Extraño.

Huh, qué interesantes eran los humanos, sin embargo, por alguna extraña razón ese día todos se mostraban tan comunes y aburridos como nunca. Investigando, yendo y viniendo en busca de algún humano que le mantuviera entretenido, dio con el lugar en donde reposaban los cuerpos inmóviles y sin vida de los habitantes de Atenas. Estaba aburrido, cosa que no era novedad, y eso le fastidiaba. Pensó unos segundos, quizá iría a desenterrar alguno de esos cuerpos para ver de qué habían muerto, resultaría bueno para su entretenimiento. Aunque, pensándolo bien, un príncipe como él no debería hacer tal cosa.

Igual se divertiría, como sea, con quien sea, pero lo haría, ya que siempre terminaba haciéndolo.

En el oscuro lugar apenas podía distinguirse su largo saco oscuro, y bajo este, la típica ropa que solía usar: su polera a rayas de mangas largas, su pantalón del mismo color de su saco, su correa y sus botas blancas. Sin embargo, lo que sí resaltaba entre todo aquello, era la extraña sonrisa que en sus labios se presenciaba, además claro, de su rubio cabello.

Se aproximaba más al lugar, sonriendo y sin dificultades por si sus flequillos le tapaban la visión, cuando a lo lejos notó a un… ¿Qué demonios era eso? ¿Un conejo oscuro? Y él pensaba que no habría nadie a esa hora y en ese lugar.

Lo miró algo extrañado al comienzo. Si se trataba de alguien con quien se “divertiría” un rato, pues bien para él, y si no, pues mal para el otro.

Continuó su caminata, sin importarle qué era lo que había visto hace rato. Sabía que no era normal ver un conejo así en un cementerio, y seguramente no vendría solo.

Sonrió ligeramente, como esperando que algo sucediese. Porque lo sabía, algo sucedería.

Recién perdía uno de sus mas preciados juguetitos, un humano a quien tomaba prestado cada vez que le apetecía divertirse…. suicidio, si eso era, esa fue la causa de la muerte de aquella persona, aunque en realidad no era alguien de mayor importancia en su vida, Caio tenia un pequeño ritual para despedirse de los juguetes que le aburrían, o en este caso, de aquellos que no podría volver utilizar, observó muy bien el nombre allí escrito y dejó una casi marquita rosa negra la cual a pesar de todo, resaltaba entre las demás rosas que rodeaban el lugar.

Se alejó de aquella tumba con toda la intención de salir del cementerio, pero un hermoso joven de cabellos rubios llamó su atención, además también estaba ahí un conejito muy peculiar, que estaba seguro de haber visto en algún lado.

Una pícara sonrisa se dibujó en su rostro y sin ningún pudor o disimulo se acercó al joven rubio ¿Qué podía perder? –Buenas noches- se inclina un poco como símbolo de cordialidad –Este lugar parece peligroso, ¿me permite acompañarle?

Él seguía con su caminata, hasta que observó a alguien más acercándose. Al parecer, la intuición de que se divertiría esa noche estaba en lo cierto.

-¿Acompañarme? –sonrió, apegándose quizá muy atrevidamente al otro- No estaría nada mal.

Estando así ya más de cerca, pudo observarlo mejor. Para sus gustos, quien sea que estaba delante de él, estaba “aprobado”. Se acercó lo suficiente como para casi rozarle el pecho con la mano en una provocación, hasta que observó al conejito de hace rato interviniendo entre ambos. Su rostro mostró algo parecido a un “puchero”, estando algo fastidiado y algo “desganado”. Hasta que, sin esperarlo, oyó la voz de un tercero en el lugar. ¿Que los muertos no eran peligrosos? ¿A qué se refería con eso? Siguió curioso con la mirada al conejo que se dirigía hasta el nuevo presente en el ambiente. Incluso observándolo de lejos, era digno también de un príncipe como él.

Rápidamente lo analizó con la mirada; cuerpo delgado, traje oscuro, y, viendo la escena, el conejo le pertenecía. Lo único que no captaba bien era, si estaba con esa venda en los ojos, ¿Cómo podía saber que ellos dos estaban ahí? Bueno, siempre se encontraba con seres interesantes en Atenas.

¿Jugar? Ya, ahora entendía eso de los muertos. Sus labios volvieron a dibujar una sonrisa, nada parecida a la que un ángel normal haría, para luego acercarse al otro, no mucho pues no quería perder a su primera “presa”, y preguntar:

-¿Y qué quieres jugar? –cuestionó sonriendo no muy sanamente.

