Luz del nuevo dia.

Dimtri era siempre el primero que se levantaba justo cuando el sol se estaba levantando en horizonte e iluminado con sus dorados rayos la magnifica ciudad de Atenas. Hogar de los orgullosos ciudadanos atenienses, refugio de las artes y la sabiduría del mundo antiguo, corazón de los templos de los dioses y joya de Grecia. Espectadora de las vidas y de las muertes de sus habitantes.

El sirviente fue hasta la cocina, iba preparar un abundante desayuno para su amo y su invitado aunque no estaba seguro de que fuera tal porque Níobe se había quedado a dormir, quizás fuera un amante pero eso sería más extraño todavía porque el médico había rechazado tanto hombres como mujeres, prefiriendo no mantener ningún tipo de relación con nadie, ni sentimental ni sexual.

Tampoco iba a entrometerse, era simplemente feliz viendo como el galeno sonreía de nuevo cuando miraba los ojos de Orfeo. Inocente como un niño.

Lo primero que sintió Níobe fue el calor del cuerpo de Orfeo sobre el suyo, no abrió los ojos puesto que aún estaba adormilado, pero sus manos rodeaban al cintura del dios con delicadeza, incluso en sueños se las había arreglado para no hacerle daño ni tocar las heridas de su espalda. Inspiró despacio, toda la habitación estaba oliendo a jazmín, era el aroma que manaba de su compañero como un manantial dulce, escuchó su suave respiración que era el contrapunto a la de los gatos.

Poco a poco fue abriendo los ojos, una rendija de luz se colaba por la puerta de su dormitorio y por le ventanuco de la habitación, inclinó el rostro y lo aproximó a la faz dormida de Orfeo. Anoche no se atrevió a besarlo, cohibido porque era demasiado hermoso y se sentía afortunado por tenerlo a su lado a pesar de que los dos sabían que aquello iba en contra de los mismos dioses y del destino.

Apoyó su frente contra la de él, sintiendo que su respiración hacia cosquillas contra sus labios-Orfeo-le llamó con suavidad.

Abrío los ojos lentamente, dejandose llevar por aquella voz grave y sedosa cargada de ternura. No era ninguna voz tan familiar y sin embargo ya la había escuchado muchas veces dormido, más al abrir lentamente sus ojos y toparse con el rostro de ese humano le hizo enrojecer al momento y bajar la mirada; dejando salir de sus labios una sonrisa completamente feliz. Su espalda no dolía, pues había sanado rápidamente gracias a los cuidados y a pasar una noche de reposo como buen dios, por lo que podía moverse libremente.

Se incorporó con suavidad, separando los labios muy apenas por la sorpresa y la dicha de verlo, olvidándose de que se encontraba desnudo. La sábana se adhería sutilmente a su cuerpo marcando su silueta y sus cabellos caían sobre sus hombros como una cascada platinada sobre las ropas del médico.

-Buenos días, Níobe. - Susurró dulcemente con una sonrisa amable y gentil, pero con ese brillo particular sobre su cabellera y cuerpo al ser bañado por el sol. Hacía tiempo que había perdido su brillo propio y podía fácilmente pasar inadvertido sobre los mortales pero cuando estaba muy emocionado o feliz; lo dejaba manar como algo nato. Se dejó caer sobre él, recostando su cabeza en el pecho del galeno con una risita sutil y casi musical- ¡No sueño!

La risa masculina y dulce de Níobe se expandió por la habitación al sentir como Orfeo se aferraba a él de aquella forma que lo encandiló, notando que se cuerpo respondía de una forma desconocida como si quisiera convertirse en una coraza de terciopelo para albergar y proteger al mismo tiempo al inmortal que estaba entre sus brazos. Jamás habría pensado que algo parecido pudiera sucederle a él y menos con otro hombre y menos todavía con un ser divino.

Percibió la luminiscencia azul, cristalina, parecida a la emitiría el mar bajo la luna llena, un tono zafiro plateado que casi parecía tintinear como si siguiera su propia música al ritmo mismo que marcaba el pulso del corazón de Orfeo. Sus dedos eran tocados por aquella aura, envueltos, era un caricia etérea, sin carne pero que penetraba por debajo de su piel, tocando cada uno de sus nervios, expendiéndose hasta el capilar más minúsculo.

