Destino

Su atención se había centrado en aquel joven que tocaba delicadamente la lira. En su visita al teatro, se desarrollaba la leyenda épica entre Cefiro, Apolo y Jacinto; uno de los tantos chismes que el vulgo permitía correr entre sus bocas; alimentando sus mesas cada mañana. Sin embargo, y aún cuando aquel joven no tenía oportunidad de alcanzar a mirarlo desde la altura en la que se encontraban los palcos; dicho muchacho había advertido su presencia y sus ojos habían rozado miradas constantemente.

Entonces la melodía de aquel mortal cambio drásticamente. Era tan dulce y al mismo tiempo tan triste que, a pesar de las miradas de extrañeza de los actores, que fervientemente le miraban observar hacía lo alto; no le interrumpían para devolverle a la obra. Aquel músico estaba siendo partícipe de algún milagro, quizás se había percatado de que alguna deidad le observaba y por ello ponía todo el empeño de su corazón en deleitarlo con su música, por melancólica que esta fuese. El teatro estaba paralizado por completo. Nadie tocaba una melodía tan dulce y fúnebre a no ser que...

Murmullos y susurros fueron levantándose entre el público cuando aquel joven parpadeó y dos grande slágrimas cayeron de su rostro. A través de su música suplicaba por su vida, y eso todos lo notaron; quienes comenzaron a salir del teatro silenciosa y discretamente, pero cubiertos de terror hasta los pies. Hades estaba presentándose. El dios del inframundo era bienvenido en todos lados, pues el respeto y el temor que infundía era legendario; más aquel con vida pedecederá, que se apreciara de vivir, permanecía en las cercanías. Solo entonces, cuando el teatro se vacío y no quedo el alma de ningún curioso, Hades se incorporó de su asiento y desapareció, reapareciendo frente a aquel mortal. Muy lentamente le acarició la mejilla y ese muchacho cerró los ojos con una sonrisa y una última lágrima que resbaló errante por su pómulo; muriendo de un paro al corazón por el terror que había experimentado.

Un extraño tintineo sonó en el vacío de las gradas escalonadas, era el sonido que harían unos cascabeles diminutos, de oro y elaborados de tal forma que cuando su propietario de movieran emitieran ese sonido tan parecido a la llovizna cayendo sobre el mármol de un templo. La figura que lo emitió estaba es uno de los asientos de piedra, en el tercero comenzado desde abajo del anfiteatro y era el único que no se había marchados, sus ojos, de un dorados intenso estaban puestos en el cuerpo que suavemente se desplomó sobre el escenario donde había tocado su última tonada, su canto del cisne.

Aurus había llegado tarde, una mala costumbre suya que jamás se empeñaría en corregir, tenía cita con varios sacerdotes en aquel lugar para hablar de cierta partida de guerrero cuyo fin los religiosos no quisieron confesarle y él tampoco se preocuparía en indagar, lo que ocurría con la mercancía que salía de sus manos no era asunto suyo, la discreción era una de esas normas no escritas para un traficante de esclavos y él procuraba seguirla en todo momento como un credo.

Llegó justo en el momento en que la música expiraba, se paralizó como un ciervo, sorprendido ante la belleza de la interpretación y se preguntó a si mismo cuánto pagaría un patricio por poseer al músico que interpretaba con tanto talento, que parecía haber sido bendecido por la misma mano de los dioses, lo que no podía saber es que había sido bendecido por primera y última vez en esta tierra.

Entró corriendo, moviéndose con aquella gracia felina, con la elegancia de un maestro de arma y la sutileza de un bailarín, arqueó las cejas al ver el anfiteatro vaciándose hasta que sus orbes ambarinos se posaron sobre la figura alta, oscura y ominosa que se situaba en el escenario, frente al muchacho. Y como si fuera un representación solo para él, Aurus se acomodó, el látigo de su cinturón reposó contra la piedra y sus largas piernas enfundadas en unos pantalones bombachos rojos atados a la cintura se cruzaron.