Viéndolo de cerca era aun más provocativo, se veía tan fino y suave, que no podía resistir la tentación de posar su s labios sobre él, su sonrisa era preciosa y su actitud solo hacía que aumentaran los deseos de Caio por obtenerlo. Aquel leve rose fue casi de ensueño, ensueño que duró pocos segundos debido a que el rubio estaba mas interesado en el conejito que en él.

Quería tenerlo así que esa noche no pretendía alejarse del rubio, la voz de alguien mas capto su atención, pero no pudo entender lo que decía, a sus oídos llegaron solo leves susurros. Cuando el joven se detuvo, logró ver a la tercera persona, al dueño del conejito, su rostro se le hacia familiar así que no tardó mucho tiempo en deducir que era alguien como él, el chico de los ojos vendados era otro demonio.

Observó como el rubio se le acercaba y le decía algo, pero el ya había puesto sus ojos sobre él, así que tenia que marcar territorio. Sigilosamente de acerca a él y luego le toma por la cintura mientras, apega su cuerpo a él –es mío- miró fijamente al otro demonio, aun sabiendo que tenia sus ojos vendados –yo lo quiero para mi

Esperaba “sonriente” y ansioso la respuesta del tercero, hasta que sintió que su primera “presa” lo tomaba por la cintura acercando así a ambos cuerpos. Rió ligeramente, soltando una risa divertida. Ya con ambas actuaciones de los dos, por sus aromas y demás, era muy obvio que ambos eran demonios, y con el “aprecio” que sentía por esa raza, ¿Pues qué mejor que dos por uno?

Se quedó “muy cómodo” así como estaba, sonriente y lujurioso cerca del primer demonio quien se le había apegado, pero claro, no descuidaría la intención del otro ahí presente.

-¿Samael? ¿Así te llamas? –preguntó sonriente, posando su dedo índice en sus labios- No te preocupes, jugarás.

Y dicho eso, mordió su labio inferior en un signo de entretenimiento total. Aprovechando el ya acercamiento hacia el primero, decidió preguntarle en un susurro cerca del oído, como siempre provocativo, su nombre.

-Y dime, ¿Cómo quieres que te llame a ti, mi “señor acompañante”? –después de tentarlo con su insinuador aliento, se alejó un poco, como retándolo después de haberlo provocado. Él era así, muy “juguetón”. Dio unos cuantos pasos hacia el chico vendado, y de cerca aprovechando que este también se había acercado un tanto, lo “examinó” más curiosamente.

“Samael solo quiere jugar” aquellas palabras entraron en su cabeza como combustible que enciende una llama, es que, observándolo bien, aquel chico tenia un aire tan misterioso al cual no podía resistirse, sus ropas oscuras y su actitud casi infantil lo hacían ver tan interesante.

Antes de poder decir algo, aquel ser que aun no podía identificar que era, ya que estaba completamente seguro de que debía ser un ángel, pero su actitud era la de un ser pecador, siguió el juego de Samael, , sin prenderlo estaba a punto de iniciar un juego de tres, cosa que le gustaba

Sus pensamientos fueron interrumpidos por unas palabras del menor, la cercanía y aquel susurro lograron sacarle de nuevo una picara sonrisa de sus labios –Caio, ese es mi nombre-

Deseaba tenerlo, aquel chico sabia muy bien como provocarle, pero el otro demonio, él también le despertaba gran interés –Samael ¿eh?- recordó nuevamente las palabras de este –entonces… que comience el juego-

La reacción del chico vendado le sorprendió, aunque no del todo, pero lo hizo. No obstante, al sorprenderse se emocionó y hasta tomó más interés en él. Al comienzo no se movió de su lugar por precaución, por lo que aprovechó para analizar la zona en la que estaba parado. Ya teniendo en cuenta la ubicación de cada pico, se movió unos cuantos pasos en reversa, no por miedo, sino por haber finalizado con su “examen” en el otro. Escuchó atento el silencio que le dejó para presentarse, y, sonriendo malicioso, dijo:

-Dime Bel. –no diría su nombre real, al menos no con unos demonios. Lo haría, sí, siempre y cuando se tratara de algún Dios, lo cual requiere de “respeto”, cosa que le fastidia. Bel, para él, le iba mejor.