Níobe entreabrió los labios y sintió que quería emitir un leve quejido que delataba el placer que sentía por aquel contacto, con aquella cercanía de sus cuerpos a pesar de que él estaba cubierto por su blanca túnica de médico pero temblaba, sabiendo que Orfeo estaba desnudo. Seguía siendo un hombre después de todo a pesar de haber creído que jamás volvería a desear a nadie.

-¿Quieres que te demuestre que no es un sueño?-la broma de Níobe era tierna. Cogió una de las manos de Orfeo y llevó hasta su rostro, comenzó a besarle las yemas de los dedos con delicadeza, con aquellos labios turgentes, perfectos y calientes. Dejando que su aliento corriera por aquella epidermis de cisne y por sus líneas de la vida.

Lo observaba con una gran sorpresa, sonrojado y casi estremeciéndose. Hacía decadas que no había vuelto a besar a nadie, había olvidado como besar; pero definitivamente no había olvidado la sensación de recibir un beso. La primera vez que besase al médico en la mejilla, había sido por lo triste que se sentía de haberlo lastimado; siendo más como un gesto de disculpa. Los besos castos y fraternales de Apolo y Zeus sobre su frente manaban un cariño especial, y aún los dulces besos de Boreas habían sido dados como aprecio, cariño y consideración; como mimos cuando se encontraba triste...

...Pero al recibir aquellos besos, la sensación era mucho peor. Si bien en los anteriores se encontraba confortado e incluso más sereno, los besos del galeno solo provocaban que su corazón latiese agitadamente, que le temblara la mano y albergase en su cabeza la sola idea de que le gustaría recibir aquellos labios sobre su frente, su mejilla y quizás... en sus labios. Tal idea hizo que volviera el rostro, con una sonrisa avergonzada; pero sintiendo en su estomago como si hubiese una paloma queriendo salir volando y solo resbalara con manteca; o al menos esa sensación extraña que los atenienses solían llamar "mariposas en el estomago".

Una sonrisa suave se dibujaba en su rostro, aún semi cubierto por la sábana, entonces se escucharon algunos regaños en la parte baja, el buen anciano gritando algo y de un momento a otro; la puerta se abrió de golpe dejando entrar a una docena de gatos que saltaron sobre la cama; mostrando el semblante avergonzado del maestro de llaves que no había podido impedir aquella estrepitosa entrada.

Níobe fue casi echado de la cama por los felinos que maullaban sin parar, echándose encima de Orfeo para que éste prodigara caricias a todos y cada uno de ellos. El médico frunció el ceño, era lo que ahora le faltaba, tener que competir con sus propios gatos por la atención de Orfeo, eso era el colmo.

-Buenos días, amo-Dimitri estaba sonrojado porque no pudo impedir aquella invasión de colas, pelos y bigotes ansiosos.

-Buenos días, Dimitri-Níobe se puso en pie, la túnica blanca cayó hasta sus piel y sus largos cabellos estaban todos revueltos. Alargó las manos para tomar entre ellas la bandeja donde estaba el desayuno de ambos. En esta ocasión en los recipientes de cerámica habían uvas, almendras, pan, una jarra de leche y miel para que fuera endulzada, sabía que aquello le encantaría a Orfeo.

-Buenos días, amo Orfeo-Dimitri se inclinó apenas porque su columna torcida de lo impedía. Había decidido que ese era ahora el lugar de aquel joven si era el compañero del médico y como tal debía de dirigirse a él.

-Orfeo..desayuno..-se quedó dudando unos segundos, era un dios, ¿necesitaba comer todos los días como él? quizás lo estaba ofendiendo, él sabía del cuerpo humano y de sus necesidad pero no conocía las de un dios. De todas formas se sentó en la cama y empujó al gato blanco, éste bufó, airado y le arañó el dorso de la mano-¡Augh!-dos gotas de sangra manaron como rubíes.

