Serena Nostalgia

Había ido allí aquella mañana, mucho antes de que saliera el sol a fin de recuperar los restos de una vasija que se había estrellado en las escaleras del templo la noche anterior durante la tormenta. Con cuidado recogió los trozos y los levo consigo, cuidadosamente entre sus brazos hasta dejarlos sobre el altar de aquel templo; y juntando sus manos, y juntando sus manos, las aproximó hacía aquellos trozos para volver a armar la pequeña urna.

Una vez que esta acción fue realizada, la colocó sobre la mesa del templo y puso en ella la tapa; esperando que su dueño pudiese encontrarla al volver. Suspiró con semblante agotado y triste, avanzando con suavidad entre los pilares, que eran acariciados con los amplios velos de sus túnicas; llevadas por las ráfagas de viento de un lado a otro. Cundo estuvo lo suficientemente alejado del sitio de oración, sus pasos suaves e indecisos le llevaron hasta la parte trasera del templo, que era cubierta por un pequeño laberinto donde en el centro, una pequeña fuente dejaba manar sus helados chorros de agua fría producto de las piedras y el mármol de las fuentes.

No había vuelto al inframundo desde lo ocurrido con su amo, tampoco quería ir a los cálidos y soleados territorios de Zeus y el pueblo de los humanos no estaba a su alcance; únicamente la belleza y serenidad de ese sitio, por lo que sacando su arpa, suavemente comenzó a tocar una delicada y suave melodía que era imposible de reproducir por el eco con todo su detalle y que sin embargo, sumía aquel templo en una tranquilidad sobrenatural, pero muy silenciosa.

Sabía que sus tres hermanos menores no eran precisamente fanáticos de ir a aquél sitio; a pesar de que ahí estaba un templo dedicado a ellos... aunque él como hermano mayor y el viento más fuerte era el que recibía mayores ofrendas en ese sitio. A pesar de ello, rehuía también de ese lugar, simplemente porque le gustaba su espacio personal y no estar rodeado de muchas personas.

Sin embargo aquella mañana decidió ir, el Olimpo parecía muy agitado ese día, sencillamente no quería estar ahí, y fue a refugiarse a la Torre de los Vientos, y fue a la parte trasera del templo, donde casi nadie tenía acceso, cerca de una fuente de mármol, en una parte donde ni siquiera los sacerdotes podían llegar. Ahí se recostó cerca de una ventana por donde se colaban los rayos del sol y que iluminaban graciosamente su cuerpo.
Algo llamó su atención, el sonido de una arpa, y fue la música lo que llamó su atención, por ello ladeó el rostro, buscando con la mirada la fuente de la canción. Hallando ahí a alguien conocido, sonrió levemente de lado sin hablar para no interrumpirlo.

Su cabeza se encontraba recargada en uno de los pilares de aquella fuente, mientras que sus pies apenas y rozaban el agua que corría; creando ondas superfluas que daban la impresión de que un humano y no un dios yacía allí. Sus dedos se deslizaban por las cuerdas, en diminutos e invisibles hilos azules que se aferraban a árboles, pajarillos y pilares, entretejiendo una telaraña a su alrededor; aquella que sumía a todo en un sueño profundo, pero relajante, por si algunos humanos subían, fuesen presa de la armonía y paz de aquel sitio; por lo que esperaba permanecieran en sus sitios orando o por lo menos, durmiendo.

Le agradaba aquel sitio, por que distaba de ser los dorados paisajes del olimpo, donde nunca se ponía el sol, y de hacerlo, continuaba brillando; tampoco era un sitio como el inframundo. Los rayos del sol llegaban, a veces pálidos, despuntando al amanecer, o rojizos y naranjas como cuando caía el sol; se teñía de azul por las noches y de negro en los días de tormenta, siempre fresco y con un clima tan relajante como estar en la cima de una montaña donde su majestuosidad radicaba en su grandeza y no en su divinidad.

Sus dedos rozaban apenas las cuerdas, de manera perezosa; en una melodía calmada y serena que incluso comenzaba a adormecerle a él. La mañana iba abriéndose paso por las colinas y la cúspide de los árboles.

Suspiró ante la tranquilidad que transmitía aquella música, por eso le gustaba escuchar al que creaba tan hermosas notas, podría decirse que estaba fascinado desde la primera vez que aquellas notas llegaron hasta sus oídos. Por eso no se atrevía a interrumpirlo cuando tocaba, y no se movería, ya que al parecer no se había percatado de su presencia en el recinto.

