Remordimiento

Se presentó temprano en aquella morada, mucho antes de que el sol saliera y permaneció sentado sobre la fuente, a la sombra de la parra, contemplando como la noche daba paso al día que renacía con cada salida del sol. Desde temprano, miró a aquel anciano moverse por la casa, los criados ir de un lado a otro, pero nadie podía verle a él; era mejor mantenerse así. Sonrió de reojo al ver las habitaciones vacías, recordaba vagamente haber estado allí por tres personas; o haberlas visto en el caldero de las burlonas arpías.

-Hoy promete ser un día muy caluroso, incluso hay niebla y hace frío.- Observaría una de las criadas sacando agua del pozo dirigiéndose a la cocina, sin detenerse a pensar que ese clima no era provocado precisamente por el transcurso del día; sino por una presencia anormal en la casa. Y cuando salió el sol, la casa ya se encontraba activa, las puertas se abrieron de par en par, dejando el paso a una mujer y a ese niño con una hebra por cordón en la espalda, un terrateniente, otros ancianos más; y divisó junto a ese extraño tipo de anciano que barría, aproximarse a su curiosa presa. Tomó la forma de un gato negro en ese instante, manteniéndose en una esquina donde el sol no tenía alcance; observando aquella escena.

Cariño, amor, preocupación, celos... ninguno tenía cabida en su cabeza, en realidad, le bastaba comprobar que Orfeo se negaba a regresar a los inframundos después de su castigo. Era un peón úitl y permitirse perderlo por causa de ese médico no estaba en sus planes, aunque ciertamente; tal humano insignificante sería su perdición. Cuando este salió, dejando en solitario al peliplata, de un tajo le sacó un ojo a otro gato, provocando entre ellos un gran delirio; que llamaría la atención de aquel que yacía en la fuente; y tomando su verdadera apariencia, más con el traje negro de un miembro del parlamento, quedo cercano a esa esquina cubierta de sombras.

-Luces bien, pequeño Orfeo.

Por un minuto, la sangre no le subió a la cabeza, sus ojos buscaron desesperadamente al médico, rogando a los dioses por que este ya se hubiera marchado; pero aún cuando el aliento se hubiese congelado en sus labios, sabía que tarde o temprano Hades habría de bajar a visitarlo. Siendo una persona que se tomaba su tiempo para analizar la situación, no había perdido el tiempo.

Suspiró resignadamente y sonrió con suavidad a Dimitri quién le observó un poco angustiado, demostrando la preocupación en sus ojos; puesto que un terror profundo lo invadió al momento, no sabiendo a que se debía, pero tenía esa extraña sensación casi todas las noches. Sin embargo, al ser un sirviente y desconociendo el origen de aquel caballero a quién confundió con uno de los integrantes del Senado, le abrió paso cortés y temerosamente, disponiéndolo todo para convidar de las viandas del hogar, en nombre de su amo y anfitrión ausente; a aquel forastero. Al ser Orfeo el amante no oficial, o por así decirlo, invitado de Níobe; no podía disponer de las atenciones que implicaba ser un anfitrión, por ello era Dimitri porta voz y el mayordomo encargado de traer honor a la casa del galeno con su recibimiento a tales visitas importantes.

Orfeo permanecía sentado en aquella mesa en el patio, bebiendo una taza de té de jazmín con miel y leche; que de tener otra presencia y no la del dios del Inframundo, habría degustado con más delicia. A Hades se le habían servido bizcochos, oporto y licores, así como pipas con excelente tabaco; y aunque Dimitri era su mayordomo y anfitrión en ese momento, Orfeo fue capaz de escuchar como enviaba a un mozo mensajero a buscar con urgencia al médico.

-Un cordón muy corto... -Aventuró con una mueca seria y tajante. Tales rasgos, destacados por las ropas negras, lujosas y soberbias; por todo adorno de oro en brazaletes y pulseras, hombreras y pechera; más los largos cabellos negro azabache que por su espalda caían, confundiéndose con las finas vestimentas. No ha tocado el vino, dejando de lado los pastelillos ofrecidos, quién come de la mesa de su anfitrión, no causará daño a la casa. No se rige por tales leyes, más no es aquel su alimento preferido o en todo caso; de su agrado.

Siendo capaz de leer el pensamiento del anciano, virá discreto su rostro en dirección del mozo. Aún cuando puede mover los hilos a su favor y desviar la atención del muchacho, de nada servirá como tal evitar lo que algún día esta predestinado a ocurrir. Su rostro altivo se mantiene, fijado con suavidad sobre los rasgos delicados de aquel joven. Había escuchado los rumores donde Zeus y Apolo comentaban su encuentro con el joven, y en el mejor de los casos; obtener su retorno en el Olimpo, lo que ciertamente le causaba diversión. Si bien aquel humano había cambiado drásticamente sus planes, la historia podría repetirse una y otra vez eternamente, como Orfeo continuara eligiendo tales parejas mortales; pero con aquel humano entrometido, le resultaba ciertamente difícil hablar sin que el anciano decidiera meterse a intervenir. Por tal motivo, decidió dejarle claro quién era y que el peliplata aún se mantiene a su servicio; por ello, sacó de su túnica negra el arpa de oro blanco y cuerdas de plata en donde el nombre del dios menor estaba grabado, colocándola sobre la mesa, a su alcance; como una muda señal de que le entretenga con uno de sus cantos.