Abrió los ojos con sorpresa cuando literalmente fue puesto de espaldas por un montón de patitas peludas y lenguas ásperaz y cálidas que insistían en lamer sus manos y rostro lo que le mantuvo con los ojos cerrados suprimiendo una sonrisa. Cuando por fin pudo levantarse, sus cabellos cayeron nuevamente sobre sus hombros cubriéndole un poco la piel; aunque la sábana continuaba alrededor de su cintura cubriéndole. Había olido el delicioso aroma de la leche tibia con miel más las almendras. La comida de los humanos era tan deliciosa y aquellas dos cosas era lo que prefería comer, sin embargo; cuando el sirviente trató de inclinarse, levantó los brazos en una mueca muda aunque preocupada de que fuera a hacerse más daño; observando a Níobe casi con súplica para que impidiese que volviera a realizar la acción.

-Buenos días, Maestro Dimitri. -Había movido con cuidado a otro gatito para saludar bien al venerable anciano, cuando aquel gato blanco fue movido violentamente de su sitio y este había respondido con desagrado, hiriendo la mano de su amo.

-Nieve! -Le reprendió frunciendo el ceño a lo que el gato bajo las orejas y hundió la cola, bajándose al acto de la cama, rozando su cabeza con la pierna del galeno como ruego a que lo disculpara; sin embargo, el dios menor tomó la mano de Níobe y rozándola suavemente dejó manar un poco de ese aura azul que tenía para cerrar la herida.- No es mucho lo que puedo hacer, no soy un dios que sana... así que por favor, no dejes que ninguna serpiente te muerda.

Níobe sonrió, viendo como la piel se cerraba, asombrado por aquel pequeño milagro-no te preocupes, no dejaré que ninguna serpiente me muerda-sus grises iris se posaron en el gatito que lo había arañado-así que Nieve-lo tendría en cuenta, alzó un pie desnudo y lo pasó por el lomo del pequeño animal que se arqueó de placer por la caricia-Él no es tuyo le advirtió al felino-éste pareció entenderlo porque estrechó sus grandes ojos como diciendo; “ya veremos”

Dimitri sonrió y se retiró para comenzar sus labores diarias, dejándolos a solas, bueno, a solas no porque estaban rodeados de todos aquellos gatos que no parecían dispuestos a darles intimidad alguna.

El galeno endulzó la leche con miel y la sirvió en un copa, se la tendió a Orfeo y se inclinó al mismo tiempo, sonriendo-buenos días, Orfeo-su rostro se adelantó y riendo lo besó en la nariz para luego dejar que sus labios saltara a una de aquellas perfectas orejas que asomaban entre las hebras plateadas, sus gajos tomaron el lóbulo y tiraron con suavidad de ella-luego iremos a bañarnos y buscar unas túnicas azules-le susurró dulcemente, dejando que su tono masculino y sedoso penetrara directamente en el oído de su compañero.

Tomó agradecido aquella copa, sonriendo dulcemente cuando Níobe se la entrego, más no pudo evitar hacer un gesto de sorpresa al recibir ese beso en la punta de la nariz. Era una muestra de afecto que se les aplicaba a los infantes, pero le areció tan dulce que le arrancó una sonrisa más larga; sin embargo, la copa tembló en sus manos y amenazó con derramarse cuando su portador se encogió un poco y se estremeció ante aque contacto liberando su suspiro por lo bajo.
-sí...

Nieve maulló en desacuerdo y aquello trajo al dios menor a la realidad, haciendo que bajase la mirada y observase sonrojado levemente a los gatos; aunque sus labios coralinos mostraban una sutil y delicada sonrisa un poco tímida. Tomó dicha copa nuevamente con firmeza y comenzó a darle un pequeño sorbo para probarla, pero aquel sabor pareció gustarle y bastante por que separó el rostro del vertice mirándolo con sorpresa. ¿Como podrían tener los mortales algo tan delicioso que ellos no? Sus labios se juntaron y pasó de forma casi imperceptible su lengua por los mismos recogiendo la pequeña gota que había escapado.
-Es... delicioso... -Suspiró con una sonrisa, como a un niño pequeño cuando le dan por vez primera un caramelo, continuando a beber el resto; aunque no con tanta prisa como pensó que lo haría; aún mantenía ciertos modales, más cuando terminó la bebida se sorprendió por lo rápido que esta se había terminado sin saber como pedir más.

