Dreamcatcher

Al amanecer, después de que aquel sujeto se hubiese marchado, incluso aún antes de que Níobe se levantase, se incorporó y saltó por la ventana, aprovechando la ligereza de su cuerpo y como podía usar en cierta forma, el poder del viento a su favor; tanto como para llevar su música, así como deslizarse a través de este sin sufrir gran daño. No quería que la puerta de madera, al crujir, gruñera con el paso del tiempo, alertando al médico por su falta. Sus cabellos ondearon en el aire, la liviana túnica de seda blanca se elevó dulcemente entre las corrientes onduladas y con un gracil paso, cayó de pie en el suelo de piedra, dirigiéndose presuroso a la habitación donde aquella criatura se hospedaba.

Abrió la puerta lentamente, esperando encontrarle dormido o en su caso, encontrar la cama vacía, donde el pequeño niño se habría fugado; lo cual dudaba, debido al estado en que se encontraba. Lo ayudaría a escapar, pero no era el momento. Había escuchado que el esclavista se embarcaría en un viaje, Dimitri había comentado que un príncipe griego le estaba buscando para llevarlo a tierras lejanas, donde ningún otro capitán había querido ir; más allá de los dominios de Poseidón. Tendrían por lo menos un mes para que se restableciera y posterior a ello, encontrar la manera de quitarle aquella cadena del cuello, de manera que pudiese regresar al mar y tomar su verdadera apariencia y volver a casa.

Llevaba su lira, puesto que sabía de antemano que dicha melodía apaciguaba a los corazones rebelados contra sus dueños, por ello habría de tranquilizarlo; no por temor, puesto que estaba muy lejos del mar para convocar una marejada -ahora que ya no podría transformarse en bestia- sino por que lo último que deseaba era que gastase sus energías recuperadas en una rabieta innecesaria.

Cuando abrió los ojos, lo primero que pensó es que su espalda ya no dolía, recordando como el humano de cabellos blancos y ese otro hermoso hombre le habían estado acariciando la espalda con hierbas y telas humedas, y aunque le había dolido un poquito; para ser sinceros, ahora no le dolían, solo tenía cierta incomodidad pero por las dudas, dejaría en paz la extraña tela que le habían puesto desde el pecho hasta el estomago, aunque esta fuera muy incómoda. En ese momento había sentido la almohada mullida, olía muy bien así que la mordisqueó un rato hasta que saltaron las plumas, lo que lo puso de buen ánimo; por ello se levantó con cuidado y comenzó a mirar el cuartito oscuro donde estaba.

-Yo hambre... -Había dicho a la nada, a medida que olisqueaba en el aire, que estaba vacío de aromas más que el de alguna fruta madura cercana... fue siguiendo el olor hasta un canasto de manzanas y melocotones que yacía olvidado sobre una mesa y cogiéndolo, se lo llevó a su cama donde comenzó a comer con muchas ansias, sin embargo, para la segunda manzana, estaba ya satisfecho y le dolía el estomago.- Yo rápido como...
Se puso entonces a jugar con los duraznos, golpeando uno con otro escuchando el sonido que hacían mientras miraba por donde podía salir aunque sin ese esclavista que lo tuviera amarrado; allí estaba muy cómodo y a gusto. Entonces, cuando la puerta se abrió, quiso salir corriendo, pero vio los largos cabellos del hombre joven y asomó la cabecita con curiosidad en aquella dirección.

-Yo aquí.

-Que alivio...! -Exclamó con voz suave y baja, a sabiendas que si sus movimientos eran rápidos o su voz muy alta, podría asustarlo o alterarlo; por ello, entró en la habitación, con mucha calma y se aproximó a la cama donde aquel jovencito estaba. Miró la canasta de frutos, misma que una mujer regalase a Níobe como agradecimiento, pero con lo ocurrido la noche anterior, no habían podido llevársela, más se alegraba que esta se hubiese quedado allí cuando vio a aquel muchachito alimentarse.- ¿Te encuentras mejor? ¿Ya no te duele?

