Fuegos de Verano

Había pasado un mes, un mes desde que Níobe se quedó dormido en la habitación de sus difuntas hijas de puro agotamiento, después de llorar tras lo que le pareció toda una eternidad de lágrimas. A la mañana siguiente lo encontró Dimitri y lo ayudó a regresar a su lecho, ese día Níobe no abrió las puertas de su casa, se quedó en su dormitorio, a oscuras, durmiendo, con el rostro contraído y las marcas de unas garras en su cuello, justo donde lo atacó el gato.

Los felinos regresaron al segundo día, si un animal podía tener cara de culpabilidad, esa misma eran la que lucían los gatos. Incluso el blanco minino que lo arañó se detuvo frente a él e inclinó la cabeza en una muda súplica de disculpa, Níobe le acarició la cabeza con delicadeza, en realidad se lo agradecía, si no hubiera sido por él, habría cometido alguna locura. Pero a pesar de regresar a su rutina, no fue ajeno al hecho que sus gatos salían y entraban de la casa muy a menudo, era como si estuviera turnándose para hacer compañía a otra persona.

El calor se hizo presente en toda Atenas cuando el mes julio entró en el calendario, era un calor seco, que obligaba a los atenienses a hacer casi todas sus labores por la mañana o al caer la tarde, de tal forma que la vida nocturna se volvía más animada en verano, sobre todo por los festivales.

Níobe regresaba de una consulta cuando se sorprendió al escuchar la música y ver grandes antorchas encendidas en la plaza central y los muros de las casas. Había ofrendas florales en todas lados y los templos estaban completamente iluminados, los atenienses salían a la calle con sus mejores galas y la familia al completo disfrutaba de la música, bailes y los las actuaciones de los artistas.

El médico estaba más delgado pero eso no marchitaba su belleza, en todo caso resaltaba los altivos pómulos y sus grandes ojos grises. Se acercó a la plaza, los puestos estaban abiertos y muchos mercaderes aprovechaban para vender sus productos, la noche estaba cayendo.

-¡Níobe!-uno de los artesanos de la ciudad lo saludó con la mano.

-Aristeos-el médico se inclinó levemente.

-¿Dónde ibas?

- A casa-no tenía compañía con quien disfrutar del festival de verano.

-No, no, no, ven a beber. Puedo presentarte a mi hija, tiene catorce años, en edad casadera-lo miró especulativamente.

-No-Níobe casi sonrió-No busco matrimonio..-vio la mueca decepcionada-es una niña para mi.

-¡Pero necesitas casarte! ¡Ya es hora de nuevo! Seguro que los dioses lo quieren.

Níobe meneó la cabeza, tratando de escabullirse mientras la música comenzaba a elevarse.

Ni siquiera podía llorar. Estaba sentado sobre una de las fuentes que estaban al final de la plaza, rodeado otra vez de gatos. Sus ojos estaban húmedos y vidriosos, sus túnicas habían desaparecido de su cuerpo y solo una bata blanca dejaba ver el rojo sanguinolento en su espalda rota debido a los bien merecidos latigazos. En tiempos de antaño, él estaría celebrando con los atenienses, pero ahora sencillamente aquella visión le causaba asco, repulsión.

Sus cabelos goteaban sobre su rostro, adhiriéndose a su cuerpo, diluyendo la sangre corriente por su espalda; y su arpa había desaparecido de su lado. Sus manos estaban cubiertas de tierra, e iba descalzo; sin duda alguna, como si estuviese sufriendo alguna penitencia o castigo. Sin embargo, lo mas extraño de todo, era que aquella mirada suave y gentil que solía tener había vuelto a desaparecer de sus ojos; los cuales se mostraban vacíos y sin brillo alguno, como si todas las esperanzas le hubieran sido arrebatadas. No cabía la menor duda de que había vuelto a con Hades.

El arpa de plata de luna, con su nombre tallado en la parte inferior había sido castigada, y las arpas comunes y corrientes de los atenienses no sonaban tan bien; y aunque podía conseguirse una, ni siquiera tenía ánimos de tocar. Estaba simplemente roto por dentro.

