Canción de Cuna

Llámame, cuando no puedas encontrar tu camino
cuando te duela el corazón,
cuando se crucen con tus ojos los míos.
cuando escuches mi canción
cuando no puedas, encontrar tu camino
Llámame y verás,
que soy la voz que se transforma en mujer
soy, el origen del ser,
la estación del mundo que has de querer
abrazame así,
y volverás a ser feliz,
volverás a revivir,
volverás a mi, hoy, amor.

Ante aquella dulce canción, contemplaba el dios menor, anonadado por la voz de aquella mortal. No era mujer muy hermosa, sin embargo, estaba felizmente casada, con un esposo que labraba en los campos; y sobre su regazo, sostenía un pequeño bulto blanco al cual le cantaba de manera tan amorosa y tierna que no podía Morfeo apartar su mirada de aquella señora; que bajo sus amplios vestidos, debaja asomar un segundo bulto, en su vientre. Cuanto le habría gustado acercarse y sentarse a su lado, cantar con ella o tocar su pequeña flauta a su lado; pero entre el mundo ateniense aquello habría implicado una falta de respeto para el honor de su esposo y su casa, y en vista de que no era el único que quería acercarse, se resignaba cuando ancianos y niños pasaban y la saludaban.

Ella era feliz, y por que ella estaba feliz, él también estaba feliz. No la amaba ni nada de eso, pero su bonito canto llenaba de armonía el ambiente y todos parecían trabajar con mucho gusto cuando ella estaba sentada en la banquita fuera de su casa; y aún las matronas y mozas de servicio trabajaban con gusto deleitándose con aquella voz alegre y armoniosa.
-Deberíamos acercarnos, verdad? -Preguntó a su pequeño gato Zasafraz que movía la cola, adormecido sobre los pies de su amo, y es que Morfeo estaba oculto bajo una túnica con un pequeño gorro de modo que su rostro no podría ser visto y cautivar a aquella chica, ahorrándole así muchos problemas. Los humanos eran tan bellos, tan frágiles y por ello le gustaba estar junto a aquellos; ya que no se sentía ni débil ni inútil, como lo haría en el Olimpo. -Que se sentirá ser humano? Dicen que duele mucho...

Níobe se detuvo cuando escuchó la canción y sonrió, era una nana muy común en Atenas, de hecho, su esposa siempre la cantaba a sus hijas cuando las acostaba por la noche, tatareó silenciosamente, siguiendo las mismas palabras que la mujer marcaba con tanta dulzura.

Terminó de comprar las hierbas medicinales que precisaba para hacer sus emplastos esa semana y sus medicinas que tenían renombre en toda la ciudad, pagó y se distanció del puesto del mercader que le agradeció la compra con una inclinación de cabeza.

La mujer ladeó el rostro y sonrió, una sonrisa que iluminó todo su rostro-Níobe-llamó.

El médico se acercó, los largos cabellos se mecieron por su espalda, por debajo de su cintura a cada uno de sus pasos-Tais-se inclinó hacia la mujer, él fue el galeno que la asistió al parto, por suerte fue un alumbramiento sencillo y rápido, sin complicaciones.

-¿Puedes..?-la mujer se sonrojó porque le estaba pidiendo aquel favor.

-Claro-Níobe dejó la bolsa de hierbas en el suelo y tomó al bebé entre sus brazos con habilidad, se notaba que había sostenido a cientos. Abrió con cuidado la blanca manta de lana y lo examinó-hola, pequeño Ulises-le bebé gorgojeó.

Observaba como aquel humano se acercó, abriendo la boca con mucha sorpresa y los ojos, quitándose al instante los cabellos del rostro. Otro humano podía acercarse, pero entonces, ¿por que los demás no se acercaban? Pensaba y pensaba en que ese no era su esposo, a lo mejor era su hermano; pero no se habían saludado antes como hermanos. Se quemaba el cerebro pensando, pero entonces el bebe comenzó a llorar y aquella mujer; yaciendo más entretenida en charlar con aquel sujeto, se olvidaba del infante en los brazos ajenos.