Le observó curioso ponerse la daga en la boca. ¿Un sádico? ¿O simplemente aquél demonio pensaba que “juego” era igual a “pelea”? Bueno, en cualquier caso si se trataba de pelea, obviamente no haría absolutamente nada, más si se trataba de sadismo, le complacería con gusto.

Se acercó al otro demonio, esta vez dejando algo de distancia entre ambos, como poniéndose a la mitad. ¿Debería aclarar su especie? No era necesario, así que, por ociosidad, no lo haría. A menos claro que se lo preguntaran.

-Bueno… Ya que ambos piensan jugar, ¿Por qué debería excluir yo? –dijo sonriendo, como si el demonio vendado no hubiera hecho ningún movimiento peligroso.

Sintió algo de miedo al ver como cambiaba su alrededor, aquellos picos a su lado lograron ponerlo alerta, pero Samael solo quería jugar, aquel no entendía muy bien que tipo de juego era aquel, no se atrevía a dar un paso atrás, además todo ese peligro lo incitaba a permanecer allí.

Observó nuevamente al chico vendado, era la primera vez que se encontraba con alguien tan particular, su inexpresión y su poder le decían que era alguien de cuidado, pero su belleza y sus palabras la llamaban a caer en la tentación…

Bel… así se llamaba el ángel de suave y delicada piel, probablemente nunca olvidaría su nombre ni mucho menos olvidaría todo el riesgo que estaba corriendo por culpa de él –esta noche estaré para servirles- con la ayuda de sus poderes hizo ya la oscura noche aun mas espesa, aunque sabia lo peligroso que era, no podía evitarlo, disfrutaba sentir, disfrutaba tocar, disfrutaba del tacto, cautelosamente caminó unos cuantos pasos para poder acercarse al de los ojos vendados, pese a que su objetivo era primeramente el ángel, no quería medir la paciencia de Samael -¿Para qué traes esto?- lodito tocando delicadamente la piel del menor mientras llegaba a la navaja que tenia en los labios

Sonrió divertido ante la repetición de su nombre por el demonio vendado. Le gustaba cómo sonaba proviniendo de ese demonio, especialmente con esa sonrisa que dibujó en sus labios. Le observó curioso “presentar” sus utensilios, que más que juguetes parecían armas. Eso le agradaba, aunque en realidad no debería hacerlo.

Se le acercó, cuidadoso de no alertarlo. Más o menos ya iba captando el porqué de sus reacciones. Bel era así, muy analítico, y por lo mismo, se daba cuenta de cada detalle que el demonio hacía, como por ejemplo que le alertaba el contacto de alguien más. Estando a sólo unos centímetros, delineó con su dedo, pero sin llegar a tocar, la mejilla del demonio, para luego, con la misma voz tentadora con la que le había hablado al otro demonio, decir:

-Bel jugará… con su cuerpo. –habló imitando la forma de hablar del demonio, como jugueteando con él, mientras seguía delineando al demonio vendado frente a él, claro, aún sin tocarlo. Iba apegando, quizás más que su dedo con el que lo delineaba, sus labios a la piel ajena, alzándose con ayuda de sus pies para poder llegar al cuello de este y hablarle muy suavemente al oído.

-Pero no de la forma que piensas… -sonrió- Sino, en un juego mucho más divertido.

Antes de volver a pararse sobre sus pies normalmente, le dedicó un suave roce con sus labios al oído del demonio. Mientras aún sonreía por la provocación al otro, miró por el rabillo del ojo a Caio, luciendo muy tentativo, como insinuándole que le “ayudara” a familiarizar al otro en “eso”. Se acercó un poco más a Caio, colocando su dedo índice en los labios de este, rozándolos juguetonamente, para luego decirle mientras continuaba “saboreando” con la mirada lo que su dedo tocaba.

-¿Y tú, con qué jugarás? –dijo relamiéndose el labio inferior para morderlo ligeramente.

Le tranquilizó la reacción de Samael la verdad no sabia que esperarse, pero ahora ya todo estaba claro, sólo quería jugar, al igual que él al igual que el ángel, vio como bajaba la navaja de su boca y como Bel se le acercaba, ese ángel era sin igual, tentador, provocativo, era casi un completo demonio… veía como se le insinuaba al otro, como lo incitaba, como lo seducía, como jugaba con él, y mas que molestarle o despertarle celos eso le agradaba. La respuesta de Bel sólo logró sacarle una nueva sonrisa y avivar aun mas la llama que ya estaba ensendida.