Su alma pertenecería a Hades hasta su propia muerte, y ello si le permitía continuar con vida, o con su muerte, sin ser uno más de sus títeres. Miró de reojo a Dimitri y sonrió ocn tristeza, resignación y ternura; inclinando la cabeza para despacharle y pedirle cortésmente que se retirara y les dejase solos. Sus largos cabellos fueron mecidos por la brisa, con suave y dulce ademán, a medida que tocaba su lira; aquel poder sellado comenzaba a manar de él. Los primeros repiqueos de las cuerdas de plata sobre sus yemas, paralizaron el ambiente enseguida. Era una melodía tan hermosa, dulce y al mismo tiempo melancólica; que resonaba en toda la estancia, como el sonido que hace el agua que corre entre las piedras en una noche silenciosa de verano. Los sirvientes se habían detenido en seco, las criadas se asomaron por la ventana; mirando al cielo, mirando la parra, como si aquella melodía las conectara con la naturaleza inmediatamente; y a Dimitri se le anegaron los ojos de lágrimas al comprobar que su nuevo amo no era más que una alondra dentro deuna jaula de oro, tan delicadamente educada para trinar solo para ese extranjero y para su señor, quién sin querer había topado con ella y había provocado su canto.

Comprendió entonces quizás el género de persona que era su nuevo amo. Un esclavo, un sacerdote robado de algú teplo a Apolo o Zeus; que había sido comprado por aquel rico Senador y que difícilmente le dejaría en libertad para que fuera feliz. En las afueras, el tumulto del mercado había cesado y un silencio devastador se servía en los costados de la casa; ya que Orfeo había aumentado la dificultad de sus notas, recuperando su poder lentamente; creando aquel aire de ensueño, irreal y tan cargado de fantasía que su energía manaba por torrentes, haciendo florecere la parra, los maceteros y todo a su paso, en un fresco verdor, el viento danzaba, llevando consigo algunas hojas y flores secas; recorriendo los alrededores. Solo aquellos que no quedaban embrujados por la música se aproximaban como ciegos a la entrada del consultorio, la cual, yaciendo cerrada; les impedía conocer al creador de la música de los dioses.

Ha dejado que aquella melodía permanezca e el aire suficientemente tiempo, hipnotizando a todos los humanos que la escuchan; muy ajenos a que aquellas cuerdas roban su energía y la vacían hacía el peliplata para que este continue su existencia. Tal es el secreto de la lira. Produce el sonido más maravilloso, hipnotizante y aún encantador para los dioses; pero para aquellos que se dejen adormecer por su melodía, extraviados en sus trinos, serán los donantes de energía vital para tal joven que ha muerto por causas de humanos.

Tal energia vital fluye por el cuerpo de Orfeo, realzando su belleza y aún enalteciendo el género de las ropas que porta. Pues aquella energía natural que fluye a su alredeodr, no es otra que la energía vital que mueve a los mundos; de la cual se alimenta para sobrevivir, más cuando ha sido suficiente, posa su mano sobre la de aquel chico para detenerle y la magnífica atmosfera se ve espectralmente cortada, de quién deja caer una estatua de mármol dentro del silencioso templo de Hades. Pero la reacción que sobreviene a continuación no es otra que la del desmayo general de aquellas personas, que dormidas caen como moscas una tras otra; incluso aún dentro de la casa. Entonces sí puede hablar con toda tranqulidad durante aquel breve lapso de tiempo.

-Estás personas no siempre estarán para cederte de su energía, morirán a fin de cuentas; ya que has acortado su cordón de plata con tu tonada... -Observó con aire frío y severo, posando sobre su mano una luz blanquecina de aquel niño que acaba de morir en brazos de su madre.- ¿O quieres asesinar a ese mortal, antes de que las arpías decidan terminar con él?

Al verse interrumpido levantó el rostro. Sus ojos azules cual zafiro tenían un brillo diferente, aún más azules como el cielo y no como el mar oscuro, ya que nuevamente se encontraba en su estado material como dios. Su rostro, más suave y hermoso, dejaba lucir el efecto que toda la energía robada hacía por su persona. Miró con tristeza hacía sus espaldas como Dimitri se había quedado fielmente sentado sobre la fuente, pretendiendo alimentar a las palomas, aunque en realidad lo había estado cuidando; a sabiendas que nada podría hacer.

Las mozas estaban colgando peligrosamente de las ventanas y el silencio mudó de una madre que vela por su hijo no era interrumpido por aquella inocente alma en las manos de su amo. Dejó el arpa y se inclinó, abrazándose con fuerza en una muestra de arrepentimiento. La música era su alma pero al mismo tiempo, era su pecado y penitencia, ya que le mantenía vivo, como no había conseguido hacer tras la muerte de Euridíce; pero ahora era el único medio por el cual podría permanecer en el mundo mortal.

-Níobe... -Susurró su nombre, dejando que sus largos cabellos protegieran su rostro. Las primeras palabras de Hades eran crueles y ásperas. En su intento de sobrevivir le había robado ese último aliento de vida a ese niño y su alma ahora pertenecía a Hades; él se lo había arrebatado de las manos después de meses de lucha, y aunque el médico no lo supiera, él tendría esa marca en su conciencia por siempre. No se atrevía a mirar a Hades a los ojos, ya no quería que lo envenenara con sus palabras crueles; no quería que toda esa paz que había conseguido con ese mortal fuera destruída, no quería saber que Apolo se había vuelto a reír de él, que sus cálidos abrazos eran nada; que Zeus le había tomado el pelo, sintiendo verguenza y desprecio, estaba demasiado inestable como para lidiar con ello y no quería que el medico cargase con todo después de que había literalmente, desmayado a todos a su alrededor. Esa era una carga de trabajo con la que Hermes no podría.