Era un chico tan tierno, que por primera vez sintió más cariño por otra persona que no fuese Níobe. Se sentó sobre la cama e hizo ademán de levantar su mano para alcanzar la cabeza del muchacho y probar su temperatura, aunque si este había comido; quizás se debiera a que se sentía mucho mejor. Estaba comprobado. Era una especie de serpiente marina o algún ser acuático, aunque no sabía a ciencia cierta si eso se debía al pendiente de oro o al dibujo grabado; o incluso puede que hubiesen sido las dos. Le palpó suavemente los cabellos, sintiéndolos suaves, y rozó la frente del chico comprobando que la fiebre aún permanecía, aunque con menor intensidad que a como llegó.

-Bueno, no se te quitará de la noche a la mañana por muy buen médico que sea Níobe, tendremos que dejarte más descanso, juegos al aire libre y mucha comida sana y deliciosa. ¿Te gusta la idea...? -Se interrumpió. No sabía como se llamaba, pero antes que mirar en el registro como le había puesto el esclavista, quería saber si aquel ser tenía un nombre.-¿Como te llamas?

-¿Mejor...? ¿Que mejor...? -No comprendía del todo la forma de hablar aún de los mortales, puesto que, aunque quería comprender a lo que se refería; o entendía algunas cosas, otras le eran completamente ajenas, como las emociones, los sentimientos o la moral. Sin embargo, al escucharlo preguntarle sobre dolor, señalo con un gesto infantil y un tanto complicado, su espalda; que era el único sitio que le molestaba, aunque no tanto.- Duele atrás...

Entonces achicó los dedos, como había visto hacer a los marineros, para indicar que le dolía un poco pero no tanto. Pero entonces, cuando vio que aquel hombre iba a levantar su mano, no pudo evitar encogerse y lanzar un gruñidito alerta, imaginándose que habría de golpearlo nuevamente, más cuando sintió la mano sobre su frente, se relajó al instante, confundido, mirándolo con mucha curiosidad, acariciándole de igual manera la frente al hermoso joven, imitando su gesto. Juegos, le gustaban, comida, la amaba, descanso; era perfecto. Sonrió muy emocionado y aplaudió, frotando su cabeza contra aquella mano que le resultaba tan agradable ahora que le había dicho todas aquellas cosas y encima no le golpeaba ni había una mirada extraña o de temor en sus ojos; era como una sensación extraña... triste y muy, muy cálida, dulce y confortante.

-Yo bicho, esclavo, hidra, Alcione, monstruo, adefecio, cosa rara, monstruosidad, preciosidad, encanto- Tales eran los nombres con los que se le habían referido en el pasado.- sabandija, sanguijuela, monstruo del mar, maldito... Tú llamas?

Aún le dolía. Por ello sabía indicar la fuente de su incomodidad, lo curioso es que se había dejado los vendajes, lo cual lo impresionó; sin embargo, aunque también estaba sorprendido de que supiera indicar que le dolía un poco, rió bajamente cuando le vio hacer ese gesto con tal expresión curiosa que no pudo evitar sonreír. Era un chico muy inteligente y bastante mono, puesto que no todos los monstruos tenían una gracia tal.

Comenzó a reír cuando sintió la manecilla sobre su propia frente, al mismo tiempo que frotaba su cabeza contra su mano, en ese gesto de un cachorrito que se siente cómodo o quizás seguro. No podía entender como alguien que se daba a expresar con tal facilidad -claro, excepto en su modo de hablar- pudiese haberse ganado tales azotes. Aquel mortal era más bestia que el ser delante de sí, puesto que este se mostraba tan dócil y acomedido a ser ayudado que simplemente le sorprendía la rudeza de aquel otro para con un muchachito muy obediente y cooperativo. Por otro lado, lo que más le impresionaba era su inocencia, la cual jamás llamaría ingenuidad. Estaba claro que era una Hidra, lo escuchó en su nombre pero por otro lado, aunque conocía el destino que todos los de su especie habían sufrido; este crío era excepcionalmente extraño. No solo estaba vivo, si no que conservaba su inocencia y encanto, por lo que supuso que el extraño humano lo había encontrado apenas salir del mar; sintiendo pena por Alcione -que parecía ser su nombre- pues no bien había salido, había conocido la peor parte de los mortales. Siendo capturado.