Níobe dejó de comer solo para contemplar como Orfeo consumía su bebida, era increíble como cada gesto, cada pestañeo, cada movimiento sutil ere realizado con una belleza y delicadeza sublime, le costaba imaginar a Orfeo con una mujer aunque sabía que al igual que había estado casado con una. Debió de ser una mujer realmente extraordinaria, tan hermosa que el dios bajó a los mismos infiernos en busca de ella aunque luego todo se convirtiera en una tragedia.

Observó como se relamía, de forma tan parecida a la de un gato y notó una pulsación que marcaba y endurecía sus abdominales, sintió que la cabeza le daba vuelta, Orfeo era ingenuo, aquel movimiento estaba libre de toda segunda intención y sin embargo fue lo más tentado que Níobe había visto en mucho tiempo.

Se inclinó, notando que sus mejillas enrojecían levemente, buscando sus ojos mientras su larga cabellera blanca rodaba por uno de los hombros-¿Puedo probar..?-musitó.

Lo miró con cierta sorpresa, mostrándose un poco desanimado de haberse acabado el contenido de la copa. Quizás era para los dos y él, mostrando sus malos modales había terminado con el líquido en su interior. Mostró avergonzado la copa y le miró dulce pero arrepentido, sonriendo a mitad de labio.

-Lo lamento... sabía tan bien que... me lo he terminado.- Se disculpó. Tla vés podía pedir más al bien Dimitri y beber un sorbo y el resto dejárselo a Níobe, ya que siendo una bebida tan deliciosa, seguramente era costosa; más que el vino que al parecer todos tenían en sus caas.- Lo lamento, habrá forma de conseguir más? No tengo dinero, pero seguro que habrá una forma...

Su poca experiencia con mortales le hacían saber como vivían, que se necesitaba un trabajo para la retribución de dinero y comprar comida, ropa y algunas cosas que se necesitaban en la vida diaria; nunca había trabajado pero estaba seguro que su música le ayudaría en los bailes y fiestas, pero ahora no disponía de una lira como la que él estaba acostumbrado a usar y aunque podía improvisar una; no estaba seguro que tocase tan bien. Mientras se confundía más y más tratando de pensar en ideas, fue poniéndose triste. Para un humano, un dios era de mucha ayuda o mucho estorbo.

Níobe rió con ternura, Orfeo no había comprendido para nada su insinuación, era tan inocente que no se le había pasado por la cabeza que lo que el médico estaba pidiendo era un beso, un contacto de sus labios. Separó el rostro, quizás iba demasiado deprisa, era evidente que los dos no estaban sincronizando de la misma forma, ni tenían las mismos deseos en aquel momento, Orfeo solo quería tomar más de aquella bebida y había confundido aquello con un amable reproche de su parte.

Puede que Orfeo no fuera virgen, de eso estaba seguro, pero era puro, puro en sus intenciones y en sus pensamientos, sin mácula alguna. Él cambio, repentinamente, se sintió un viejo pervertido, como esos que estaban en las saunas o en los gimnasios, esperando a algún jovenzuelo sin tutor o esclavo, para tocarlo y quizás convencerlo para algún acto plenamente sexual.

-No te preocupes por eso ahora, hay más-se hizo a un lado para volver a servirle en la copa, sin mirarlo, notando que debía reprimir aquellas ansías, no quería asustarlo, puede que Orfeo..apretó los labios-Orfeo..¿has estado con algún hombre?-tenía que saberlo, era crucial.

Tomó dicha copa casi con ansias, dando pequeños sorbos antes de que la leche se enfriara, deleitándose a cada trago como si fuera el primero, con una sonrisa gustosa y casi feliz en los labios. Podía pasarse toda la eternidad bebiendo aquell y jamás sentirse satisfecho. Sin embargo y contra lo que pudiera pensarse, cuando le mencionó lo e estar con otro hombre, bajo la copa y apretó los labios y suspirando, le observó con calma y ternura. A pesar de que nunca había consumado sus lazos de matrimonio con Eurídice por estar casi siempre rodeado de humanos, sabía lo que se llevaba a cabo, de igual manera, viviendo en el Olimpo y en el Inframundo conocía las costumbres y ciertas manías de algunos dioses. Dejó la taza con leche unos instantes y negó, aunque con un suave rubor en sus mejillas.