Níobe estaba terminado de vendar un dedo que había tenido que apuntar, su ceño estaba fruncido y sus labios apretados, era el tipo de operaciones que siempre procuraba evitar en la medida de lo posible porque significaba que era irreversible y siempre muy dolorosa para el paciente a pesar de que solía usar una pócima que los dejaba medio dormidos y e insensibles pero eso no impedía que sintieran como entraban en sus carnes el cuchillo aserrado y llegaba hasta el duro hueso para partirlo. Lo odiaba, su único consuelo es que en esta ocasión no había tenido que amputar una pierna o un pecho afectado por un tumor.

Inspiró profundamente y se puso en pie, su larga cabellera estaba atada en su espalda con un fino retal de seda gris que Orfeo que le regaló cuando un día fue al mercado con Dimitri, se lo colocó al médico con una sonrisa, diciendo que hacía juego con sus ojos. Vestía la túnica blanca pero desprovista de mangas, dejando al descubierto sus largos brazos para poder trabajar con comodidad. Se inclinó sobre el paciente que estaba desmayado y buscó su pulso en el cuello con sus sensibles dedos, parecía que todo era normal.

Se giró, alto, majestuoso y sus labios dibujaron una sonrisa cansada a la esposa de su paciente-va todo bien, debe procurar que descanse y no ensuciar el vendaje, vendré mañana-la mujer asintió con varios cabeceos e iba a hablar cuando uno de sus criados se acercó corriendo y le cuchicheó al oído.

-Níobe, dicen que es urgente que regreses a tu casa.

El médico frunció el ceño, sintió un pálpito de terror. “Orfeo”

Antes de que la mujer pudiera añadir nada más salió corriendo, era ágil y sus tiempos de atleta muy buen corredor. El mozo que esperaba afuera se hizo a un lado cuando el galeno pasó a un su lado como un relámpago blanco y plateado.

Dimitri se mantenía a distancia, se sentía atemorizado por la presencia de aquel hombre, no sabía por qué pero emanaba un aura oscura, fría y que parecía capaz de parar el corazón dentro del pecho con solo posar sus ojos sobre él.

Se sobresaltó cuando se escuchó un ajetreo a la entrada y saltó de alegría, aliviado-¡Amo!

Níobe traspasó las puertas y entró en el patio con un revuelo de túnicas blancas que asemejaban las alas de una gaviota, algunos de sus largos cabellos se habían soltado por la carrera y enmarcaban su rostro donde destacaban los ojos plateados y grandes, inteligentes y profundos. Jadeaba pero se obligó a si mismo a calmarse cuando vio a Orfeo y después sus orbes grises se posaron sobre el otro hombre que como un águila negra acechaba a su compañero desde el otro asiento. Comenzó a caminar hacia ellos sin tibuteos, aquella era su casa, su hogar y él su propietario, sus normas y su terreno.

-¡Níobe! -Se levantó al acto, queriendo correr en su dirección, más la presencia de Hades fue tan fuerte que se congeló en su asiento antes de poder ponerse de pie. Bajó la cabeza y suspiró; puesto que tenía estrictamente prohibido abandonar a su verdadero amo, no importaba la persona que fuera. Volvió el rostro hacía el galeno y le sonrió con dulzura y serneidad tratando de mostrarse tranquilo, esperando a que él se acercara. Por como estaban las cosas, no podía ponerse a enfrentar al dios del inframundo, sin embargo; la vitalidad y vidaque recorría su cuerpo se notaba a grandes distancias, ya que lucía aún más hermoso, pero quizás de una belleza ya no terrenal como al inicio, sino quizás más divina que nada, mostrando su origen.

La presencia de Hades daba a entender que no era cualquier persona para mantener como su prisionero y esclavo a cualquiera y mucho menos a un dios. Habría querido abrazarle y preguntarle como le había ido, arreglarle el cabello y acariciarle el rostro; donde Dimitri se acercaría riendo con un vaso de limonada, pero el mayordomo se encontraba encorvado y quizás más viejo, aislado de todos, temeroso de aquel caballero. Sirvió a Níobe una copa de vino y un vaso con agua, le acercó un bizcocho y le extendió la mano con gracia y delicadeza para que se sentara; puesto que si demostraba más afecto, sería imposible que Hades no posara su atención en el mortal, sino es que ya lo había hecho ya.
-Toma asiento con nosotros. Él es... mi dueño. -Níobe estaba enterado de que Orfeo era un dios menor, lo había descubierto la noche en la fuente; donde había atendido sus heridas y la única persona que lo había regresado a la vida era la única que podía llamarlo de su propiedad; así que no faltaba mencionar su nombre para no asustar más al pobre y anciano mayordomo.

Una sonrisa cruel, burlona y despiadada se ha dibujado en su rostro. Tal es la altanería y soberbia de aquel médico que en manos de las arpías se encontraría en breve. Aún sus manos poseían aquella pequeña alma, que pugnaba por escapar y realizar su viaje a los inframundos esperando ser juzgada. ¿Como explicarle a aquel médico que ahora mismo acababa de perder la batalla?

A espaldas de Orfeo, un alarido se libera, y de las habitaciones; llorosa emerge una madre, sosteniendo a su hijo muerto en brazos, suplicando al médico que lo salve, aún cuando su cuerpo tibio e inerte comienza a enfriarse. Ladea la cabeza, con la curiosidad lejana del Caesar en el coliseo, donde siempre verá muerte, matanza y sangre; donde dificilmente se encuentra un espectáculo digno, donde Saturno rige a aquellos fieros leones que habrán de destazar a los mortales allí encerrados. La mujer le mira y se intimida, retrocede y es capaz de percibir algo de su hijo junto a aquel hombre; por ello, ha susurrado una oración a Zeus y se encomienda al mortal, que aún pudiese arrebatarlo de manos de la muerte.