Por ello se dedicó a observar atentamente esos finos dedos pasar por las cuerdas del instrumento. Entrecerró los ojos disfrutando la melodía antes de que aquella característica brisa fría empezará a manar de su cuerpo. No era su culpa, se relajaba tanto que dejaba de contener el viento a su alrededor. Y ahí estaba esa corriente de aire frío, suave pero claramente perceptible que seguro haría perceptible su presencia.

Justo cuando pensaba que nada podía importunar su paz, sus dedos se sintieron fríos entre las cuerdas, y aún cuando no se viera, tenía la cara pálida y sus labios estaban morados; mientras sus dientes castañeaban su cuerpo tenía leves espamos por el frío. Entonces dejó de tocar y una suave sonrisa le hizo levantar el rostro mirando al cielo, a sabiendas que reconocería en cualquier sitio aquella sensación.

-Boreas... -Saludó aunque con reproche, incorporándose lentamente evitando que sus pies rozasen la superficie del agua; y alisando sus ropas del viento helado, y pasando sus cabellos con gracia sobre su hombro; se incorporó cerrando los ojos y permitiendo que la gélida brisa acariciara su rostro.- Baja ya...

Sus ojos zafiro se posaron sobre aquel páramo, buscando lenta y pacientemente al dios del viento del norte en espera de que hiciera su aparición.

En el instante en que la música cesó se supo descubierto, y no le sorprendía, no era la primera vez que se hallaban en aquella situación. Negó para si mismo para observar cada movimiento del otro en cuanto dejó de tocar, y abrió completamente los ojos una vez más al escuchar al otro llamarle. Si fuera cualquier otra persona se hubiera negado a mostrarse o moverse siquiera de su lugar. -Seguro terminaras creyendo que me gusta interrumpir tu música-

Aquello lo dijo en un tono suave y calmado mientras se sentaba, y dejó ver primero sus pies y piernas, para después bajar del sitio donde estaba, acomodándose sus prendas que para variar,m a pesar de ser holgadas delineaban perfectamente su silueta. -Me disculpo por ello- Comentó acercándose para quedar frente a él, notando el tono amoratado en sus labios, conforme iba desvaneciendo el aire frió que había llenado el recinto por su culpa. Le obsequió una suave caricia en la mejilla en el instante que la temperatura del lugar volvía a la normalidad.

-Te has emocionado nuevamente, tonto.- Observó con una sutil sonrisa, que más se asemejaba a una mueca amable. Hacía mucho tiempo que Orfeo no podía sonreír como cualquier persona y aunque se había vuelto un ser en demasía solitario, podría decirse que le agradaba compatir su tiempo en ese sitio y por supuesto, con el dios a quién dicho templo estaba dedicado.

Le observó de reojo, amable y tranquilo, era una de las pocas personas que lo conocían gentil, por lo que era una persona a la que apreciaba, si es que a un dios se le podía llamar persona.
-A veces olvido traer conmigo una frazada cuando vengo a este sitio.- Murmuró como un reproche a modo de juego soplándose un poco las manos sacando algo de vapor por causa del clima frío, pues el agua ligeramente se había enfriado; y entre los vientos y las pequeñas gotas que escapaban, le helaban la piel.

Lo observó directamente y levantó su lira como dándole a entender que aún tocaría siempre y cuando sus dedos entumidos no se lo impediesen.

-Has mejorado tu resfriado?

-No es mi culpa, tu música es hermosa-Comentó a manera de sutil disculpa, era cierto, aquella música siempre lo hacía manar ese frío, y era curioso porque pocas cosas llegaban a conseguir eso, en realidad casi nada lo conseguía. Pero no era sólo cuestión de la música,no, era el que la interpretaba. Él nunca fue precisamente alguien sociable, en realidad casi siempre rehuía de las conversaciones y de estar cerca de otros, ya fueran ángeles, dioses o humanos, sencillamente prefería el sonido del viento. Y justamente eso era lo que lo fascinaba de la música, que sin el aire a su alrededor no existiría, no se esparciría.

-Vamos... hay algunas frazadas por aquí para que agarres algo de calor- Comentó sinceramente apenado por haberle causado tanto frío al otro, y cubriéndolo primero con una túnica que estaba por ahí, que era de uno de sus sacerdotes pero un buen inicio.