-Nunca he estado con alguien... escapé del Olimpo al conocer a Eurídice, pero por que fue breve el tiempo que estuve con ella; nunca fue consumado nuestro matrimonio.- Suspiró nuevamente y le observó con una suave sonrisa. Curiosamente su nombre no le había causado el dolor agudo cada que le era mencionado, ahora, ciertamente estaba triste y la echaba de menos sin embargo; de una forma o de otra, no se sentía incómodo hablando de ella con Níobe, muy por el contrario, era una comodidad y confianza plena. Tomó dicha copa entre sus manos y volvió a beber, soltando una risita nuevamente infantil.- Esta tan delicioso que podría comerlo siempre

-Ah…-Níobe sintió que se le estrujaba el pecho, había estado equivocado desde el principio, Orfeo era completamente virgen, su cuerpo no había hecho el amor ni con hombre ni con mujer alguna. De repente se sintió avergonzado de si mismo, había estado tan seguro que por poco comete un error imperdonable, Orfeo no estaba preparado todavía por consumar una unión física y puede que menos todavía con un hombre.

Él, como casi todos los atenienses había tenido contactos homosexuales, no era algo aberrante ni rechazado en la sociedad griega, puesto que era muy patriarcal y las mujeres no era mas que figuras anónimas que eran recluidas en las habitaciones de sus padres o de sus maridos, solo eran necesarias para engendrar hijos. Mientras que los hombres desarrollaban lazos afectivos con sus colegas masculinos y no era anormal mantener una relación sexual con otro hombre durante el matrimonio.

Él fue afortunado, amó a su esposa y aquellas noches que hacían el amor era porque realmente la amaba y no por la necesidad de tener una descendencia.

-Puedo buscar más..-se puso en pie, no podía exigir más que compañía a Orfeo por el momento-Orfeo, yo no soy virgen-y se mordió los labios, ¡menuda torpeza!, se había agobiado tanto que estaba señalando lo que era más que evidente. No quería que pensara que era una vestal.

-Eso quiere decir que Níobe me enseñará y me tendrá paciencia cuando no sepa, sentiría mucha verguenza si quedara mal.- Observó con una sonrisa cálida y muy dulce. Cuando lo miró salir, se incorporó usando como frazada una de las sábanas mientras se asomaba hacía la ventana y contempló como Dimitri abría las puertas de la casa de par en par y entraba una mujer con su niño, una anciana y un señor ya adulto; lo que le hizo sonreír nuevamente. La persona con la que él estaba era muy importante por que ayudaba y curaba a los demás sin necesidad de poderes como los dioses y eso ya era de mucha admiración o al menos para él.

Los gatos comenzaron a arañar la puerta para salir, así que buscando con qué salir sin que le mirasen mla, tomó una de las túnicas blancas de médico y se la caló. Olía a Níobe y aunque le quedaba muy grande, era cómoda y le permitía moverse; pero como tampoco quería que lo confundiern con un médico; se envolvió nuevamente en la sábana y guardó las almendras en los bolsillos de la túnica y saliendo al patio por la ventana, dejándose caer con mucha suavidad ondeando las telas que más bien parecían alas. Para cuando los pacientes recayeron su atención en aquel hermoso joven, se quedaron admirados de su belleza y de su porte gracil, preguntándose si era un humano o un ángel.

Los gatos le rodeaban mientras él comía con deleite las almendras, mirando de vez en cuando a la ventana esperando que Níobe se asomara y lo viera sentado en la fuente; pues por mucho que quisiera estar a su lado, no podía apartarlo de sus deberes. Entonces vio a Dimitri barriendo y sonrió. Él quería intentarlo, por lo que se acercó al anciano y le tomó con suavidad.
-¿Puedo intentarlo, por favor, maestre Dimitri?

Dimitri lo escrutó, asombrado, luego sonrió, al parecer el joven Orfeo era muy amable a pesar de que no era necesario que hiciera tarea doméstica alguna- Si lo desea-le alargó al escoba, admirándolo a la luz del día. Al igual que Níobe y cualquier mortal lo encontraba demasiado hermoso para ser real, una ilusión de poeta que había tomado carne y corazón para aparecerse ante ellos.

El viejo sirviente lo observó, arqueando las cejas, parecía que el polvo y la suciedad era absorbidos por la escoba como si ésta tuviera vida propia. Todo el mundo estaba atontado, mirando al dios que comenzaba el patio interior de la casa.