Empuja uno de los asientos con el pie. Es una pérdida de tiempo atender a un esqueleto, más quizás no está de humor para darle vida y hacerlo bailar un rato y después dejarlo caer nuevamente muerto y de bruces sobre la frente; por ello, deberán poner en claro la situación de Morfeo y por supuesto, de ese médico divertido que hace las cosas mas amenas para las arpías y que no se aburran cortando el hilo todo el día.

Níobe mira a la mujer que se acerca y luego al dios, ya sabía quien era, el señor de las sombras, del hades, el dueño del inframundo y sus tenebrosas cuevas, aquellas que aún le estaban vetadas pero que sabía que tendría que visitar no sabía cuando, a pesar del poder de Hades, era el Destino quien decidía cuando cortar su hilo plateado, esa eran las reglas. Nota el silencio que cubre el lugar, parecía que había pasado por allí la misma sombra de la muerte a pesar de que fue el arpa de Orfeo la que llenó de notas el aire, sintió el peso en el corazón, su mortalidad se aferraba con más fuerzas a sus huesos.

Alzó una mano, despacio, sintiendo sobre él los ojos de Orfeo y los de Hades, a pesar de haber renegado de los mismos dioses toda su vida, desde su pérdida, ahora estaba allí con dos: uno era su compañero, el otro era el señor de los muertos. Hades era justo todo lo contrario a él, desde el color de sus cabellos hasta lo que representaba. Siempre quería pensar que la muerte era un regalo, un don para los mortales y no la maldición que lo sacerdotes hacían creer pero teniendo a Hades allí, de repente se preguntó si podía sostener esa misma verdad teniéndolo enfrente.

Todo el mundo desmayado y aquella mujer llorosa en pie, unas lágrimas bajaban por sus mejillas, inclinó la cabeza al sentir como aquella silla golpeaba su muslo al ser impulsada por el pie de Hades-sire-el tono de Níobe era calmada, relajado pero también frío. Recorrió el rostro del inmortal con sus grises ojos que tornaron plateados al cruzarse con los zafiros de Hades-Orfeo-su tono fue más dulce.

Se viró y fue hasta le mujer, tomó el pequeño cuerpo para apoyar la cabeza contra su pecho, frunció el ceño, el cuerpo estaba caliente, eso quería decir que el corazón se había detenido hacía muy poco. Buscó su aliento, si la muerte no había sido más que hace muy poco era posible, quizás, intentar una última maniobra. Apoyó su boca contra la boca del niño y exhaló oxígeno en sus pulmones, haciendo que el pecho se elevara y al tiempo apoyó sus dedos para mover el corazón, intentar que bombeara con un masaje.

Miró suplicante a Hades. Era imposible siquiera pensar en pedirle que devolviera aquella alma, puesto que únicamente les daría vanas esperanzas y el pequeño se convertiría en un alma en pena que no podría ser juzgado por haber vivido dos veces sin estarle permitido; o por el contrario, que el señor de los muertos hiciese de aquel cuerpo una de sus marionetas solo por darse gusto. Lo único que anhelaba era que este no se riese por los intentos de Níobe por resucitar al muchacho, puesto que aquella tierna energía que necesitaba le había ayudado a él a saciar su hambre y aunque para el galeno era imposible ver el alma del muchacho; una vez que el hilo era cortado, esta salía del cuerpo e irremediablemente daba a entender que a quién trataba de desperar era un cadáver.

-Sire... -Su voz era ahogada y arrepentida, más aquella mujer sonrió con resignación y dos lágrimas cayeron silenciosamente por sus mejillas al darse cuenta que ya era muy tarde; pero ella se aferraba a lo único que tenía en ese mundo. No se atrevía a mirar la mueca de su amo, a sabiendas que en sus labios una sonrisa de triunfo, crueldad o maldad, se dibujaría.
-Orfeo... eres muy amable, pero... -Aquella mujer sollozó y se cubrió el rostro, pensando que la mirada triste de aquel muchacho provenía de su empatía por ella y por su pérdida.
-Por favor... -Suplicó bajando la cabeza, dirigiéndose a Níobe y al mismo tiempo a Hades. Uno para que parase de hacer aquello, otro, para que no fuera a realizar ninguna acción; sin embargo, Dimitri se aproximó, como si fuese a disponer de aquel niño y mujer y llevarles a otra habitación, dejando así que su amo se entendiera con ese lúgubre forastero que había causado aquel silencio tan anormal y aterrador.

Níobe se detuvo, cerró los ojos unos instantes y luego los abrió, estaban más claros, quizás dolidos pero esa emoción no transmitió a su rostro-Ya no está en mis manos-le susurró a la mujer que mientras le pasaba el cuerpo a su criado con mucha delicadeza. Le tomó una mano a la mujer y le dio dos monedas de oro, no de cobre como hubiera hecho cualquiera-para el barquero-había que pagar a Caronte en la otra vida y no sabía si aquel niño tendría lo suficiente para cruzar el Estigio.

Se inclinó ante ella, quizás pidiendo perdón, quizás en mudo respeto por su dolor y dejó que fuera tras su criado, emitiendo sollozos quebrados que se clavaron como alfileres en la memoria del médico. Este se giró con elegancia y fue hasta la silla, en silencio se sentó y cogió entre sus dedos largos y elegante la copa de vino, bebió todo su contenido, percibiendo el frío que manaba de su inesperado invitado.