-Si, aún estornudo un poco... pero ya estoy mucho mejor...- Comentó mirandolo directamente a los ojos -Lamento mucho... haberte preocupado de esa forma- Bien, aquél era el que conversaciones más largas tenía, con Orfeo era con el único ser que no era monosilábico.

Tomó aquella túnica con suavidad y se envolvió en ella encontrando confortable el pequeño calorcito que comenzaba a manar de su cuerpo mientras observaba al otro con curiosidad. Boreas sabía que Orfeo estaba sirviendo a Hades, que su padre era Apolo y su abuelo Zeus; pero lo más importante es que Orfeo se lo había contado todo, en una muestra de confianza... quizás por que se había sentido demasiado solo o tal vez por que encontraba muy conciliadora y reconfortante la compañía de aquel dios menor.

Él sabía que su música era hermosa, pero solo Boreas parecía notar que era a fin de cuentas música, no se comparaba con la de Apolo en su magnífica arrogancia, ni era tan avasallante como el poder de Zeus, que lo despreciaba; ni siquiera era un medio hipnótico como el señor Hades solía decir, en su eterna manía de analizarlo todo... era la voz de su alma cuando las palabras se negaban a salir.

-El dios del viento gélido resfriado... es lo más cómico que he escuchado.- No era cómico haberlo visto enfermo, de hecho aún estaba asustado. Había tenido fíebre igual que Euridíce, y habia estado débil; nuevamente él no pudo hacer mucho más que tratar de bajarle la fiebre y tocar para él su lira. Mas cuando su acompañante comenzó a buscar las frazadas, él pasó sus dedos por las cuerdas de plata comenzando a tocar.

Desde que conocía al otro no podía negar que se sentía más cómodo, confiaba en él, y le alegraba saber que la confianza era mutua, Orfeo le había contado de su linaje, sobre su servidumbre hacía el Dios del Inframundo, cosas que el otro había decidido contarle... aunque él por su parte no tenía tantas cosas que contarle sobre su vida lo había hecho, que sus padres eran Eos y Astreo, por lo que él era un titan de tercera generación. Orfeo también sabía que él era el mayor de sus hermanos, tenía gracias a su madre varios medios hermanos más, pero, hermanos completos eran las estrellas, cinco hermanas, y los tres vientos restantes. Con ninguno de ellos era cercano.

Miró complacido como el otro se confortaba en la túnica, mientras buscaba entre las ofrendas que se hallaban guardadas en esa parte del templo las frazadas, hallando un par de ellas, ambas bellamente trabajadas, y bastante cálidas. Las tomó, poniéndoselas al brazo, haría al otro estar cómodo, y se regocijaría de felicidad si podía escuchar más de sus canciones, y es que eran notas cristalinas y tan sinceras, no eran superfluas, y revelaban las emociones que las palabras no podían pronunciar. -Realmente es una situación bastante... peculiar y algo deprimente- Comentó dando un resoplido, no era algo que le enorgulleciera, aunque bueno, a pesar del consejo de bañarse en el lago en el Olimpo aún seguía un poco agripado. Corrió una cortina dejando ver una estancia donde habían varios asientos alrededor de una mesita baja, en realidad eran grandes almohadones, e invitó con un gesto del brazo al otro a entrar y ponerse cómodo escuchándolo iniciar nuevamente con las notas de sus melodías.

Tomando de buen agrado aquella oferta, echó sobre su cuerpo las frazadas y acomodándose en una simple esquina cubierta de mullidos cojines y bajos velos semitransparentes de color azul oscuro y azul cielo; plateados y blancos, comenzó a tocar nuevamente.

Aquel ambiente, antes tan frío, con el aroma a soledad y tiempo; fue llenándose de la deliciosa música que acariciaba sus paredes, el viento gélido le daba una sensación de encontrarse en la cima de alguna montaña, apartado del mundo; donde solo los trinos de algunas aves lograban llegar allí; colándose entre los pilares diminutos rayos de sol que daban al recinto una serenidad y pureza que no podía encontrarse en otro templo en la ciudad. Después de todo, él había estado en los templos de las otras deidades y comprobado con desagrado como siempre estaban atestados de gente, el olor a comida nueva y caliente, el olor a pan duro y frìo o como la fruta comenzaba a echarse a perder por el negligente cuidado de sus sacerdotes y sacerdotizas.