Justo en ese momento Níobe emergió de la cocina donde había ido en busca de más leche y miel, se paró en el umbral al ver a su compañero haciendo aquella labor tan común y una extraña ternura se apoderó de él, inclinó el rostro cuando unas súbitas lágrimas se acumularon bajo sus pestañas, alzó el antebrazo y se las secó rudamente. Orfeo deseaba tanto ser un mortal, encajar en aquella forma de vida y él hubiera deseado tanto ser un inmortal para hacerlo siempre feliz. Qué extraña era la vida y que caprichoso el destino.

Fue hasta el dios y le sonrió-cuando termines puede tomar la leche-la dejó cerca de la fuente. Si quería ayudar, no sería él quien se lo impidiera.

Se recogió los largos cabellos y se los trenzó, la trenza cayó por debajo de su cintura, algunos mechones, revoltosos, se soltaron y le enmarcaron aquel rostro masculino, maduro y de rasgos bellos, pero no eran una belleza divina sino mortal, la dulzura de la tierra y la fragilidad de una rosa.

-Herea-indicó a la mujer que pasara a su consulta con un gesto. Luego miró a Orfeo-si quieres, luego vamos al mercado por la tarde-había visto que llevaba una de sus túnicas-¿azul, no?

Se preguntó si estaba barriendo adecuadamente, ya que una nube de polvo se había levantado a su alrededor haciendo toser al hijo de aquella mujer, pero nadie le decía nada; por lo que cuando escuchó la voz de Níobe dio un pequeño salto y se volvió en su dirección. Aquella voz tenía tanto influjo en su persona que sencillamente el escucharla, a pesar de estar en la misma casa del médico era algo que aún le confundía un poco. Volvió a sonreír, de manera sumamente dulce y serena, era extraño como ese humano lograba sacar lo mejor de sí, después de haber sido tan árisco y amargado, estaba en un estado de total armonía e inocencia que costaba creer que fuera la misma persona.

Sus cabellos eran ondeados por el viento así como aquella sábana, que se elevaba por momentos sobre su espalda de modo majestuoso; y parado allí, donde el sol le daba a la espalda daba la imagen de lo que trataba de ocultar, que era una deidad. Y se hubiese quedando mirando algo embobado al galeno de no ser que este hizo alusión a las ropas y se vio obligado a bajar la cabeza y contemplarse. Si eran túnicas blancas estaba quizás ensuciándolas más al estarse en el jardín con todo ese polvo. Iba a disculparse y a retirarse para permanecer sentado en un sitio donde no molestara ni incomodara; cuando Nieve volvió a maullar y se lanzó a sus brazos para recibir mimos haciendo que riera suavemente y con él, las pocas personas que estaban a su alrededor y las que iban llegando, como si fuese un chiste o la gracia de un niño pequeño lo que acabasen de ver.

-¿Cuál es el nombre de tu joven aprendíz, Níobe? -Inquirió la mujer observando anonadada como la belleza de aquel chico parecía ser también la de una mujer.

Níobe también se había quedado atontado, mirando a su compañero, de hecho, los dos se había quedado más de medio minuto contemplándose el uno al otro, olvidando el mundo entero que los rodeaba, evadiéndose de la misma realidad porque unos ojos grises de tono plateado buceaban en unos mares de tono zafiro.

Se sobresaltó ligeramente cuando la mujer se dirigió a él, no se percataba hasta que punto todos sus pensamientos estaban puestos en aquel hombre que cuando reía todo el mundo reía con él y cuando lloraba..nadie lo veía pero estaba seguro que hubiera desgarrado el alma de hasta un demonio como hizo con la suya propia.

-Orfe…-se detuvo, no sabía si decir su nombre completo pero tampoco era anormal que una persona llevara el nombre de un dios como una especie de amuleto o como una ofrenda a los dioses. Y tampoco se le ocurría un nombre que pudiera hacerle justicia alguna, después de todo Orfeo era el nombre creado para él cuando sus ojos se abrieron por primera vez a la luz-Orfeo-su tono fue evidentemente afectuoso.

