Por un tiempo, pensó que el ir a los baños públicos sería poco apropiado, ya que los mortales eran bastante lascivos y entrometidos, incluso intimidantes cuando les daba por juntarse y hostigar a un chico; había escuchado historias bastante repulsivas, por lo que solía bañarse en el bosque o en el lago del Olimpo, donde siempre se arriesgaba a encontrarse con dioses, ángeles, demonios y algunas bestias de las que se había escondido.
Mas ahora que vivía con Níobe y pretendía que era un mortal, o al menos trataba de vivir como uno; tarde o temprano visitaría esos lugares, compraría comida en el mercado y bajaría al centro de Athenas como uno más. La idea de ser un mortal no le era muy agradable, pero hacer las mismas cosas sencillas que estos hacían, resultaban tan confortantes y satisfactorias que le causaban una sensación de paz que no había experimentado.
Por supuesto, todo esto implicaba que los atenienses, desde las clases más bajas hasta las más bajas conocían y respetaban a Níobe, por que era uno de los médicos más prominentes y generosos que había tenido aquella gran ciudad; por lo tanto, a el le mantenían en consideración y conociendo su lugar, se daba a respetar, por lo que aquellos que no lo saludaban cariñosamente y se ponían a platicar con él, pasaban de largo reconociéndole como la pareja del galeno y eso implicaba que lo dejaban en paz. No había vuelto a ver a los sacerdotes de Zeus, recibía algunas invitaciones a comer o a beber, pero sabía desistir a tiempo; y no le insistían más, aunque a veces debía verse obligado a rechazar los lujosos obsequios que otros hombres y mujeres de alta sociedad le hacían para convencerlo de abandonar al médico e ir con ellos... Pero esa tarde sería diferente. Níobe había salido y Dimitri tenía que ocuparse de unas compras, por lo que le dio algunos dineros de oro que habían guardados y le dio entera libertad de hacer con ellos lo que quisiera...
Quería tomar un baño, pero no sabía como prepararlo, así que por eso, se encontraba allí ese día. Saludó con cortesía a Etheeros, el dueño de los baños y pago su cuota para ingresar; de igual manera, este le cedió una cubeta de madera, un bote minúsculo y le cedió el paso. Más como Etheeros era un hombre que admiraba la belleza, a modo de galantería, por el precio de un baño comunitario con otros ciudadanos, le permitió ir a los salones imperiales, a donde nadie más tenía acceso más que las altas esferas; y como estos siempre iban por las noches, de momento se encontraba solo. Orfeo no comprendió la galantería y supuso que siempre era así, por lo que agradeció entonces con una reverencia y se dirigio a aquellos lugares, sin imaginar siquiera que Etheeros colocaba a un suplente al mando del negocio y entraba por otra puerta secreta que daba hacía un pasadizo de donde se podía observar donde el muchacho de Níobe tomaría su baño.