En los templos del inframundo estaba el olor a muerte, a enfermedad y flores de cementerio, el incienso adulterado con la mirra creaban una densa nube de hubo imposible de digerir y que solo los mismos humanos, tan embotados en sus aromas; no percibían pero era un olor casi vomitivo. En cambio en ese sitio, donde muy pocos iban por pereza, frìo o temor debido a lo solitario que era; resultaba ser el refugio adecuado, pues ni los dioses del olimpo ni del inframundo iban por allí.

-Si has de... tomar un baño nuevamente, yo no podría acompañarte.

Entró en aquella estancia detrás de Orfeo, acomodándose en uno de los almohadones cercanos al encantador músico, para poder escucharlo mejor, y también, quería estar cerca de él, era una sensación curiosa debía admitirlo, aunque seguro no sabría explicarlo por completo a quien se lo preguntara.

Se llevó la mano hacia la cabeza, jugueteando tenuemente con sus cabellos, apartándolos de su rostro sobre todo, aquello lo hacía con la mano izquierda, en donde portaba su inseparable anillo, el que nunca se había quitado, y seguramente nunca lo haría. En realidad tocaba sus cabellos para moverse y no permitirse volver a emanar aquél frío, porque sencillamente no podía evitar percibir emociones diluidas en las notas, pequeñas porciones que una a una se unían en melodías que expresaban tantas cosas. Era aquello lo que tanto le fascinaba de esa música, lo que lo hacía emocionarse... y en realidad el otro dios menor ya había recibido bastante frío para un momento.

Ahora que se ponía a pensarlo, Orfeo debía haber estado varias veces en ese sitio, para saber como llegar hasta la parte trasera del lugar, a la fuente donde lo había encontrado. Se preguntaba cuantas veces habría estado por ahí; seguramente varias porque era un sitio tranquilo y solitario, un buen refugio para seres como ellos, amantes de la tranquilidad.

Y justamente en esos momentos lo estaba, estaba consciente de que le haría falta darse un nuevo baño en aquellas aguas, pero no era algo urgente, y que Orfeo se lo recordara, le hacía saber que de cierta forma se preocupaba por él, y quizas, era alguien importante. -Lo se... pero por ahora sólo quiero disfrutar de tu compañía Orfeo-

Le miró largamente, manteniéndose en el mismo ritmo, de una tonada sutil y muy serena que le llenaba de paz. Apreciaba los esfuerzos de aquella persona por controlar ese clima, pero por lo mismo; por estar atento a su propia temperatura corporal; no disfrutaba de esos momentos de serenidad.
-Boreas... tengo ya las frazadas que me has dado, no veo por que debas contenerte.- Observó con un tono divertido, aunque distaba mucho de parecer burla y al mismo tiempo; tampoco evocaba esas sonrisas que se habían apagado en su interior. Cerró los ojos, creando aquellos hilos finos de energía azul, que nuevamente tocaban aves, pilares, y todo cuanto estuviese a su alrededor, reduciendo la vida de aquel solitario sitio a la de los propios latidos de su corazón; como si su bioritmo fuese la marcha de ambiente al que de una forma u otra, se adaptaban.

Sus largos cabellos cubrían su rostro, lacios, comouna lluvia sutil de luz de luna, hasta que lentamente fueron moviéndose por una ráfaga ligera que fue ganando fuerza, haciendo danzar las hojas que hasta allí se colaban; mirando de reojo al dios menor, preguntándose si este había decidido por fin relajarse o sus subordinadas ráfagas de aire gélido habían salido a jugar sin su permiso.

Esperaba que el otro no se hubiese percatado, pero bueno, no podía hacerse gran cosa, ya había sido descubierto, a pesar de ser sutil en sus movimientos, a pesar de ello resultaba evidente que no se había dejado sumergir por completo en las notas, si alguien lo conocía podía percatarse al instante de ello por la ausencia de la gelidez. Y no podía mentir y decirle al otro que no era así, aquél ser que estaba en ese sitio era alguien que lo conocía bastante bien.

-Solo espero que no te enfermes tu también- Comentó en tono amable, aceptando finalmente el dejar de contenerse, se permitiría disfrutar aquella melodía que el otro amablemente tocaba para su persona, y ello era un gesto tan amable que podía agradecer desde el fondo de su inmortal corazón, y su inmortal alma. Por aquello finalmente decidió cerrar los ojos empezando a relajarse, disfrutando de aquellas notas.