-¡Oh, que nombre tan bello!-la mujer asintió y luego se acercó un poco al dios que acariciaba a Nieve-¿Por qué no vienes esta tarde al baile de la cosecha?-era un baile que se celebra al ocaso, todo el mundo se descalzaba y sobre el trigo maduro que semejaba el oro, danzaban.

-Yo... ¿Puedo ir? Bueno... si ham... -Le observó expectante y al mismo tiempo emocionado. Hacía tiempo que no bajaba a estar con los humanos y aunque hacía apenas unos días había sentido repudio, en ese momento estaba tan feliz que cualquier cosa era interesante. Centró su atención en el galeno, era él quién decidía ya que era su casa; y por otra parte, no habría querido ir con otra persona que no fuese él. - Me gustaría mucho ir pero... ¿Puedo ir, Níobe?
Era incluso conmovedor como levantaba la vista y la clavaba en la del médico, si este le decía que no, se disculparía y negaría con suavidad, si le decía que sí; asentiría y sin embargo; al ver a Nieve lo único que pensó era que no podía llevar la túnica blanca de aquella persona, lo cuál lo hizo sonrojarse considerablemente.

-Oh claro que puedes venir, de hecho mi hija está en edad casadera y estaría feliz de conocerte, Níobe ya la rechazó pero estoy segura que ella es tan linda y encantadora que se sentiría muy honrada de bailar contigo.- Pero apenas la mujer terminó de hablar, Orfeo miró casi con pánico al médico, preguntándose si acaso él tenía a otra persona esperándole en ese baile; entonces suspiró tristemente y rechazó la invitación.

- Acabo de llegar y no me gustaría causarle problemas a Níobe... en especial si irá acompañado.
-Pero si estabas tan emocionado de venir... ¿Que ha ocurrido?

Níobe frunció el ceño, ligeramente, tenía que haber previsto que Orfeo sería prácticamente acosado tanto por mujeres como por hombres, pero parpadeó cuando vio se que encogía, bajaba la vista y desviaba los ojos de los suyos. ¿Por qué hacía aquello? Él no tenía a nadie, nadie lo esperaba, había rechazado a todas las mujeres y muchachas cuyos padres, hermanos o tutores habían venido con una proposición de matrimonio. ¿No había demostrado que estaba interesado en él?

- Iremos- contradijo a su compañero y luego se aproximó al dios-disculpa-le dijo a la mujer que los miraba a ambos. Lo tomó de una mano y lo llevó con él hasta la cocina donde pudieran tener algo de intimidad.

-Iré contigo, Orfeo-le tomó el rostro con las manos-¿Acaso lo dudabas?-su tono fue algo herido-Yo…-inspiró-yo..no quiero que ninguna mujer me toque..-cogió las muñecas del joven y guió sus dedos por dentro del pectoral de su túnica dejando que sienta la piel suave de su pecho-tú sí..-susurró. No sabía si lo entendía bien, Orfeo era tan inocente, tan puro que no se percataba del verdadero alcance de las palabras. Le soltó las manos, sintiendo que su piel se erizaba ligeramente bajo el contacto de aquellos dedos de piel de cisne.

-Lo lamento... no pretendía ponerte en mal delante de esas personas. -Suspiró tratando de mantenerse estable pero no pudo conseguirlo por mucho más tiempo, ya que cuando le tomó de las muñecas y pudo acariciar el pecho de Níobe, se resquebrajó y se apretó contra el pecho ajeno, negando suavemente sin atreverse a soltar al galeno.- No... no quiero que nadie más este con Níobe, ni que otras personas me aparten de su lado. Si es así no quiero ir...
Pensar que Níobe pudiese tener a alguien más, le hería en lo mas profundo, le causaba rabia y dolor; pero primordialmente celos. Él jamás había sentido celos por nada ni nadie, pero, ¿Que tendría un mortal que no lo tuviese él? Se abrazó más al médico, ocultando el rostro en su pecho; dejando que sus cabellos fuesen movidos suavemente por el viento, deslizándose por su espalda como suaves hebras de seda; sintiendo aquel latir de su corazón, su cuerpo tibio y suspiró más confortado.