-El bebé quiere a su mamá... -Susurró angustiado levantándose de golpe mientras que Zasafráz corría en aquella dirección para su propia sorpresa. Estaba seguro que el gato arañaría a aquel hombre si no intervenía pero de por sí ya era visto raro por ir siempre cubierto; así que buscó su bolsita de polvos y tomando un pequeño puño, lo sopló en aquella dirección esperando que fueran capaces de llegar aunque fueran algunos granos de arena de manera que el bebé fuese dormido. Las motas doradas aterrizaron sobre el rostro del niño quién sonrió alzando las manitas para atraparlas, pero las manos de ese niño se detuvieron en seco y cayó dormido de un momento a otro. Entonces el gato se detuvo y solo maulló para emprender su huída casi tan aterrorizado como si estuviera su presencia allí fuera de lugar.

Nada de esto hubiera resultado extraño de no ser que a media calle, en medio de una multitud estaba un muchacho de cabellos azules con una bolsa de cuero en la mano y con la túnica mal acomodada que había dejado su rostro al descubierto.

Níobe parpadeó y se asustó, era normal que el bebé llorará lejos de su madre, era lo más natural y además indicaba que estaba sano por completo. Pero cuando aquellas manitas se alzaron de repente para luego caer como si le hubiera cortado los hilos, eso sí que lo atemorizó, inclinó el rostro y puso su oreja contra el pecho del bebé, auscultándolo y se calmó cuando escuchó los latidos firme y fuertes.

-¡Por Hera!-la exclamación de la mujer hizo que alzara la cabeza para ver que suceso había conseguido que jurara por una diosa. Siguió sus ojos y se los posó sobre aquel extraño hombre de cabellera..cabellera azul..¡Imposible!

-¡Un demonio!-chilló un mercader y de repente toda la plaza se convirtió en un caos de puro pánico.

La mujer la arrebató el niño a Níobe que lo soltó sin despegar sus ojos de aquel hombre que parecía helado y asombrado por todo el revuelo que se estaba ocasionando en torno a él. No le pareció un demonio, claro que él no era un experto en el tema, solo conocía a un dios y desde luego nunca lo asemejaría con un ser del Inframundo. Se percató de que el sujeto estaba muy nervioso y algo confundido porque le gente gritaba y corría en todas direcciones.

-¡Llamen a la guardia!

Fue entonces cuando Níobe se movilizó y corrió hasta el centro de la plata, lo cogió del antebrazo, olvidando en el suelo su valiosa bolsa de medicinas-¡Corre!-y haló de él.

Miró a todos lados confundido y asustado cuando escuchó que lo llamaban demonio. Él sí que podía desaparecer pero y Zasafráz? Se paralizó por los gritos y como la plaza había empujones y un caos dominante, pero los polvos de su bolsillo no eran suficientes para dormirlos a todos; por lo que cuando aquel extraño le jaló no dudo en salir corriendo seguido de su gato plateado.

Un demonio que se dignara de ser demonio habríase quedado y habría causado mas maldad y caos, incluso destrucción y muerte, pero el no era ningún demonio así que el quedarse solo le haría peor daño a la situación. Se preguntó que haría la guardia una vez que les cerraran el paso, pues estos les habían cerrado el paso adelantándose por una avenida contigua y mientras la gente se alejaba allí después de la alarma de que los soldados del emperador habían acorralado a un demonio; empujó al médico detrás de unos barriles de licor fuera de uan vinatería y le aconsejó que se tapara los ojos y la nariz y se quedo de pie, echándose la capucha a la cabeza.

-Tú, el de la capucha; en nombre del César. Retírate la cubierta y muéstrate, por el poder que se nos confiere, quedas bajo custodia. -Le ordenó el capitán de la tropa pero por respuesta solo obtuvo una inclinación leve y acto seguido, sopló con mucha fuerza un viento sutil que envolvió a los sujetos haciéndolos caer al suelo uno a uno con algunos gemidos cómodos y somnolientos.

