Sleepsong

Tal encuentro le había resultado embarazoso bajo cualquier concepto, más por mantener su silencio; y quizás abierto a su curiosidad, había aceptado un segundo reencuentro, de allí que se mantuviese aquel día presente en dicho templo. Y aunque de aquel sitio se hubiese hecho a la idea de que pertenecía al dios del viento, siempre se había referido a Boreas como tal; más cuando cayó en la cuenta de que al nombre debía agregarle una estación del año; entonces cambiaba mucho la situación. De cualquier modo, tal lugar le pertenecía al mayor de los vientos o al menos por antiguedad; ya que había escuchado de los sacerdotes que dicho dios pasaba la mayor parte de sus días allí.

Mientras pensaba tales cosas, subía los escalones que le guiaban ante los pilares, pero aún así; no ingresó en aquellas paredes de piedra, sino que permaneció sentado en la recargadera labrada en mármol en espera de aquella persona con la que había ido a reunirse. Fue cuando decidió tomarse algo de tiempo y observar el paisaje, así que diose media vuelta y miró a su alrededor.

La elevada luna llena iluminaba el bosque bajo aquel templo, los mármoleos escalones y los altos y esculpidos pilares del templo-reloj, largas hileras de hojas secas, verdes y flores; eran arrastradas por las ráfagas de aire del este, anunciando la proximidad de su deidad, y el cielo se mantenía despejado, inmaculado y sin estrellas que brillaran, ante todo era un paisaje silencioso pero muy sereno. Había supuesto que reinaría el frío, por lo que se había mantenido con una túnica de manga larga y de una tela un poco más pesada que la gasa que acostumbraba a utilizar; por lo que el ondeo de la lana apenas se notaba entre las suaves corrientes de aire.

Estaba por arrepentirse. Para ser exactos, ni siquiera deseaba estar allí pero un acuerdo era un acuerdo le gustara o no, así que tomó asiento sobre aquella pared con rostros de niños soplando, con las mejilals infladas; empujando pequeñas nubes y para cortar únicamente el sonido del viento, se puso a cantar una nana.

Conocí su llegada, aún cuando fuera cubierto. Las flores y las nubes me susurraban su llegada, los árboles murmuraban el evento y aún así; quise darle su tiempo. Lucía tan incómodo como en nuestro primer encuentro, no cabía duda que ese chico mantenía una gran energía. Era un buen clima, yo me encargué de que lo fuera; pues Boreas ha territorializado el templo y nadie viene por el arrogante clima del invierno, así que quiero cambiar eso. Y la mejor manera es atrayendo primero la bendición de los dioses; aunque en este caso, pretendo atraer únicamente a este en especial.

Lo deje hacer a su antojo, puesto que la incomodidad en su faz era exacta y aunque me divierte el molestarlo; no quiero que se vaya si no ha llegado. Pero al escucharle aquella nana, mis deseos de verlo enojado desaparecieron, simplemente me quee recargado en los pilares del templo y cruzao de brazos lo escuché atentamente. Era conciliadora la melodía, muy suave y dudosa, pero relajante; No tenía el valor de levantarlo por los aires como pensé en un principio, no era ético y muy saludable para mi propio cuerpo pues si lo ponía de vuelta en el suelo; él estrellaría con seguridad mi cara en las escalinatas.

Por sí solo era una persona extraña, pero cuando estaba en compañía de alguien cambiaba de un momento a otro y eso me causaba algo de gracia, de cualquier forma no podía interrumpirlo; así que deje manar aquellos vientos cálidos a su alrededor, en una forma muda y discreta de disfrutar de la velada que comenzaba a otorgarme.