-No quiero hacerlo mal, pero... tampoco quiero que Níobe pierda su dinero por... es decir, saldré y regresare a por mis vestimentas; si entro a escondidas no debería tener ningún problema.- Atinó a decir rápidamente con una sonrisa radiante en el rostro, y si tenía su lira; incluso podría tocar un poco de música. No quería hacer quedar en rídiculo al galeno ni meterlo en dificultades, pero en su ingenuidad no se le había cruzado por la cabeza que quién se metería en problemas sería él si se presentaba con gran decoro en dicho festival.

Níobe lo vio voltearse, decidido a salir por la puerta sin que él terminara de aclararse del todo las ideas, consecuencia de que cuando Orfeo sobre sus maravillosos ojos, él se quedaba completamente extasiado, era transportado a otro universo donde solo existía su compañero y los latidos ansiosos de su corazón.

Fue tras él, le rodeó la estrecha cintura y apoyó su espalda contra su pecho, su larga cabellera blanca se deslizó y se mezcló con la plateada de Orfeo, creando una armonía de tonalidades albas y platas, enredándose la una con la otra, hebras que se abrazaba amorosamente, creando destellos cuando eran alcanzadas por las doradas motas de luz solar que se colaba por la puerta de la cocina.

-Espera..espera..-inclinó el rostro y le besó el punto que queda justo por debajo del lóbulo de la oreja, delicadamente-¿Recuperar tus cosas?-era cierto que todavía no lo había interrogado sobre el paradero de su lira y sus túnicas, cuando lo vio con aquel aspecto harapiento y herido en la plaza sintió que todo su alma se diluía dentro de su cuerpo-¿es eso posible?-no quería que se pusiera en peligro, si hacía falta él podía gastar el oro que hiciera falta para adquirir un instrumento digno de él.

-Puedo... -Replicó decididamente mirando con fijeza al suelo, pero aún así, aceptando las suaves caricias que Níobe le prodigara, sintiéndose seguro y confortado en sus brazos y aún así; él era el dios por lo tanto, no había mucho que esa persona tan importante para él pudiera hacer por ayudarlo una vez fuera de su techo.

Más cuando sintió aquel beso, su cuerpo se estremeció, sintiendo una oleada calida desde su estomago hasta su cabeza, haciendo que su corazón latiese agitadamente y su estomago diera un vuelco. ¿Que diablos había sido aquello? No era desagradable pero... la sensación de cariño era sobrepasada por otra mayor. Estaba un poco alterado y le costaba pensar aunque no mucho, sin embargo, la sola idea de enfrentarse nuevamente a Hades le helaba la piel.

-Me encargaré de ello.- Atajó sin lugar a dudas. Samael o cualquiera de los demonios le ayudaría si lograba distraerlo con la melodía de otra lira, aunque ninguna supliría a la original; no quería causarle problemas, no había mucho que pudiese hacer en ese estado y sin embargo, por un diminuto asomo de vanidad, ya que no quería la atención de Níobe sobre otra persona. No se había dado cuenta que esperimentaba unos celos molestos e incómodos, que él relacionaba con temor.

Níobe lo hizo girarse con suavidad sobre su eje para escrutarlo con seriedad, olvidaba que Orfeo era un dios, que tenía cientos de años a sus espaldas que había pasado por cosas que él ni siquiera podía alcanzar a imaginar. Le creaba una horrible ansiedad la sola idea de que se pudiera en peligro o que fuera a un lugar donde él no pudiera alcanzarlo jamás.

Estuvo a punto de decir; “No, quédate, es mala idea” o “Yo puedo darte cualquier cosa que me pidas” pero con la primera frase lo estaría tratando como si fuera una posesión suya y no el compañero que quería que fuera, su pareja y con la segunda frase le quitaría todo el orgullo a Orfeo y él no deseaba eso.

Apretó los labios, notando que su lengua se quería mover sin su consentimiento para negarle esa petición, pero Orfeo no era un niño, era un hombre y un dios, tenía que tratarlo con respeto y como un infante destetado. Asintió con la cabeza-de acuerdo-aquellas simples palabras le estaba costando sangre decirlas-esperaré, cuídate-inclinó su rostro y acercó sus labios a los de Orfeo pero se detuvo, mirándolo a lo ojos y despacio, delicadamente, rozó su boca con la del dios. Se separó, notando las mejillas arder, ahora que sabía que era virgen no quería ir deprisa..¿había besado Orfeo a Eurídice, lo compararía con ella?

(ESCENA CERRADA)