Aquello tenía sus predecibles consecuencias, pues mientras se iba calmando, sosegándose, el aire que circulaba en la habitación empezaba a circular en una ráfaga de aire frío que poco a poco aumentaba de intensidad, moviendo todo, llegando incluso a hacer ondear suavemente las cortinas que ocultaban ese recinto y lo separaban de la sala donde estaba la fuente.

-Creó que será distinta la manera de cuidarme, yo no bebo vino y no sé si sepas tocar la lira.- Bromeó con rostro sereno, cerrando los ojos al sentir la temperatura del recinto descender considerablemente. Los violentos vientos sacudían con fuerza las espesas y densas cortinas, los velos eran azotados de un lado a otro; pero él se mantenía cálido entre aquellas frazadas y sumido entre los suaves y acolchonados almohadones. -No... no sabría como atenderme.
Y era cierto. No había probado otro alimento que no fueran los duraznos o las fresas; y el agua cristalina del riachuelo; pero de allí en fuera, en todo ese tiempo no había comido otra cosa, quizás por que como deidad no la necesitaba y su estado de ánimo inconstante no le abría el apetito.

A sus espaldas escucho como algo crujía y sin más, se detuvo el sonido del agua, se había congelado el vino de los jarrones y las copas, las vasijas estaban cubiertas de escarcha y de sus labios emergia un poco de vapor; pero aún así continuaba tocando, tarareando dulcemente para el dios del viento, mirando con cierto interés como los pétalos de las flores eran arrebatados de los árboles y rosales y conducidos hasta el interior del templo donde caían congelados.

Sonrió tenuemente, bien, en realidad el no era precisamente un buen músico, sabía tocar algunos instrumentos de viento, pero no podía compararlo con esas notas, aunque, si el otro se enfermará se preocuparía en cuidarlo, quizás, entretenerlo con algunas de sus pinturas, algo, no sabía que precisamente, pero algo seguramente hallaría para hacerlo sentir mejor. De cierta forma le tenía un gran aprecio al otro, bastante grande... podría decirse que aquél sujeto se estaba volviendo alguien importante para él.

En realidad no se daba cuenta de ello en ese momento, no... lo había estado pensando, dándole vueltas al asunto desde su anterior encuentro, ya que... en esa ocasión le había robado un par de besos... era inusual sentirse de esa manera, a pesar de tener descendientes, hijos de Oritia a la cual raptó tiempo atrás, no se sentía de la misma forma que al estar con Orfeo... era difícil de decir, y mucho más de expresarselo al otro.

Era aquello lo que hacía su viento aumentar a niveles mayores de lo usual, volviéndose mucho más frio, congelando todo el agua en el lugar, creando escarcha en los objetos y congelando los petalos y hojas que se colaban al interior del recinto. Sabía que si seguía así se iría enfriando más y más el lugar, acercandose peligrosamente a bajas temperaturas, incluso mortales.

-Boreas...? -Le llamó con voz serena y tranquila, a medida que definitivamente las frazadas eran insuficientes y el aire helado había llevado consigo algunas gotas de agua que cristalizadas yacían sobre el suelo convirtiéndolo en una plataforma reflejante.

Sus dedos estaban pálidos y era muy dificil que la sangre continuara atravesándolos, puesto que el entumecimiento de nueva cuenta se volvía a hacer presente. Le observó con calma, esperando pacientemente a que disminuyera aquella onda gélida que amenazaba con congelar sus cabellos en el aire; puesto que incluso había algo de escarcha en sus cabellos, lo cual le causaba gracia. Sus labios no estaban morados aunque aún tenía un leve rosado en sus mejillas a causa del frío.

Se levantó y salió de entre las frazadas, aunque aún llevando la túnica ajena, pues a medida que perdía calor iba temblando.

-Hay algo que siempre he querido hacer y que hacen los humanos... ¿lo intentarías conmigo? -Se refería a ir al lago del Olimpo y hacer que aquel dios menor lo congelase a fin de que pudieran ponerse a patinar. Nunca había patinado sobre hielo pero lo había visto en los mortales y aseguraba ser muy divertido.

