad tenía mucho que no se reía así.

Se incorporó para sentarse y poder mirar al otro dios bajar por aquella rampa. En sus cabellos habían quedado adheridos caprichosamente unos cuantos copos de nieve que podían pasar desapercibidos en sus rubios y platinados cabellos. No se dio cuenta de ello pues su atención de inmediato fue atrapada por aquél dios que venía bajando, cuyo cabello se movía desordenadamente, y que se veía tan divertido. Por alguna razón le llamaba demasiado la atención, no lo podía explicar, simplemente no podía apartar la mirada.

Lo vio alzarse por el aire, aquél traicionero escalón se había cobrado dos víctimas ese día. Cuando lo miró quedar prácticamente enterrado en un montículo de nieve primero se preocupo, pero al verlo mover las piernas no pudo evitar reírse, era demasiado graciosa la manera en que todo había resultado. Se puso de pie para abrazarlo por la cintura e ir jalando despacio de él para sacarlo de la nieve, mientras su risa se hacía más baja discreta. Hasta sólo dejar una divertida y no tan evidente sonrisa sobre sus labios. - ¿Estas bien?-

-Lo estoy... -respondió con una leve sonrisa, no tan avergonzada, pues estaba acostumbrado a ese tipo de caídas y a otras peores dado su caracter inquieto e impaciente. Se sacudió la nieve, sorprendiéndose de que esta se derritiera sobre su cabeza y hombros mojándole la ropa aunque no como debería serlo, igual y se sacudió el hielo en su cuerpo y lo miró con una sonrisa divertida.- Siempre había querido hacer eso pero me daba miedo intentarlo solo... ¿te imaginas que mi cabeza se estampara en el árbol como un melón?

Por supuesto que jamás habría de decirle que lo había enviado primero a él por que: en primer lugar, controlaba el clima, así que si salía despedido por los aires; no se rompería su majestuoso cuello, segundo, quería ver que tan rápido podía deslizarse y en tercer lugar, si algo malo le ocurría, contaba con Boreas para no quedarse allí tirado mientras que el cerebro se le caía por pedazos.

Volvió a reírse, sumamente emocionado aunque dudando ciertamente de volver a intentarlo, más su espíritu inquieto le pedía a gritos nuevas diversiones que pudieran aprovecharse con los poderes de aquel dios menor. Lo observó fijamente, con una sonrisa discreta como si le preguntara, que harían a continuación.

Observó divertido como la nieve que se había pegado al cuerpo del otro se derretía y se hacía agua, aunque claro no se había percatado de que tenía nieve pegada a su cabello, y que estaba en copos pequeños dispersos por sus cabellos. Aquello le daba una apariencia más cercana a su apariencia de dios cuando invocaba al invierno. Era lo más cercano a su forma real, lo que casi nadie había visto, casi siempre se manifestaba en su forma humana, con la que bajaba del Olimpo para quedarse en su torre.

-Sinceramente no habría sido agradable que te estrellaras... pero al menos estas bien- Le acarició levemente el cabello para atraer hacia sus dedos el agua que tenía en el cabello y volverla a hacer nieve antes de dejarla caer al suelo. Observó hacia la rampa donde había quedado marcado su recorrido con las charolas, sonrió de lado, bien, si le había divertido hacer eso, pero seguía prefiriendo patinar.

Se agachó para recoger las charolas, las llevaría hasta arriba y ahí podía crear algo de hielo para patinar. -Vamos arriba- Lo tomó suavemente de la muñeca sin darse cuenta realmente de lo que había dicho, mientras en la otra mano llevaba las dos charolas. Se preguntaba si aquél dios sabría patinar, o también tendría que enseñarle como a su amigo Orfeo.

Lo siguió obedientemente y sin rechistar, subiendo las escaleras con paso hábil, casi podía decirse que iba corriendo pero la sola idea de continuar jugando -aunque los humanos lo llamasen travesuras de un demonio- era una idea tan seductora que debaja de lado cualquier cosa por divertirse un poco.

-En una ocasión que hizo mucho frío, se me cayó al suelo el jarrón de agua de donde penden algunas ofrendas como flores y esas cosas, pero como hacía tanto frío se congeló; y justo cuando iban subiendo los sacerdotes, comencé a lanzarles mandarinas y otras frutas como castañas y naranjas a las escalinatas... -Continuo narrando como estos habían subido corriendo para pillar al blasfemo y no bien llegaron, se patinaron con el hielo, resbalando uno contra otro y lléndose a estrellar al altar, donde quebraron una imagen de barro sumamente delicada que había sido obsequiada por un rey de otra comarca en conmemoración al dios de los vientos.- Nunca me atraparon pero desde entonces los sujetos con cabello azul son demonios...