-¿A qué debo la visita señor de las sombras?-su tono fue firme a pesar de percibir el poder que manaba del inmortal y envolvía todo en un manto fúnebre. Inclinó el rostro, estudiándolo, examinando sus rasgos, sus blancos cabellos cayeron por encima de uno de sus hombros como una cascada. Era extraño tener al propio hermano de Zeus allí, un dios al que jamás había rezado y ni pisado su templo.

Ha contemplado tantas veces dicho espectáculo que las acciones del sollozo-llanto son poco impresionantes, pero aquel médico se niega y nuevamente pretende jugar a las vencidas; aún sabiendo que la oportunidad de la que pretende servirse es nula. Ha bajado la cabeza, dejando que sus cabellos negros cubran sus ojos y su rostro en totalidad, pero la sonrisa burlona apenas y se disimula del médico que afanosamente trabaja y de la madre esperanzada que observa anhelosa que su hijo abra los ojos. Tantas veces se ve tentado a devolver a aquel niño, pero lo detienen los ruegos patéticos del dios menor; ya que aquel decenso de aquella vida mortal es otro buen instrumento de tortura.

Ha apoyado su cabeza sobre su mano, tras una mueca fastidiada y aburrida. No es humano, no admite que se le ignore y se falte a la buena hospitalidad por una eventualidad cualquiera como es el fallecimiento de un mocoso desconocido y que ni siquiera le interesa.
-Toca.- Ordena. No le interesa como lo tomarán aquellos presentes, más es una oferta de paz que Orfeo no puede negar si quiere evitar otro más de los milagros que está acostumbrado a realizar. Aquella mujer puede interpretarlo como una melodía para su hijo, el dios menor hace y deshace a su gusto con las energías que la lira toca y poco le interesa mientras pueda mantenerse entretenido.

-Hades le ha llamado a su lado. Había llegado su hora.- No pretende siquiera ser cortés, respetuoso o amable, simplemente desea que aquella vieja lo acepte y los deje tranquilos; aún cuando ella se intimida por su mirada incipiente y aquel anciano se acerca para llevarse al niño. Más cuando la accion se ha visto realizada, su dedo señala con discresión y posesión a la pieza frágil delante de ambos, que tiene la lira entre sus manos.- Eso es mío.

Mira a Níobe casi con súplica y disculpa, moviendo el rostro en otra dirección para ocultar su tristeza y verguenza al ver el gesto apagado y deprimido del galeno tras la partida de aquella mujer. Tomó la lira entre sus manos, rozando con la yema de sus dedos las finas cuerdas de plata, que dejaban brotar aquella dulce melodía pero más triste aunque sin perder la serenidad habitual. Escuchaba atento las palabras de Hades y muy en el fondo, agradecía que no hubiese jugado con la persona más importante para él y con aquella buena mujer que lo único que sabía hacer era amar a su hijo por sobre todas las cosas.

Esperaba que ella pudiese tomar aquellas tañidas como un himno en despedida a su pequeño hijo, a quién él le había arrebatado el último sopló de vida; de la misma manera con la que ahora trataba de confortarle. Sin embargo, lo que aún no podía explicar quizás era que si el dios del inframundo disponía que regresará con él; se vería obligado a abandonar a Níobe y obedecer. En otro tiempo se habría enfrentado a Hades hasta el cansancio, pero por ahora lo único que podía hacer era mantenerlo sereno; a sabiendas de que él quizás solo iba a atormentarlo como siempre. Estaba claro que mientras el médico permaneciera en la mesa, no podrían sacar a colación el castigo, el haberle retirado la lira y por lógica, la relación familiar inestable que había entre Zeus, Apolo y él.

-Níobe... lamento que... hayas perdido a tu paciente.- Susurró suavemente, dejando que sus largos y delicados cabellos plateados cayeran suavemente sobre sus hombros como hebras de seda, cubriendo su rostro y sus ojos.

Níobe no lo miró, solo miraba a Hades y despacio se fue dibujando una extraña sonrisa en su rostro, era tan peculiar como escalofriante. Qué singular resultaba toda aquella situación, con Orfeo estaba dispuesto a pensar que quizás los dioses tuviera derecho a un voto de duda pero ahora con Hades allí, no estaba tan seguro de ello. Le daba la impresión que el poderoso señor del inframundo era un chiquillo, un niño al cuál si le quitas un juguete se pone a berrear, tiene caprichos crueles y acude, vengativo, a buscar lo que cree que es suyo aunque jamás realmente lo ha poseído. Era tan decepcionante. Hubiera preferido que fuera por otra razón distinta que la del mero orgullo.

Ladeó el rostro apenas, los ojos grises se estrecharon-era su hora-apuntó simplemente, vida y muerte eran un círculo sin fin, ni siquiera los dioses lo podían romper, incluso un dios podía morir.

Escuchó la música y suspiró levemente, tratando de calmarse, preguntándose qué buscaba aquel viejo dios, nunca le había rezado, ni dado ofrendas, tampoco a ninguno de los otro y por eso se había ganado la enesmitad de los sacerdotes. Y ahora los mismos inmortales iban hasta su humilde morada.

-Hace un tiempo visite en esta casa a tres mujeres, dos eran aún unas niñas.- Retoma con gesto jugueton y divertido, no lo mira; no se lo dice al médico; en realidad es para Orfeo. La única razón por la cual está allí es por hacerle saber que aún tiene un amo al que pertenece. Más los humanos son tan entrometidos que no puede menos que divertirse. -Aún aman al hombre con el que vives y este aún les ama...