Aristeos volvió a tirar de él pero Níobe se paró en seco cuando vio un blanco gato ir corriendo hasta él. Lo reconoció enseguida, no en vano fue el mismo que marcó su cuello para defender a Sueño, ese era el nombre que había decidido ponerle a Orfeo a falta de presentación entre ambos. Puede que no fuera real, quizás solo una loca ilusión de su cabeza pero al menos merecía un nombre. Era extraño, los felinos rehuían las grande concentraciones de humanos pero su felino se aproximó de forma decidida.

Se detuvo a sus pies y sus ojos amarillos, sagaces e inteligentes lo miraron con completa atención. Níobe lo escrutó, notando que le estaban pidiendo algo, el animalito maulló con urgencia y dio un paso atrás, Níobe dio un paso adelante, el gato otro atrás y el médico una más hacia delante, comenzó a seguirlo, notando que su corazón se aceleraba, aquella sombra albina esperaba cada cinco segundos para ver si el galeno iba tras él.

Lo llevó hasta el final de la plaza donde había menos gente, la música era más baja y las voces se diluían en la relativa lejanía.

Los ojos grises se posaron en una figura que estaba en la fuente, de espaldas a él, reconoció aquellos cabellos de plata pura, ningún ser humano los tenía así, imposible pero sus orbes fueron hasta las marcas rojas que se adivinaban bajo la túnica casi hecha jirones. Noto que su garganta se estrangulaba, Sueño ya no lucía sus túnicas vaporosas y azules y estaba..estaba herido.

Se aproximó silencioso, no quería que huyera de él y menos en aquel estado, no deseaba que se evaporara como una nube al amanecer. Dio varios pasos muy rápidos y lo cogió entre sus brazos, alzándolo en voladas con cierto esfuerzo y lo apretó contra su pecho con delicadeza-No te vayas, no huyas esta noche-le pidió en un susurro.

¿Como osas...? El mismo timbre de voz se dejó sentir en la oscuridad en la que estaba sumido. Recordaba esas apalabras, demasiado nítidas en su cabeza, pero aún así no podía recordar de quién venían. Se vio sostenido en los brazos de alguien con mayor fuerza de la que él poseía ahora, y solo dejó escapar un suspiro en cierto modo de dolor al rozar sus heridas con aquellos brazos firmes y al mismo tiempo, de alivio. El gato no cesaba de maullar, como si le pidiera mantenerse despierto, aunque sus ojos se cerraban debido al cansancio; y en cierta forma, se sentía sumergido en aguas heladas y oscuras, teniendo la superficie aún muy lejos como para poder alcanzarla a nado.

¿Eres un sueño...? Otra vez la voz flotó en su cabeza como una burbuja de aire que sale de su boca cuando está a punto de ahogarse, y entonces cayó en la cuenta de que estaba en brazos de esa persona a la que lastimaba y enfurecía cada que se encontraban. Quiso salir corriendo, sabía que no era bienvenido y los timbres suaves y amables de voz eran solo mentiras, viles patrañas acomodadas dulcemente para engañarlo y restregarlo por el suelo como había ocurrido. Entonces dejó de luchar por subir a la superficie, solo se sintió muy cansado de repente, sin ganas de continuar peleando; a medida que se sumía más y más en aquella penumbra en su interior, a sabiendas que su cuerpo no miraba hacía ningún sitio pero que tenía los ojos abiertos.

Sus cabellos eran mecidos por la brisa y la túnica ondeaba suavemente con el viento, manchada ya por la tinta rojiza; y aquel cuerpo ligero, cerró los ojos dejando rodar una lágrima vacía antes de perder el conocimiento,

Níobe sintió que aquel cuerpo se aflojaba entre sus brazos, que la cabeza caía hacia atrás y que Sueño cerraba los ojos. Inclinó el rostro y vio como aquella lágrimas cristalina rodaba, emergiendo entre las espesas pestañas que velaban el acceso a aquellos dos zafiros únicos en belleza. No podía secársela porque sus manos mantenían aquel cuerpo elevado, seguro entre sus largos brazos pero se inclinó, sus labios la tomaron para llevarla a su lengua, ahora sabía que era real..porque la sal de su brillante inundó toda su boca.

Lo acomodó mejor, allí no podía atenderlo, lo llevaría a su casa y cuidaría de él, al menos hasta que despertara y decidiera escapar de él como un ciervo herido-¿Tendré que volverme un cazador?-le susurró al inconsciente Orfeo, comenzó a caminar, seguido de todos sus gatos que hicieron de escoltas de honor.

(ESCENA CERRADA)