-Ya puedes salir -Anunció con una sonrisa.- Y gracias

Níobe salió a trompicones entre los barriles, confundido, se quitó la mano de la boca e inspiró una bocanada de aire. Abrió más los ojos al ver el espectáculo, los siete hombre de la patrulla estaban en el suelo, durmiendo, roncando, incluso uno de ellos se había llevado el dedo gordo a la boca y se lo estaba chupando como si fuera un niño pequeño al que acabaran de destetar.

Parpadeó, no sabía que había ocurrido allí-¿están heridos?-su tono fue alarmado, esperaba que no fuera así, solo quería ayudar a aquel hombre porque le pareció inofensivo, nunca pretendió que nadie saliera lesionado o muerto en aquella huida.

Escrutó a aquel extraño hombre, por supuesto lo primero que llamó su atención fue aquella intensa cabellera azul y luego su enorme sonrisa, divertida y agradecida por la intervención de Níobe.

-Ja ja ja ja nooo, son algo bestias los humanos. -Río bajamente, dando pequeños saltitos como si fuese algún tipo de espíritu de los bosques. Suspiró completamente aliviado cuando su gato plateado se lanzó sobre sus hombros y comenzó a maullarle al hombre a su lado; así que tomando algo más de confianza en vista de que estaban solos se aproximó a aquella persona con un gesto amable.

-Ya se me hacía raro que tú si te pudieras acercar a esa mujer mientras que todos los hombres alrededor se morían por acercarse y hablarle pero ello habría manchado su honor de esposa, madre y ama de casa.
Tranquilamente continuaba platicando mientras se ponía la capucha. El gato de ojos dorados y pelaje plateado contemplaba al extraño con un ademán cargado de confianza y si Zasafráz le había aceptado; él también lo haría.

-Es muy molesto cuando los humanos chillan y corren gritando "demonio" no bien te has presentado, pero eso sí, van a tu templo y te ponen ofrendas y estatuas cuando en realidad ni sabes como eres. Yo no soy un viejo barbón ni llevo un bastón ni un gran reloj de arena -Se quejó sumamente ofendido mirándose por doquier paraver que pinta podían encontrarle- Y cuando me aparezco me pintan de demonio. Joder... Ah por cierto, sou Morfeo y tú; déjame adivinar, eres Hermes. Todos conocen al viejo Hermes...

Níobe sintió que le estaba comenzando a doler la cabeza, todas aquellas palabras soltadas se sopetón, sin parecer a respirar y sin siquiera meditar lo dejaron a él totalmente mareado. Por suerte, conocer a Orfeo lo había inmunizado hasta cierto punto a las divinidades pero uno jamás estaba preparado para encontrarse de frente con un dios y que este lo confundiera..¿con otro dios?

Frunció el ceño-¿Hermes?-era la primera vez que le sucedía aquello, estaba seguro, de hecho, que era la primera vez que sucedía en toda la historia de la humanidad- ¿Viejo?-eso lo molestó más todavía, no era ningún anciano-Yo no soy Hermes-¿había dicho que era Morfeo?, la migraña aumentó en intensidad. Era cierto que no se parecía a la estatua de que estaba en su santuario, no tenían nada que ver.

¡-EH, VOSOTROS!-otra patrulla dobló la esquina-¡ESTÁN DETENIDOS!

Níobe gimió, de nuevo tendrían que echarse a correr o dejar que aquel hombre..dios..lo que fuera echara más polvo al aire.

Cómodamente, como si estuviera a punto de recibir visitas, abrió una botellita de licor y dejó que su vapor se extendiese en el aire, entonces; se dejó ver la imagen de una mujer hermosa, de una de las ninfas madres de Dionisio; sentada sobre un amplio sofá de agua, con adornos de cola de pavoreal mientras cantaba aquella nana que Morfeo recordaba claramente como la que le habían tocado al pequeño bebé.

Concierto para una voz

Entonces los hombres se detuvieron en seco, por la belleza de la ninfa, por su hermoso canto; aún por el brillo alado que le rodeaba y lo más gracioso es que llevaba a un bebé iluminado también por un color azul; como si aquel chico fuese un nuevo héroe o semidios enviado a la tierra. Y simple e irremediablemente cayeron de rodillas rendidos ante su poder, adorándola y suplicándole que les perdonase...