Habla como si aquella persona no estuviera. No le ignora, simplemente no le toma en cuenta para nada; su objetivo es otro. Observa a Orfeo, con una mueca despiadada y cruel, una sonrisa divertida de la situación. Le habla de aquellos cuartos que permanecen cerrados, vedados a todos, incluso a él; lo cual le parece apropiado si es un tipo de altar silencioso a las únicas personas a las que ese Níobe ha amado.

-No es correcto que profanes tales memorias, procura no volver a entrar. Los mortales aman o adoran a sus dioses por muy poco tiempo; pero entre ellos el amor suele durar más tiempo. -Sabe que tales palabras herirán al dios, y tal es su deseo; a sabiendas de que una marioneta que es capaz de pensar por sí misma se mantiene con poca utilidad. Se ha levantado, rodeando la mesa y roza con su mano aquellos cabellos rubios; una caricia fría y melosa; que eriza la piel de ese mortal. -Los amores entre humanos difícilmente se ven rotos o dejados en el olvido por el de los dioses.

Por un momento pensó que dejaría de tocar y pondría atención a las palabras de Hades. Era verdad, Níobe había tenido una esposa y dos hijas a las que aún amaba, hasta hacia un mes y eso no lo podría cambiar nunca; tampoco le apetecía cambiarlo. Después de todo, fue por aquel evento que él pudo conocerlo, que se encontraron en aquella ocasión donde el médico había ido a despedir a su gata muerta, repudiando a los dioses que le habían arrebatado a su familia, a sus seres más amados, al igual que a él.

A pesar de que le dolía pensar que la persona más importante para él aún amaba a alguien del pasado, no estaba allí para disputarse un lugar, Níobe lo había salvado; en demasiados aspectos, incluso gracias a él, había podido hablar con su padre y con Zeus sin un enfrentamiento; ya que a través de sus ojos había podido comprender como se sentían ellos en todas y cada una de las ocasiones, y por mucho más tiempo del que él pensó que soportaría. Dejó de tocar, pensando en que si permanecía junto a Níobe, el carácter de este chocaría junto con el de Hades y si le ordenaba este último marcharse; con seguridad no tendría mas opción que obedecer.

-No pretendo ocupar... ningún sitio.- Por un momento se sintió como un niño pequeño, que yace frente a un empleado de su padre; incluso y a pesar de ser un importante hombre, él como niño no tendría suficiente importancia, no más que el empleado; por ello su palabra no era tomada en cuenta.

Níobe apenas se movió cuando aquellos dedos vagaron entre las sedosas hebras de su larga cabellera como el aliento de un fantasma, colándose hasta la sensible y tibia piel de la nuca y bajando por el cuello para intentar colarse dentro de su pecho. Se imaginaba que si Hades llegara a tocarlo lo congelaría, quizás un dios pudiera soportar su abrazo que dudaba que la carne mortal hubiera sido hecha para aguantar que aquellas manos la recorrieran.

Inclinó la cabeza cuando aquella voz oscura, espesa, nombró a su esposa y sus hijas, le sorprendió que hiciera mención de ellas, era evidente que Hades tenía que saber algo puesto que las féminas pasaron por sus dominios, esperaba que al menos estuvieran en los campos Alisios. Alzó la vista y sus ojos grises recorrieron la planta superior de la casa hasta la puerta que estaba cerrada, clausurada para cualquiera, allí había explotado la noche en que descubrió a Orfeo entre sus paredes, no pudo contener su cólera. Todavía tenía presenta sus muertes, padecieron lo indecible hasta que Níobe, incapaz de poder se insensible a sus gritos de dolor, las durmió con una potente poción de madreselva, en realidad una especie de veneno, se la administró cuando supo que el fin era inevitable y prefirió ahorrarles el dolor. Fue curioso comprobar que la plaga no lo tocó, estuvo días y días en contacto con muchos enfermos pero ninguno le transmitió la enfermedad, no supo si que aquello era un castigo de los dioses o una bendición aunque en aquellos días fue como un muerto en vida.

Giró la cabeza cuando escuchó las palabras de Orfeo, sus ojos grises recorrieron su rostro, percibiendo el dolor, el sufrimiento y la humillación, sometido, parecía que perdiera las esperanzas a cada segundo, volviéndose más pequeño en la presencia de su amo. Lo que había sospechado en el primer momento ahora se confirmaba plenamente, Hades era su sire. Y además se había presentado en la propia casa del médico como si fuera la suya propia, ¿ahora tendría que soportar que viniera cuando se le apeteciera sin invitación previa? ¿Qué viniera a turbar a Orfeo con sus palabras y su tenebrosa presencia? Comenzó a fruncir levemente el ceño, se podía tener miedo de Hades, eso sería lo lógico pero él estaba molesto, le importaba poco que fuera el dios de los muertos, nunca besó los pies de estatua alguna que representara un dios.

Se puso en pie de repente, los blancos cabellos se agitaron y dio varios pasos para colocarse delante de Hades, cubriendo a Orfeo -¿De qué tienes miedo?-alzó sus manos y rasgó la parte delantera de su túnica, mostrando su clavícula perfecta y su pecho desnudo, lampiño-Solo soy un mortal, bajo este pecho hay un corazón mortal..-dio un paso hacia delante, situándose al alcance del dios-solo viviré unos años más..pocos..no lo sé-susurró pero su voz se escuchó nítidamente-y luego seré tuyo.-su voz enronqueció, ¿estaba condenándose en la otra vida y en esta por desafiarlo?-¿qué importa que Orfeo se quede ese breve tiempo conmigo? Para ti solo será un suspiro.