El mancebo murió, Aurus lo supo, había visto morir a tantos hombre que no cupo duda alguna de ello, estrechó los ojos y sintió el frío que envolvía todo el lugar, ahuecando su camisa de marinero hecha de seda roja. Volvió a mover las piernas y las tobilleras de oro con campanillas produjeron aquel sonido dorado. Se preguntó si aquel hombre era un dios o un demonio, un ángel no creía que fuera porque no era un niño flacucho con alas, no, aquel hombre tenía el aspecto de un rey guerrero, imponente, peligroso y poderoso.

Como una enorme sombra letal que se levanta, aquella capa ondeo con el viento por sobre la espalda del dios y acariciando el cuerpo del hombre que se levanta entre tropezones, con gracia, para después ver que tras aquella ráfaga de aire, ha desaparecido el griego que trajes funerarios vestía.
-El ser observador de una escena teatral que no ha sido creada para ojos de expectador, resulta una falta incómoda e inconclusa.-Ahora es el músico quién habla, a medida que de pie; sostiene en sus manos tal esfera de vapor blanquecina, jugueteando cual pelota de tela que es lanzada al aire y es transportada por la brisa lejos, perdiéndose en la oscuridad.- Buscas algo?

Las orbes antes azules, yacen ahora nubladas, en ojos muertos que más simulan a los de un anciano con cataratas. Los movimientos aún eran torpes, un pie que avanza tras otro con dificultad, perdiendo un poco la movilidad en las extremidades; pues en dicho cuerpo el corazón se niega a morir, tras un breve infarto en el que un halo de vida hace su último esfuerzo; más con un crujir sore su cuello, la cabeza mortal queda ladeada y rota, vuelta a acomodar cun cuidado y delicadeza sobre tales hombros, dejando en completo control y movilidad a su nuevo poseedor.

-¿Que quieres, pequeño muchacho?- Una sonrisa multiforme, seguida de aquella voz metálica que retumba en el eco; donde las candelas del teatro se han apagado; y la mas absoluta oscuridad está reinando, el cuerpo cadavérico avanza en las tinieblas hacía aquel que le observa.

Aurus no se movió, sus dorados ojos se posaron sobre aquel cuerpo que caminaba hacia él, sin saber bien a que atenerse ni como reaccionar exactamente, el poder allí mostrado lo paralizó. Era un autómata al que hubieran dado cuerda para que hiciera alguna suerte de juego que complaciera a su propietario, algún malabarismo prodigioso para luego caer de nuevo y si, su amo, se lo deseaba, darle cuerda otra vez. Ahora había un brillo distinto en aquellos ojos.

Descruzó las largas piernas, notando una ligera punzada de miedo, era alto tan extraño, creía que todo su miedo se había quedado diluido con las lágrimas que vertió cuando fue esclavo, todo sentimiento de esperanza, de alegría, todo lo que hubo de niño en él, fue sacados a golpes y su orgullo doblegado por las cadenas que le colocaron en las muñecas y la argolla en el cuello cuya cicatriz estaba impresa en su piel aunque intentara disimular. Un esclavo vive tanto tiempo con el miedo que se convierte en la normalidad para él, el terror es algo constante hasta que lo asimilas de tal forma que llegar a ser parte del alma. Pero aquello…aquello era sobrenatural, recordó por unos instantes a Cervero y los dedos que casi le había arrancado le comenzaron a doler.

Se puso en pie, elegante, notando que la oscuridad ya estaba apropiándose de aquel lugar, sus orbes ambarinos no parecen perder su tonalidad sino que absorbe la poca luz del ambiente como si fueran las pupilas de un gato, sus dedos se deslizan por el cinturón y tomó su látigo que desenrosca, éste parece una cobra que se mueve en el suelo, ansiosa por atacar pero se contuvo, consciente de que un arma mortal no era suficiente para abatirlo pero que le otorgaba la seguridad que no estaba indefenso.

-La vida y la muerte..-la voz de Aurus es profunda, cultivada aunque no pudo evitar que temblara un poco-¿no es acaso siempre una representación de la que todos seremos testigos y protagonistas?-ladeó el rostro, no miraba a la criatura, sino al dios que estaba en el escenario-La más bella, la más terrible-inspiró, notando que frío que se colaba dentro de su camisa roja-Buscaba a unos viejos y estúpidos sacerdotes para estafarlos-sonrió. Pero dio un paso un atrás