Morfeo esperaba que aquel que lo había rescatado se hubiese cubierto la boca y la nariz nuevamente por que de lo contrario, podría estar como aquellos hombres, que adoraban entre lágrimas en los ojos; a Zasafráz tumbado sobre un enorme barril de vino. Fue entonces cuando el dios del sueño se acercó y metió una tinaja pequeña dentro de un barril, sin darse cuenta que era vino; ya que estaba embobado con aquella canción y la tarareaba; por lo que al beber vino y no agua, lo escupió con gesto de desagrado casi limpiando su lengua entre sus túnicas.

-Hiack...vino, que asco...

Níobe en el momento que vio que Morfeo se disponía a sacarse otro truco de la túnica, cogió el borde del cuello de la suya y la rasgó, dejando al descubierto parte de su pecho y usó la tela para taponarse la nariz y la boca, conteniendo la respiración pero sabiendo que si aquel era en verdad un polvo entonces podría afectar la mucosa de la nariz por mucho que contuviera la respiración. Un truco que había aprendido en Egipto, los sacerdotes que embalsamaban cadáveres solían trabajar protegiéndose parte del rostro para que lo ésteres de los productos que usaban no los afectaran.

Retrocedió varios pasos y observó lo que pasaba, anonadado, aquel dios si se lo proponía podía logar que un ejercito espartano de rindiera los pies de una de sus ilusiones. Sus ojos grises siguieron la trayectoria de aquella jarrita cuando se hundió en el vino y no pudo evitar reír cuando vio que lo escupía al suelo con desprecio como si lo que consideraban los hombres el mejor néctar para él solo fuera un subproducto que no satisfacía su sentido del gusto divino.

-¿Leche y miel?-Níobe no pudo evitar hablar y comenzó a toser, ante él bailaba aquella ilusión pero cerró los ojos para impedir caer a los pies. Se apoyó contra una pared, se estaba mareando-Morfeo..tenemos que irnos..deja eso..-se sentía extraño llamándole la atención a un dios como si fuera un niño-se donde puedes tomar leche..-intentaba llamar su atención para que no siguiera abriendo cada uno de los barriles, parecía que ya se había olvidado de la presencia de los guardias.

-¿Leche y miel?- Es como si a un sacerdote le hubiesen gritado: ¡Zeus!, ya que Morfeo movió la cabeza de un lado a otro buscando la leche y la miel casi preguntando: ¿Donde? Más cuando aquella persona a la que continuaba creyendo otro Dios le dio la indicación de retirarse, sacó un pequeño abanico e hizo volar los residuos de aquel vapor en el aire desapareciendo la ilusión y dejando a los guardias bien dormidos. Se acercó precavido y con cuidado hacía esa persona y le extendió el brazo para que se levantara.- Exageras tío, esta bien que huele a flores pero ni que te estuviera presentando el campo completo de lirios aunque tú vaya que hueles a jazmín...

Quiso hacer una mueca de desagrado a forma de broma pero viendo que esa persona sí quería de plano caerse, y además podía ofrecerle un poco de ese néctar humano tan delicioso o al menos como solo ellos lo sabían preparar, asintió y ayudó al otro a incorporarse.
-¿Y es leche con miel? Me gusta cuando le rayan por encima canela, en el Olimpo ya vez que solo hay vino y me desagrada, aquí también hay solo vino pero al menos hay leche y agua normal; pero una vez cuando amenacé con subir una de esas... vacas, sí, vacas; allá arriba para tener mi leche, Zeus casi me azota diciéndome que tal palacio no era un establo.- Se soltó a reír como un niño pequeño que disfrutaba mucho de la broma, abaniqueándole la nariz para que respirase. Ya se había vuelto a poner la capucha, pero había cambiado el color de su cabello a uno negro y las túnicas eran blancas; dando más la impresión de un sacerdote aprendiz de Hermes.

Níobe alzó la mano de repente, de nuevo sentía que las sienes le estaban latiendo con fuerza pero al tiempo sus mejillas se sonrojaron casi violentamente, claro que olía a jazmín porque dormía abrazado a Orfeo y sus cuerpos estaban todas esas horas en contacto, él amaba ese perfume que manaba de su compañero y lo envolvía en dulce abrazo toda la noche.