-Comprobemoslo.- Ha deducido. Aquel mortal le divierte y con tal de verlo un tanto molesto, resultab una empresa interesante el torturarlo un poco más. Su mano fría y tersa como el alabastro se posa sobre el pecho de ese humano, donde la palma fría se aferra a aquella carne transmitiendo toda la gelidez que es capaz de proveer en ese momento y en ese sitio tan tibio. Por causa de ese efecto, le empuja hacìa atrás, pues aún cuando el corazon sea uno de los organos más valiosos del cuerpo y el más activo; si es sometido a una fría temperatura, se crearán coagulos en la sangre que quizás al regresar a la arteria principal, causen un infarto a su poseedor. Con aquella facilidad, le empuja de espaldas, a la distancia sufuciente para que resbale por el suelo y termine estrellándose en la escalinata de la fuente.

Se ha vuelto hacía Orfeo y tomándole con fuerza del cuello, le atrae hacía él; rozando su rostro con el ajeno, acariciándole con suavidad la mejilla. Puede amenazarle o mostrarse tan terrible como en verdad es, sin embargo; aún le es una pieza muy útil para contra los dioses y aquellas oportunidades no se desaprovechan.

-Permanecerás a mi lado cuando requiera un trabajo o cuando te llame, más por ahora eres libre de permanecer al lado de ese... mortal. No olvides que por una humana has perdido tu ama, se cuidadoso, pues él te haría perder la vida, Orfeo. -Habla con seriedad, pues el cordón de plata del dios menor es ciertamente mas corto que el de ese mortal. -Habrá un banquete en el Oimpo pr el regreso de Poseidón. Me pregunto si deberías asistir, ahora que Zeus les ha dicho a todos que ha hablado contigo; y de las disculpas que ofreciste a Apolo. La discresión no es su fuerte así como tú tampoco eres el orgullo de los dioses el sol.

-¡Maldito sea Zeus y su Olimpo! -Blasfemó liberándose del agarre de Hades y emprendiendo carrera hacía donde Níobe se encontraba, incándose inmediamante a su lado para tomarle con suavidad y verificar si se había hecho daño; puesto que aunque había sido nada más que un empujon, no era la misma fuerza de un mortal a la de un dios. Miró a Hades fijamente y asintió, aunque con más desición que sumisión a sus palabras; trabajaría para él cuando lo necesitara y poco le importaba el reino de su abuelo, así que podían decir misa si se les daba la gana.

Se volvió hacía Níobe y besó su frente con mucha delicadeza, haciendo que sus cabellos plateados y suaves cubriesen el rostro de la persona más importante para él, manteniéndole fuera de la vista de su amo; y que este no pudiera continuar hostigándolo a través de él.
-No me importa así Zeus reacomode el cosmos, continuaré sirviéndote e iré cuando me llames pero por favor... -Su voz había sonado más áspera y furiosa, sus cabellos ondeaban con su propia energía y sus ojos azules brillaban como el cielo por la mañana. Su cuerpo manaba una sensación de calidez, una tibiesa que no se consigue colocándose al sol una mañana invernal o acercándose al fuego después de la lluvia; era más parecido a un abrazo cuando se estaba deprimido o molesto.- Ya es suficiente...

Solo a Hades había suplicado tan patéticamente por la vida de Eurídice, ya que nunca se había rebajado ni dejado su orgullo de lado; y aún molesto, continuaba pidiéndole que dejase al galeno fuera de aquellos asuntos.

Níobe inspiró profundamente, buscando el aire del cual lo había privado Hades cuando lo lanzó contra la fuente como si fuera un mero muñeco de trapo, su espalda había golpeado las piedras de pila y le robaron el aliento con la sacudida. Alzó una mano y se la llevó a la túnica, cubriéndose el pecho, en él, estaban las marcas azuladas de las yemas del dios que dejó impresa sobre su piel desnuda, apretó los dientes y se fue sentando poco a poco, rodeado por la cabellera de Orfeo que estaba inclinado sobre él.

Estiró el cuello y sus ojos grises se posaron en el rostro del dios, esperando, notaba que la cólera iba creciendo dentro de él, puede que Orfeo no se atreviera a levantarle la mano a su amo pero para él ahora no solo era un extraño sino el dios que se atrevió a marcar la espalda de su compañero, atravesando la blanca piel e hiriéndolo cruelmente. Alzó una mano y apretó el hombro de Orfeo, estaba molesto y triste, sobretodo triste porque Orfeo jamás sería del todo suyo, nunca lo tendría por completo para él, eso solo era una ilusión.

-Fuera de mi casa-le siseó a Hades, comenzó a ponerse en pie, con la mano pegada al pectoral, cubriendo las evidencias del toque del dios sobre su carne mortal-Vete, no has sido invitado. Fuera de mi casa-y avanzó un paso hacia Hades.

Con aquella sonrisa burlona, libera una carcajada cruel y despiadada. Un mortal puede ser causante de muchos tropiezos entre los dioses, pero para aquellos que saben apropiarse, significa de igual manera algunos ascensos útiles. Observa atento a Orfeo, al tiempo que coloca la lira sobre la mesa como un recordatorio de sus acciones. Por ello no ha escuchado aquella despedida por parte de su anfitrión y poco le interesa.

Tal persona es quizás ahora un vínculo útil para someter al hijo de Apolo si este se niega a servirle, puesto que aún cuando el listón de plata que posea resulta quizás largo, quizás corto; puede proveerle de hermosura y juventud aún cuando alcance la edad de 70 años; y si acaso llega a morir joven, le devolverá a la vida para que le sirve como hace ahora su dios menor y enamorado. Ha salido de aquella casa. De nueva cuenta debe ir a recoger algunas almas que han perecido por causa de la lepra y tumores cancerosos, tisis incipientes y otras tantas más; más como recordatorio, deja ya sobre el portón de aquella casa, tres ramos de flores que simbilizan los retoños preferidos de aquellas mujeres que ha recogido en tiempos pasados.