Una vez arriba, le rozó apenas la mano y nuevamente comenzó a correr, tomando el jarró entre sus manos y derramando el agua en el suelo, haciendo una inclinación para que congelase el piso y demostrarle como había hecho aquella maldad.

Mientras subían por la rampa de nieve seguía llevándolo de la muñeca, si se hubiera percatado de que lo había sujetado así seguramente lo habría soltado al instante algo avergonzado, pero sencillamente no se percataba aún. Sin que él específicamente hubiera tenido algo que ver con ello una corriente de aire frío se coló por el lugar, haciendo ondear sus largos cabellos antes de desaparecer escaleras abajo. En aquél lugar, cuando las deidades del viento estaban por ahí el viento llegaba a actuar como si tuviera voluntad propia.

Ladeó el rostro para observar al dios del sueño mientras narraba su historia, y al relacionar hechos pudo saber exactamente cuando había sido, puesto que los sacerdotes habían estado algo más ruidosos de lo habitual por un "joven demonio sacrílego y alborotador" aquellos creían que había sido enviado por Hades para provocar la ira del dios del viento del Norte y así desatar la desgracia sobre los mortales, pero ahora tenía mucho sentido aquello.

-No puedes culparlos... para ellos cada desgracia es causada por demonios, o por los malvados dioses que somos irascibles y gozamos pisoteándolos- Comentó en cierto tono entre enternecido por la ingenuidad humana, y una vez más molesto por considerarlo temperamental.

Dejó las bandejas a un lado del altar mientras que observaba a Morfeo tirar el agua al suelo, entendía muy bien que quería hacer, pero necesitarían más agua si querían una respetable pista de patinaje. -Con eso no es suficiente... aunque...- Se agachó hacia el charco de agua, pero haciendo soplar una fuerte ráfaga de viento hacia la parte trasera, donde estaban los aposentos de los sacerdotes, y más allá en los aposentos de los dioses, en el centro de esa estancia había una fuente, el agua de esta fue arrastrada como oleaje por el viento, esparciéndose por todo el templo. Tocó el agua del suelo con sólo un dedo dejando fluir ese aire gélido que congelo al instante toda el agua creando una fina capa de hielo por todo el recinto, podrían recorrerlo todo deslizándose sobre el hielo. -Si, así esta bien-

-Pues mira que ellos no son muy considerados... -Refunfuñó por completo en desacuerdo, mirándole de reojo a como iba atrayendo el agua hacía el suelo, analizando sus palabras. Era rezongón a más no poder y si no estaba de acuerdo con algo, lo decía; por ello, no podía comprender como Boreas tratase de ser indulgente y comprensivo con seres tan volubles.- ¡Irrascibles!

Negó y caminó como si tratara de entender la mentalidad del dios del viento invernal, probando con le pie que tan resbaladizo estaba el suelo y la distancia que lo separaba del Boreas en caso de comenzar a patinar.
-Son los seres mas inaccesibles, rudos, volubles, irritables e incongruentes que conozco! Mira que aquella vez en vez de preguntarse si era una señal divina o un accidente o la presencia de un dios, inmediatamente querían envíar a alguien a la hoguera o a desmembrar y como si no fuera poco; no es la priera vez que me miran mal en la plaza por mí cabello azul y ¿que tiene de malo? Es solo un cabello. -Mientras mas replicaba más iba enojándose. Pensar en mortales lo irritaba de sobremanera, tanto así que por ello estaba del lado de Hades y en guerra contra los humanos.- Rara vez son amables, son violentos y crueles y sarcásticos, lascivos y avaros, y aún así tengo que visitarlos a diario y hacerlos dormir; y aún cuando algunos me han visto en sus sueños en vez de saludar siquiera con un Hola, me acosan o me dicen cosas extrañas que no comprendo y aaah claro, el dios del sueño es un anciano barbón, enano y calvo que lleva un reloj de arena de hace tres mil siglos, con sandalias desgastadas y cara de pocos amigos.

Acabó por estallar cruzándose de brazos.