Cantando

La enorme estructura de mármol, perfectamente tallado de forma sublime lo hacía abrir sus ya grandes ojos azules ante la belleza del lugar. Apenas caía en su asombro. Los humanos, pese a sus defectos, pese a su indescriptible afán por hacer la guerra podían crear cosas que solo se le ocurría poder compararlos con el Olimpo. Era difícil de decidir cuál de los dos era más bello… ¿el mundo humano, donde pululaban y gobernaban o ‘arriba’ donde él residía?
Aunque, por supuesto, seguía creyendo firmemente en los Dioses. Todo lo que tenían los humanos, era gracias a ellos. Debían de estarles agradecidos.

Sonrió de gusto, mientras se sentaba a los pies de una de las hermosas y como no, gloriosa, columna en la cual podría ver a quienes entraban, empero no lo verían a él; jugueteando con el borde de la sencilla camisa blanca que llevaba, además de un pantalón de apariencia gastada, contemplo sus pies, que por obligación había tenido que cubrir. De esa forma no podía demostrar su humildad hacia Ellos. Pero no encajaría en los cánones humanos. Frunció ligeramente el entrecejo. No podía hacer nada para cambiarlo.

Sin perder de vista el diseño del lugar empezó a tararear una melodía tranquila, lenta, que le daba al lugar un aspecto más bello. Parecía irradiar cierta belleza que no podía describir con palabras. No había forma.
Sin más, de forma inconsciente empezó a cantar. Su excelsa voz hacía eco en el lugar, distorsionándola ligeramente pero manteniendo el toque agraciado de esta. Sonrió, haciendo que lo que antes parecía tener un brillo dorado ahora más bien parecía transmitir un tono rojizo. Cálido como el fuego.

¿Cómo podía explicar, que lo que contemplaba era un milagro? ¿Qué la preciosidad que vislumbraba era la muestra de amor de los Dioses? ¿Qué todo lo que los rodeaba estaba hecho del amor más puro, más embriagante? –Esto es el cielo en la Tierra…- susurro haciendo una pausa en la sinfonía que entonaba.

Que estaba haciendo alli? .... una pregunta a la cual no tenia respuesta.
Era una de esas raras veces que al bajar un rato a tierra, y descansar un rato junto a un arrollo, se le antojo caminar, asi que camino, bueno trotó un buen rato hasta casi las afueras de el bosque en el cual se encontraba. Antes de salir de el follaje se transformó, convirtiendose de un hermoso semental negro alado, a lo que semejaba a un humano de cabellos negros, alto de complexion delgada con enormes alas negras.
´´No otra vez...´´ sus alas se habian quedado, algo que usualmente no le molestaba, pero estaba bastante cerca de un acentamiento humano. ´´Ni modo´´ Recogio algo de sus cabellos, lo tiro al piso, y en instantes una bolsa sencilla aparecio, se agachó, recogio su ropa y se vistio. Llevava unos pantalones de algodon negro, una vamisa verede y un saco simple.
A decir verdad detestaba y a lavez no le importaba mucho usar ropa, era incomodo aveces, especialmente por las alas, pero en acentamientos humanos era una necesidad, Aunque porque se tomaba la molestia esta vez era un misterio.
Agarro la bolsa que se volvio a encojer, y la coloco en sus cabellos, escondida a plena vista.

Empezo a caminar, saliendo del bosque y dirigiendose hacia la ciudad. Era impresionante, y bella su arquitectura de cierta manera, aunque el preferia la majestuosa belleza natural, con sus sonidos y canciones.
Perdido en sus pensamientos, un hermoso sonido llego a sus orejas. Era una melodia, una muy bella melodia, que por alguna razon le traia paz, asi que decidio seguirla.
Se encontro entre las bellas columnas en un exelente lugar para ver a lagente y que no te vieran. alli, viendo al cielo se encontraba un muchacho de cabellos dorados, aparentemente ido, la fuente de esa bella melodia.
El joven de pronto hiso una pausa, y murmura algo, momento perfecto para presentarse.

- Hola- Sonrio- esa cancion fue muy bella