-Mi nombre es Orfeo y como ves, vivo aquí con el gran médico Níobe y le ayudo.- Se presentó con muchísimo orgullo, pues la sola idea de serle útil al galeno le hacía enrojecer.

-Orfeo... Orfeo.. Orfeo... -Repitió varias veces para poder aprenderse el nombre. Aquella persona le agradaba y aunque quería quedarse a platicar con él un rato, estaba mas desesperado por tomar agua, salir a que le diera el sol y aire, lo necesitaba. Se incorporó torpemente, murmurando sus necesidades, tambaleándose en el camino; pues había querido salir corriendo como hacía siempre pero curiosamente no le funcionaban las piernas como hubiera sido su deseo. Entonces recordó que se sentía enfermo desde que tenía la cadena sobre el cuello y gimió.

-No sale... no sale... -Miró a Orfeo con mucha tristeza y desesperación, encajándose las uñas en la piel con tal de sacar aquel amuleto sobre su cuello y poder ser libre. Estaba claro que no sabía absolutamente nada sobre el trato o mejor dicho, el contrato que se había visto forzado a aceptar. Se dejó caer de rodillas y se puso a llorar, por la desesperación y la rabia de sentirse enfermo por culpa de aquella maldita cadena, de por qué Aurus se la había colgado después de haberle prometido que se podría marchar y de como le lastimó no bien se recuperó de la caída al mar, donde por cierto, él lo había salvado; y cuando quiso defenderse, fue azotado hasta los huesos. Todo esto lo explicó en una serie de palabras inentendibles como era su costumbre, mientras que las gruesas lágrimas le recorrían las mejillas.

Cuando aquel chico se incorporó, lo tomó suavemente de los brazos y le atrajó con mucho cuidado para que no fuese a caer y hacerse más daño. Afuera, Dimitri comenzaba a organizar a las empleadas para que estas se encargaan de la limpieza y el desayuno, Níobe no tardaría en despertar y él ya estaba importunando a su pequeño paciente. Lo ayudó con mucho cuidado a caminar hacía el patio, a medida que el crío le decía que necesitaba agua, aire y sol, con aquel lenguaje tan rústico y complicado que apenas y si le captaba, pero entonces cuando se desplomó y comenzó a llorar; pensó que le había causado un daño enorme hasta que miró como se encajaba las uñas en el cuello con aquella cadena.

-Espera, no hagas eso... te lastimarás más! -Puso atención a toda la jerga de palabras que salían de la boca de la Hidra, entendiendo a muy duras penas que este había salvado al esclavista, lo cual era una pena; puesto que todos se esperaban que Aurus fuese un traicionero sin honor, que este le había puesto esa cosa al cuello; donde le era más que lógico que el niño no entendía que ahora pertenecía a Nicanos ni mucho menos que debía servirle hasta obtener su libertad o la muerte de este y después le había golpeado... típico.-Por favor... permanece quieto. No hay nada que podamos hacer por ahora mientras estes lastimado.

Orfeo frunció el ceño con desagrado, definitivamente detestaba a aquel sujeto. Se inclinó suavemente y abrazó al pequeño niño acariciando sus cabellos, consolándole.

-Al dejar que te pusiera esa cadena en el cuello, al ser tú una sirena o una serpiente marina, estás obligado a quedarte con él hasta que no te quite la cadena del cuello y te entregue tu libertad.- Le explicó con mucha suavidad, rozando dulcemente sus cabellos; apegándole a su pecho para contener ese arranque de ira que veía venir.- Por ello tiene una serpiente en el dibujo, tú eres algo así como una hidra, un dragón marino o una serpiente de mar... aunque el oro, retiene a las sirenas y a los tritones.

Cuando sintió aquel abrazo su cuerpo se relajó, sus sollozos disminuyeron y recostó su cabecita sobre el arco del cuello de aquella amable persona. Estaba muy triste, le dolía el pecho tan fuerte y sentía algo atorado en su garganta que no podía siquiera hablar, las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos; pero curiosamente se sentía tranquilo si esa persona lo abrazaba y le decía que todo iba a estar bien.

