Snakes

La mujer es la que mejor se entiende con las serpientes, únicamente aquellas que les saben tratar, como en su momento se vería con Eva o Cleopatra; sin embargo, para una mujer como Hera, la crianza de seres bestiales de elevadas capacidades, resultaba un pasatiempo bastante interesante, que fomentaba sus conocimientos no solo herbales sino en mortales, en alimentos y otras cosas para el cultivo de la Hidra que solía mantener oculta bajo el árbol de plátanos.

Por ello, cuando encontró a Alcione vagando por allí después de haberse alimentado, sintió tanta ternura que, conmovida por los recuerdos, guió a la mansa bestia humana hacía sus aposentos y allí, le escondió durante tres días y tres noches; alimentándolo con gatos, perros y otros animales de crianza y de tamaño pequeño. Al cuarto día antes de la caída del sol, le llevó a los jardines y le escondió bien entre los árboles frutales, donde ninguno de los dioses se paseaba a menos que tuviesen necesidad de recoger la fruta.

Fue entonces que en Athenas comenzaron a desaparecer niños y niñas hermosos y de todas las clases sociales, de un momento a otro; aún en sitios públicos, se los robaban y nadie volvía a saber de ellos, era como si se los tragara la tierra... Pero la deidad femenina sabía donde estaban. Encerrados en un calabozo esplendoroso, con dulces y juguetes; les dejaba vivos hasta que Alcione necesitaba alimento, entonces con el pretexto de un baño desnudaba a dos de ellos y les enviaba a la fuente de los jardínes, donde el monstruo, hambriendo, se lanzaba sobre ellos y los devoraba.

Cabía mencionar que en su forma humana, aquel muchacho permanecía limpio, decorado con joyas y finas túnicas; curiosamente por que, aunque no cumplía en el lecho de Hera, ella gustaba de pasear con él por sus jardines y contar sus penas, sus tragedias, maldades y días buenos. Más cuando Hera se ausentaba por arreglar asuntos pendientes con los mortales, Alcione se quedaba en compañía de centenares de serpientes venenosas, traídas de los confines de la tierra que; entendiendo a su custodio y entreteniéndole con narraciones, daban cuenta a la diosa de los Olimpos si ese decidía volver a marcharse y cuando retornaba.

Rumores se expandían por Atenas, rumores amorfos que compartían solo una característica: la ausencia de infantes sin discriminación de sexo; aquellas historias transformadas en susurros habían viajado hasta el templo del cual el semidiós era guardián, pues ofrendas habían sido entregadas a la diosa Artemis para asegurar a los desesperados padres la caza de un raptor invisible.
El joven de apariencia humana y porte celestial paseaba por los jardines de Era con los pies descalzos y el cabello suelto, lo cierto era que realmente odiaba ese lugar. Odiaba a la mayoría de los dioses, sus juegos crueles y sus traiciones, y aun más, odiaba a Zeus; el solo sentir su aura rodear cada rincón del Olimpo lo enfermaba por lo que, sumido en sus pensamientos trataba de olvidar las malas pasadas que le venían a la mente por aquella presencia.
Tomo un profundo suspiro y se sentó en aquella fuente donde sin saberlo habitaba la hidra. Su madre, Artemisa como es de suponer, le había encargado a Efestos algunas armas, ballestas, flechas, dagas; utilería de cacería; sin embargo aquel encargo tardaría un poco por lo que Ilai estaba condenado a permanecer en esa, su jaula dorada.

Olisqueó en el aire para ver si se trataba de su alimento. Hera había salido y no le había dejado nada con que alimentarse, por lo que estaba muriendo de hambre; y aunque las serpientes le habían indicado no salir cuando hubiese alguien más rondando por los jardínes, Alcione no quiso esperar y las alejo con señas mientras a gatas se asomaba de entre las árboledas y arbustos para ver al extraño sentado sobre la fuente.

Ladeo la cabeza, asomándose cada vez más; viendo que ese era de un tamaño mucho más grande que la comida que usualmente le lanzaban y es que si los niños no ofrecían resistencia, ese sí que lo haría; complicándole más las cosas... pero, ¿y si no era comida? Entonces las otras serpientes le atacarían.

-Quién ser...? -Acabó por levantarse, acercándose lentamente y con algo de temor, pues había comprobado que existían seres más poderosos que él que podían amedrentarlo; incluso humanos que habían tratado de lastimarlo y por ello mejor los evitaba. Su estomago le gruñía con mucha fuerza, aún sus dientes, que se alargaron para cortar la carne de aquel extraño; y sus garras que se estiraron un poco, por lo tanto mantuvo las manos en la espalda y la boca cerrada; con una expreción bastante graciosa. -Tu comida mía?

Lo miro con curiosidad, y atención una vez salió de entre los arbustos. No podía decir que le tomara por sorpresa pues desde un principio había escuchando el roce del cuerpo humano de la criatura con las ojas y ramillas.
Luego negó con la cabeza y contrario a lo que haría en cualquier situación similar a esta, le sonrió. Le sonrió de modo amable y en cierto modo dulce sin dejar de ser frio y distante.
- Lo lamento pero me temo, no soy tu alimento… y tu no eres humano o si?-
Su sonrisa se mantuvo en sus labios al tiempo en que impulsado por el crujir del estomago ajeno, el cual capto debido a su agudo oído, saco de una bolsa de tela una lamina envuelta en una pequeña capa de cuero de animal; la desenvolvió y extendió hacia aquella criatura parte del lomo de un venado ahumado, que había destinado a ser su almuerzo.
- si gustas……-
luego callo

-Yo no humano -Negó mientras se acercaba en aquella dirección incorporándose antes de quedar frente a Ilai, posando sus ojos azules sobre los ajenos y apretando los puños con fuerza, sin abrir la boca. Le causaba curiosidad aquella persona, lo que había ido a hacer allí, pero en especial; el por qué le ofrecía comida sin que se lo hubiese pedido. Quizás era la persona que habría de alimentarlo en la ausencia de Hera, entonces dejó de ponerse en guardia y casi hasta sonrió, mostrando los diminutos colmillitos.

Se inclinó a la palma de la mano del semidios, olisqueando lo que tenía este entre sus manos, no sabiendo si tomarlo o no. Se sentó entonces delante de él, esperando que este decidiera si cortaba o si podía tomarlo; después de todo; Hera era muy especial a la hora del almuerzo y estipulaba que cuando ella se sentaba con Alcione a comer, lo mímino que esperaba eran modales.

Se puso derecho, peinó sus cabellos con las uñas y se quedo quieto y en silencio, aunque su estomago continuaba haciendo ruidos extraños y su apariencia indiferente pero curiosa le daban un aire tan gracioso que cualquiera pensaba que era algún cachorro muy bien disciplinado.