-Yo…- trató de pensar bien lo que diría antes de responderle al ángel –yo jugaré con ustedes- lo dijo acercándose a su espalda para comenzar a besar su cuello, deseaba tanto probar esa piel, Bel se había convertido en éxtasis para él, cuidadosa y delicadamente extendió su mano alrededor de su vientre levantándole la camisa, dejando al descubierto el vientre del rubio.

No sabía como decirle al otro que el juego ya había comenzado, si no tuviese los ojos vendados le hubiese bastado con una señal, o una simple mirada, pero ese no era el caso

–Samael- separó por unos segundos sus labios del delicado cuello del ángel –ven… acércate-

Notó entretenido la reacción del demonio vendado. Con la respiración de éste si quiera algo más agitada, le dieron ganas de tentarlo más. Después de todo, el otro era el demonio y él el ángel, y cada uno debía comportarse como tal. Tal vez no fuera su misión, pero haría que aquellos dos demonios saquen a relucir su naturaleza sólo por su diversión. Se dejó cómodamente besar el cuello por el otro demonio, incluso ladeó la cabeza, haciéndole espacio. Francamente, hace bastante que estaba esperando una oportunidad para disfrutar de esos seres tan divertidos. Sintió cómo un viento fresco le acariciaba el vientre, y no se quejó, al contrario, sentía que la ropa comenzaba a estorbar con tanto calor que comenzaba a sentir.

Aún en los brazos del demonio, oyó segundos después la invitación al tercero para unírseles. Definitivamente, al parecer, ese demonio ansiaba tanto como él la participación del chico vendado.

Le observó curioso desaparecer sus armas y llegar hasta ellos dos estando ciego. Seguramente, aquél demonio llevaba ya práctica sin ver su alrededor. Dejó divertido que el demonio intentase ubicarle con las manos, palpándole. Le hacía gracia, y no por burla, sino porque inconcientemente él mismo disfrutaba de la inocencia del demonio, de la cual estaría complacido de jugar. Llevó una de sus manos hacia el rostro de Caio, girando su rostro y dándole un corto y rápido beso. Él era ansioso, ¿Se le notaba? Dirigió su mirada hacia Samael, mirándolo con lujuria y con algo de impaciencia. Enseñarle ese tipo de cosas a alguien como ése demonio podría tomar algo de tiempo.

-Tranquilo, no te haremos nada. –después de pensar unos segundos sus palabras, corrigió- Mejor dicho, no haremos nada que no te guste.

Sonrió de lado, esperando que el demonio comenzara a tomar más confianza sabiendo que se le haría un tanto difícil. Que desapareciera sus armas ya era un gran avance, ahora sólo restaba que se dejase hacer por los otros dos.

Con ambas manos acariciaba la piel del ángel mientras se conformaba con solo saborear su cuello, él le estaba abriendo las puertas, no se estaba negando a ninguna de sus acciones, es mas parecía disfrutarlo tanto como él, aquel corto beso fue el mejor incentivo par a desear con mas ansias continuar con ese juego, que cada vez se hacia mas intenso. Pero se sorprendió al momento en que Samael desvaneció sus navajas, es mas, lo notaba distante y desorientado de todo lo que estaba ocurriendo a sus pies y las palabras de Bel le decían que él no era el único que se había dado cuenta de ello.

Ansiaba que Samael también se divirtiera, pero todo daba a entender que el chico no lo haría por iniciativa propia. Con pequeños y delicados besos recorrió parte del cuello del rubio hasta llegar a su oído –él necesita nuestra ayuda- susurró antes de morder pícaramente el lóbulo su oreja.

Samael era hermoso y su personalidad le atraía y mucho, todo aquel misterio y poder enfrascado en ese pequeño cuerpo despertaba peligrosamente su curiosidad -¿Qué haremos?- cuestionó la pregunta del menor mientras acortaba la distancia entre ambos. Se inclinó un poco para adecuarse a la altura de este, extendiendo su mano y acariciando dulcemente el rostro del demonio, rozando sólo su delicada piel, sintiendo placer ante ese mínimo contacto, pasando de la mejilla al mentón, y del mentón a sus mejillas, haciendo énfasis en sus delicados labios, mientras con su otra mano acariciaba sus cabellos -bésame- lo dijo mientras dejaba sus rostros a solo centímetros de distancia