Qué aburrido había estado esos días. Era tanto así que en un “paseo” por Atenas vio un lugar que le llamó mucho la atención. Perderse no había sido su idea en un comienzo, pero ahora, sabiendo a qué tipo de lugares podía llegar perdiéndose, trataría de hacerlo más seguido. Dicho lugar estaba totalmente escondido en el pantano, ahí, se mostraba un hermoso manantial, aguas cristalinas y puras, las cuales reflejaban a perfección la verde y sana maleza que extrañamente le rodeaba sin marchitarse. Ciertamente, hacía frío pues era de noche. Sin embargo, el introducirse en esas aguas seguramente le daría un toque más “principesco”.
Caminó hacia dichas aguas, con una paleta de colores en la mano la cual lamía infantilmente. Sus ropas eran, como acostumbraba, una polera a rayas, unos pantalones oscuros, sus botas blancas que le llegaban hasta por debajo de la rodilla, y su infaltable tiara. No llevaba puesto su saco, ya que en el día había hecho calor, y no pensaba que de noche haría frío.
Continuó lamiendo su paleta con cierta extraña sonrisa en el rostro. Sus melosos ojos miraban con ese color negro sobre sus párpados muy interesantemente a lo profundo del manantial, como queriendo encontrar algo ahí. Se sentó al borde, jugando con su paleta. Al menos ahora sería tiempo de relajarse un poco.
-Ushishishi… -rió como solía hacer, sin tener razón aparente. Tal vez lo que le hizo reír fue que, siendo parte del mundo de los humanos, éstos no encontraran un lugar tan bello, o tal vez lo que le hizo reír fue que estaba feliz de que no lo hicieran aún. Así, el lugar sería sólo para él, digno de un príncipe.