Sus dedos sellaron los labios de Orfeo, impidiendo que siguiera hablando sin parar, incluso teniendo una voz hermosa y que pronuncia impecablemente cada palabra, éstas manaban en un torrente tal que colapsaba todos sus pensamientos porque intentaba seguirle el curso de la conversación en una situación de presión como aquella.

-Sshhh..shhh-le pidió, mirándolo a los ojos-sí, se un lugar, sí es leche con miel y sí, si quieres le pones canela-inspiró, agotado, se había separado de Orfeo hacía una hora y ya lo estaba echando de menos-Pero la leche tendrás que conseguirla tú..-sonrió, un pastor le debía un favor, sus cabras daban la mejor leche de Atenas que era ofrecida en los santuarios mayores de la ciudad.

-Vamos..-lo cogió con suavidad de un antebrazo, sorteando los cuerpos dormidos. Lo llevaría a las afueras, cerca del bosque.

¿Lo estaba callando? Así parecía y aún así lo había logrado. No hablaba mucho, ¿o sí? bueno, pero había que darle crédito al viejo Hermes, para su edad, ya casi todo lo molestaba; así que siguió andando a su lado.

Cabía decir que si se mantenía en silencio, con los cabellos negros y ondeantes, así como sus túnicas, resultaba atractivo y muy maduro, sin embargo; iba sumamente contento imaginándose que podría beber leche dulce de vaca con miel. No le gustaban las cabras, producían una leche muy cargada y a veces se agriaba con facilidad, y mientras iba con tales pensamientos de conseguir un poco de queso y crema al precio que fuera; susurrós suaves se levantaban en la multitud por la solemnidad del sacerdote que acompañaba al médico del pueblo... palabas que le pasaban de largo por que ni él era sacerdote y su acompañante no era ningún médio.

Zasafraz les seguía de cerca, luciéndose estupendamente entre las mujeres que lo alababan por lo bonito y esponjoso, sin embargo y a sabiendas de que aquella persona no era un dios, pero tampoco un ser que fuera a lastimarlo; se abstenía de avisar a su amo que iba siendo llevado a las afueras de la ciudad, y es que Morfeo no solamente era ingenuo sino bastante distraído.

Níobe se fue relajando a medida que caminaban, si aquel hombre era un dios y de eso no le cabía duda alguna, era lo más hablador y torpe que se hubiera cruzado en su camino. Se preguntaba cómo diablos podía ser una persona así durante más de cien años, ese pensamiento lo condujo en otra dirección, ¿cuántos años tenía un dios? Mil, dos mil..¿más? No concebía algo semejante, el tenía treinta y eso que ya era un edad avanzada en una sociedad donde a los catorce ya eres un hombre y los quince o dieciséis estás casado y con un hijo.

Devolvió los saludos con una inclinación de cabeza mientras se dirigían a las puertas de la entrada principal de la ciudad, que estaban custodiadas por unas patrullas y el ceremonial guardián de la misma que decidía quien podía entrar; los ciudadanos atenienses ni siquiera eran interrogados.

-Níobe-el hombre de aspecto fornido y con una espada en la cintura, inclinó la cabeza ante el galeno.

-Titus-devolvió el médico, le había salvado una pierda después de una trifulca con unos espartanos-buen día.

-Buen día-el soldado sonrió y abrió paso con su lanza para que Níobe y su acompañante pudiera abrirse paso entre unos vociferantes mercaderes egipcios que solicitaba la entrada.

Caminaron por la gran carretera de tierra, en cuyos bordes comenzaban las tierras de labranza, campos dorados de trigo que se mecían con la brisa, cerca de las laderas de las montañas se cultivaba uva y los almendros e higueras crecía en cualquier sitio que jamás eran talados.

Níobe se desvió y penetraron por una senda, de comenzó a escuchar el ruido de un gran rebaño, muchas cabras-¿Prefieres leche de cabra o de oveja?


(ESCENA CERRADA)