-Hasta entonces Orfeo, y recuerda tus palabras.- Nadie del mercado advierte su presencia, a pesar de que las túnicas de deidad adornan su cuerpo, nadie advierte los negros corceles que tiran de su carro en aquel esqueleto bizarro de ojos de fuego; y que emprende un viaje entre las arenas, liberando chispas de fuego. Piensa que es tiempo de realizar su siguiente jugada en el Olimpo, aprovechando los festivales en honor a Poseidón.

-¿Te encuentras bien? -Había sentido aquel apretón fuerte sobre su hombro, lo que le provocó cierta incomodidad más que dolor. Aún cuando Níobe se hubiese incorporado para echar a Hades, algo que realmente lo sorprendía; ignorando si el dios de los muertos lo había escuchado o no, la persistente mano del médico sobre su regazo le indicó que estaba lastimado. Posó su mano suavemente sobre la ajena y con mucha delicadeza la retiró, observando con rabia como aquellos dedos habían quedado marcados. Hades se había atrevido a marcarlo. Sus ojos brillaron nuevamente con furia, pero a fin de cuentas, se encontraba solo con el galeno. Desde hacía tiempo había dejado de creer en el poder de zeus y de Apolo y sabía que por mucho que él rogase por que protegieran a Níobe, ellos estarían aferrados a sus reglas y leyes, por lo que aún si escapaba de Hades, si no estaba él, no le interesaba regresar a los Olimpos.

Abrazó posesivamente a Níobe, quizás en un arranque de temor de que fuese a enfadarse con él; le rodeó por el cuello y lo aferró a su cuerpo, depositando un suave beso sobre su cuello, subiendo con lentitud por su barbilla y besando por último su mejilla. No tenía palabras para describir lo avergonzado y arrepentido que estaba de aquella escena montada por el dios de los muertos, por ello simplemente permanecía en silencio; después de todo, como el galeno lo había dicho; quién disponía de voluntad y palabra en aquella casa era él. Orfeo era solo su invitado y huesped.

Níobe jadeaba, su respiración que era forzada entre sus labios se escuchaba con claridad, sentía tanta rabia que sus manos estaban temblando, los dedos se cerraban y se abrían solos como si quisiera estrangular a alguien con ellos, apretar con tanta fuerza que se le rompieran e imaginar que era el cuello de Hades el que se quebraba bajo su presión. Cerró los ojos cuando aquellos labios se posaron sobre su cuello, justo sobre aquella vena que latía, poniendo en evidencia su acelerado corazón, el aliento perfumado de Orfeo corrió hasta llegar a su pecho donde palpitaba las marcas impresas y azuladas, aquel toque sobre la mejilla lo conmovió, tan parecido al beso de consuelo de un niño que del hombre que lo estaba abrazando.

-Lo odio-susurró, su tono era helado para bojo el había un fuego que podía dejar ciego al mismo Apolo-lo odio..-se separó de Orfeo, ladeó el rostro, se mordió los labios-si tuviera el poder de matar a un dios..sería él-avanzó dos pasos hacia la salida-no me toques-le pidió, dolido, porque se sentía sucia, quería llenarse las manos de sangre, tenía tanta cólera dentro que temía perder el control.

Volvió sus ojos grises hacia Orfeo-es tan repugnante que sea un dios..¿cómo pudo amarlo Perséfone?-su sonrisa fue ácida-ah claro, la secuestró, la obligó como a ti porque se enamoró..-estrechó los orbes que se tornaron plateados, fundidos-se enamoró de ella y de ti. No sabe hacer las cosas de otro modo, no puede..-se quedó confundido con su propio razonamiento-como el escorpión que mata sin pensar..es su naturaleza-se frotó el pecho dolorido.

-Los dioses son niños pequeños y caprichosos que no les interesa destruir cuanto hay a su alrededor hasta poder obtener sus deseos; así sean peticiones sumamente importantes o banales.- Replicó en un suspiro sutil, observándole de reojo, apartándose de su lado como le había pedido; aunque más que pensar que el médico se sentía sucio, imaginaba que se debía a que no lo quería cerca de él por las dificultades que le estaba ocasionando. -Persephone era una mujer fría y codiciosa quién no se conformó con ser hija de Demeter, aún incluso tuvo por amante a Adonis aún estando con Hades... No fue obligada a nada. Pero en mi caso... yo le vendí mi alma a cambio de otras cosas...

-El amo desea estar solo, muchacho. Ven conmigo... -Interrumpió discretamente Dimitri desde la puerta, seguido por aquella manada inquieta de gatos que maullaban y corrían en dirección al dios menor, empujándole con sus epqueñas cabezas, mordiendo sus túnicas y jalándole para que fuese con ellos y dejasen que a Níobe se le pasase el enfado. Orfeo no quería marcharse, pero su sola presencia era un recordatorio de que Hades había estado allí, sin embaro, no deseaba poner a Níobe de peor humor así que regresó a la mesa donde el dios del inframundo había estado -incluso las tazas de vino y té se habían congelado y las hojas de las flores, así como sus flores se habían marchitado y la fruta podrido-, de donde tomó su lira para entretener a los mínimos con sus melodías desde un sitio apartado, siguiendo el consejo de Dimitri y así dejar de estar molestando al galeno.
-Lamento que tuvieras que pasar por esto-Miró a Níobe por encima del hombro y suspirando se retiró a los huertos para darle su espacio.

(Escena terminada)