Las tsunamis, los torbellinos, las tormentas o los terremotos...todos eran desastres que siempre le achacaban los humanos a sus congéneres. Y era cierto. Por ellos, como dioses eran capaces de hacer y deshacer a sus anchas, a su antojo y a complacencia, porque aunque causaban hecatombes, algún beneficio acarreaban, ya fuera visible o no, lo había siempre. Los dioses superiores eran sabios, aunque caprichosos algunas veces, sabían lo que hacían...en cambio el humano era tan diferente. El humano no dejaba, aún con cierta carga de años que le hiciera parecer "adulto", dejar de actuar como una criatura extraviada e ignorante de cuanto le rodea. siempre tan ignorante y atrabancado, nunca piensa antes de actuar. Parece siempre ciego a todo cuanto se le ofrece en bandeja de plata y parece tener una necesidad innata por destruir lo que le beneficia y le engrandece. Es autodestructivo, es apasionado pero no comprende limites, no conoce las fronteras que delimitan su lugar con el de los dioses, siempre en busca de más y de lo que no le pertenece.
Tragó saliva demacrado, cuando sus pies descalzos se arrastraron a través de las cenizas incandescentes, que él no sentía. Sus ojos esmeraldas recorrieron con melancolía todo cuanto permanecía al rojo vivo y del resto que se iba alejando junto con el viento. Animales, césped, árboles, casas, todo cuanto su mirada había visto un día antes tan lozano y espléndido, ahora se deshacía a merced de las llamas de un bastardo inmundo lo suficiente fanfarrón como para sentirse engañosamente superior y poseer la autoridad para arrasar con la vida ateniense.
La frialdad con la que habían permitido al lugar quemarse y la astucia del malhechor para deslindarse de tan horrible atrocidad, le hacían bullir la sangre en enojo, mucho más potente y destructivo del que había sentido en largos siglos. Era imperdonable, como los enormes rebaños ahora habían quedado reducidos a barbacoas maltrechas embarradas en las cenizas y los cedros tan longevos e imponentes no merecían ahora más que el título de leña quemada, ahora empapada luego de la lluvia que los dioses enviaron caritativamente a la Tierra.
Muchas mujeres, lloraban al haberlo perdido todo, niños confundidos buscaban con desespero a sus progenitores y muchos otros sostenían entre sus brazos a sus seres amados que agonizaban con los miembros carbonizados. Una escena horrible, para nada agradable y aún siendo él un dios ¡No había nada por hacer! A lo lejos una presencia angelical permanecía hundida entre las cenizas mojadas, un rostro magnifico que imaginó, sería imposible se tratara de un mortal, le miró fijamente más de momento no buscó llamar su atención. ¿Sería acaso otro de los que lamentaban la desgracia o no era más que otro de los malditos que le habían dicho que era mejor dejarla hacerse cenizas?