-Quiero a esa persona... quiero que sea mía, y que solo yo... pueda excederme con él... y dejarle mis marcas... solo mías...
¿Quién podría entender siquiera, que el dios del amor entre dos hombres; estuviese enamorándose de una esclava? Diariamente iba ella a su templo a dejar ofrendas, rezando por el bienestar de su amo y de su joven amante; obligada a tales oraciones, incuso haciéndolo por deseo propio... Ella amaba a su amo, por lo tanto, su felicidad sería la suya; aunque no fuese a su lado. Eros la observó con suma atención.
Pocas eran las veces que pisaba su propio templo, escasas e innecesarias, realmente; ya que su madre poseía algunos angelillos encargados de realizar aquel trabajo de unir a las jóvenes parejas desde que él había partido a la guerra; por lo tanto, incluso cedió las ofrendas de ese templo a quienes realizaban el trabajo y merecían los obsequios.
Entre los ángeles era sabido que Eros jamás tomaba ofrenda alguna y que estas les eran obsequiadas, por ello dicho templo; estaba casi en su mayoría de tiempo, lleno de los alados seres que iban y venían entre juegos y correteos; sin embargo, en los últimos días, se quedaba durante horas en uno de los pilares esperando que la esclava egipcia apareciera llevando un pan negro, una copa de vino, algunas flores y volviese a orar. Innumerables veces la había visto llorar por su desdicha e infelicidad, su incapacidad de irse, aún cuando la libertad le era concedida, cuidando fielmente a su amo y de que su amante no fuese a dañarlo. No quería ser partícipe de un trío, prefiriendo quedarse en la oscuridad a tener más sentimientos encontrados por aquella moza si se le ocurría presentarse ante ella. Quizás por que ella le era hermosa al no poseerla, cuando era una promesa de placer y amor; más cuando la tuviera, temía que luego de obtenido lo que deseaba, ella le fuese indiferente o incluso atacada por su madre...
Tan diferentes... Miró sus labios coralinos, su tez morena como el trigo dorado, quemado por el sol; sus cabellos negros y lacios, aún cuando en su tierra natal usase aquellas pelucas; no tenía nada que esconder. Su cuerpo suave y curvilíneo, que no se adecuaba a las túnicas griegas, por lo tanto; continuaba usando aquellas túnicas de su región original, entre pendientes de oro, brazaletes y pulseras; como la dorada diadema alrededor de su cabeza... un tipo de noble prisionera.