Bajó las manita slentamente, dejando que los puntitos de sangre brotaran, por la piel rota a causa de sus uñas. Era verdad, no podía ir a ningún sitio mientras se sintiera tan mal, pero la desesperación e impotencia de no saber por que se sentía tan enfermo era algo verdaderamente molesto e irritante... que se robaba toda su energía. Odiaba a Aurus, lo detestaba con todas sus fuerzas, tanto que de solo pensar en él, se le anegaban los ojos de lágrimas, y su cuerpo temblaba solo por el deseo de encajarle las uñas en la cara y sacarle los ojos; más ahora cuando escuchaba a aquel hombre joven hablarle. Lo había engañado vilmente. Lo había salvado, puesto que le había prometido la libertad si salvaba a Orión; pero era una burda mentira, un ardid para mantenerlo preso y después golpearlo solo por que quería. Él era responsable de que estuviera enfermo, de que estuviera triste y de que no pudiera regresar a su casa.

-Libre... -Sus ojos brillaron. Relampagueando toda la furia y la ira que sentía, enviando aquellas terribles vibras al oceano, provocando una gran tormenta eléctrica.

Las cosas no le estaban pintando nada bien desde que sintiera la energía de aquel chico, por ello, buscó con rápidez entre sus bolsillos, esperando poder encontrar algo que lo distrajese antes de que la energía explotase de su interior y crease un monstruo u otro tipo de espectro que hiriese a los otros pacientes o incluso al médico. Entonces recordó su arpa, y tomándola, comenzó a pasar sus dedos por las finas cuerdas, rozando apenas con las yemas, creando un sonido delicioso y que acariciaba los sentidos esperando poder atraer la atención del chico y tranquilizarlo un poco, pues incluso este no se encontraba lo suficientemente restablecido como para despilfarrar la poca energía que tenía.

La melodía era tan dulce y sumamente cariñosa, que fue expandiéndose en el aire, como pequeños hilos azules que tocaban cada rincón de la casa, haciendo que la flores de la parra abriesen de manera antinatural, el sol que acariciaba brevemente el patio se dejaba sentir ahora con mayor ahínco aunque sin ser violento o agresivo, y el viento frío de la mañana era sustituído por la brisa ligera de una mañana tibia de verano. Por las ventanas, comenzaba a entrar la luz, acariciando las dos cabezas que allí yacían sentadas sobre el suelo, llenándoles de la cálida energía del astro rey, ondeando las túnicas de ambos seres, así como sus cabellos; como si les protegiese en una especie de aura tibia y consoladora, para los sosegados espíritus.

La melodía. Él había oído esa melodía. Había salido por que había escuchado una canción muy bonita una tarde en el mar, y le había gustado tanto que había salido a ver que era; pero mientras mas caminaba, mas se alejaba de aquella tonada hasta que se perdió y ya no pudo regresar. estaba tan enojado, pero sencillamente no tenía ninguna energía para levatarse y buscar a Aurus para matarlo.

Sollozó, con aquel ruidito que haría una cría de ballena mientras que recostaba su cabeza sobre las piernas del dios menor, tratando de descansar. Le dolía la espalda y ahora le ardía el cuello, ya no tenía ganas de salir, solo quería quedarse alli recostado sin que nada más pasara; prefería irse a su casa pero no estaba seguro si podría salir de allí como no había podido salir del barco, pero no quería intentarlo y ver que tampoco podía marcharse.

-Yo casa... yo casa... -al menos si regresaba a su casa encontraría las gigantescas bestias que eran sus padres, algo rudas y sin entendimiento pero no estaría atado y aunque no pudiese ir de un lado a otro al menos no lo lastimaban. Por otro lado, estar encerrado en la oscuridad donde apenas y había que comer y donde el sol no llegaba tampoco era muy alentador; cerró los ojos, quedándose inconciente nuevamente.

(Escena Terminada)