No tenía nada importante que hacer aquel día y cada vez le aburría más quedarse en el Olimpo. Su espíritu era demasiado inquieto para permanecer todo el día holgazaneando y comiendo. Si al menos tuviese algún recado o carta que entregar, estaría un poco entretenido. Sin embargo, hacía meses que nadie pedía sus servicios y eso le puso de mal humor. ¿Acaso se habían olvidado de él? Si era así, tenía que refrescarles la memoria cuanto antes.
Empezaría por los mortales, iría a Atenas y pediría a alguien algún trabajillo. Había escuchado que los atenienses habían construido templos para ellos y que a menudo acudían con ofrendas para pedir una ayuda. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?, iría a su templo y ayudaría a quien acudiese y encima sería recompensado con una suculenta canasta de frutas, o cualquier cosa que le ofreciesen. Sí, aquella era una buena idea.
Surcó los cielos con sus botas voladoras y su bolsa de mensajero, llegando al lugar en escasos minutos. Aterrizó y se llevó la mano al mentón.
-¿Cuál será mi templo?- Graso error... desconocía dónde estaba su templo y sería bastante vergonzoso preguntarlo... ¿Y si se hacía pasar por humano?, suspiró, cada vez había más complicaciones.