Paseo en la madrugada

Rara vez se presentaba en la hermosa ciudad de Atenas, no porque le disgustara sino porque sus ocupaciones lo mantenían recluido en el olimpo. Ya había olvidado la ultima vez que había caminado entre los seres mortales, escuchando sus risas, sus conversaciones banales y despreocupadas, el aroma salado de sus lagrimas, o el latido melodiosos de sus corazones. Le gustaba ese lugar, y por eso aquella noche en que el sueño para variar lo traicionaba y no se hacía presente decidió hacer una pequeña visita.

Se vistió con ropas normales para no llamar la atención, y cubrió sus cabellos con un pañuelo de color opaco para que no resultara tan llamativos, aunque muchos Dioses optaban por cambiar su apariencia para pasear entre los seres humanos a él no le gustaba aquello, y siempre que hacia una de sus intermitentes incursiones lo hacía con su propio aspecto, o a lo sumo con el de algún simpático animalito que poco o nada llamaba la atención en la agitada vida de los atenienses.

Las calles vagamente iluminadas de la ciudad estaban poco transitadas a esas horas de la madrugada, era una noche fresca y ventosa, evidentemente Boreas trabajaba y obligaba a los habitantes a recluirse en la calidez de sus hogares quitándoles todos los deseos de divertirse en las calles prefiriendo la comodidad de sus camas. Anduvo sin rumbo fijo hasta que sus pies lo llevaron a una pequeña taberna, uno de los locales frente a la plaza central donde parecía haber bastantes personas en pequeños grupos, bebiendo, fumando, jugando a las cartas, o simplemente pasando el rato. El aroma fuerte del tabaco le hizo mover la nariz saboreándolo pues no le disgustaba del todo, y le daba algo de curiosidad, pero más deseaba probar el vino que se servía en aquel sitio, acostumbrado al elixir de los Dioses se preguntó si aquel sería muy diferente.

Se sentó en un banquillo pequeño cerca de la barra y le pidió al sujeto que atendía una copa de vino, notó que le veía algo extraño, pues en general allí no pedían esa clase de bebidas, sino tragos más fuertes y cargados, pero se lo sirvió de todos modos. El pañuelo bien acomodado sobre su cabeza cubría la mayoría de sus bellas facciones dejando a la vista tan solo sus ojos azules, que paseaban por el local en lo que esperaba que le entregaran su bebida.