Tardó un par de segundos en reaccionar ante el sonido de la voz ajena, pues estaba tan sumido en los sonidos que al inicio escuchó distante, ahogado por el viento que se movía en el lugar, pero en el instante que se percató de ello abrió los ojos, haciendo detenerse al viento por completo en un instante. Parecía haberse vuelto un ritual entre ellos, Orfeo tocaba, él se relajaba y emocionaba tanto con ello que creaba esa atmósfera fría que debía desvanecer en el instante que Orfeo le llamaba y estaba seguramente entumido. - Sabes... los humanos creen que tengo mal humor y por eso envió los inviernos...-

Se levantó despacio, sacudiéndose suavemente las prendas que llevaba encima notando que estaban aún cubiertas de escarcha, sonriendo casi invisiblemente se acercó a Orfeo, que parecía ir temblando, no podía creer que hubiera salido de las frazadas en un momento en que la temperatura resultaba tan baja, el no la notaba, para él eso aún no era nada, pero para el dios menor a su lado no resultaba así.

-¿Algo que hacen los humanos?... me gustaría intentarlo- Afirmó mientras hacía que el viento no fuera más que una imperceptible corriente de aire, al menos mientras el otro recuperaba el calor, y de forma instintiva lo abrazó hacia su cuerpo, alejando el frío de este para ayudarle a Orfeo a recuperar el calor perdido.

Se dejó abrazar, mostrando cierta sorpresa por aquel gesto, pero de una manera u otra; ese era su caracter de siempre. Se recordaba así mismo como una persona amable y gentil que sonreía mucho, era expresivo y su rostro siempre daba a entender lo que deseaba o quería decir; aún lo que sentía o estaba pensando. Sin embargo y con el paso de los años, aquella habilidad, o debilidad como lo llamaba él, había desaparecido y en su lugar solo quedaba esa majestuoso aire de serenidad; o al menos cuando estaba en compañía de Boreas...

Todo el tiempo se mantenía triste, de mal humor e incluso cargado de odio; pero era imposible no relajarse con su propia música y con aquel viento fresco siempre soplando en su rostro como si le recordase que las cosas pasadas ya no podían resolverse. Observó de reojo a Boreas e hizo un ademán de que continuaran, hubiera sonreído su aquella mueca no se quedase atorada entre sus labios; más no se soltó de aquel agarre. Por encima de las túnicas y cuando los vientos gélidos del dios menor soplaban; si se aferraba bien, podía sentir su cálido cuerpo.

-Me gusta más el invierno que la primavera o el verano, quizás por que ofrece un paisaje caduco que solo puede apreciarse una vez al año. Las flores de primavera permanecen en verano, incluso en otoño; los árboles dan frutos todo el año; pero en invierno es como si todos se tomasen un descanso...

Nunca abrazaba a nadie, salvo muy raras excepciones; sólo era su forma de ser, como siempre había sido, como le funcionaba ser, y le agradaba. Era por eso que Orfeo era de los pocos que conocía el calor de su cuerpo, que lo había llegado a percibir, quizás fuera la única persona que lo conocía, aunque claro, Orfeo no era justamente una persona, bueno, se trataba de un dios menor igual que él.

Respiraba tranquilo, aunque su corazón palpitaba perceptiblemente, estaba encantado con aquella posición, por lo que miraba de reojo al otro, dudoso por una cuestión, si acaso el otro se habría percatado de que se había ido acercando más y más a él, que desde que lo conocía hasta ahora, había aumentado el contacto físico desde una tenue caricia en la mejilla o la espalda hasta un abrazo como aquél y aquellos besos cortos robados de vez en cuando.

-El invierno es el final y el inicio del ciclo... el mayor y el más único de los cuatro... - Comentó divagando un poco, recordando a sus hermanos -La aurora... nos vio nacer... vela por sobre las estaciones, es una madre que custodia la vida... custodia el orden de los vientos... -

-Cuando Demetér invoca a los vientos gélidos del norte, casis iempre para hacer que te poses sobre los últimos meses del año... era cuando mi ama, Persephone, bajaba a los recintos del amo Hades. Entonces yo tenía permiso de salir al mundo de los humanos.-Comentó vagamente con una curiosa suavidad en su voz, era uno de los recuerdos más agradables que tenía cuando no estaba odiando a Zeus o aborrenciendo a Apolo.- Bajaba a Atenas y... descubrí que cuando hacía mucho frío, el agua se congelaba... entonces los mortales se ponían unos zapatos extraños y podían caminar por el hielo sin resbalar.
El júbilo y la diversión que se escuchaba en su voz no era común, hacía mucho tiempo que no hablaba así pero por la emoción de un niño pequeño que va a patinar por primera vez opacó la sorpresa de escucharse hablar así y continuo. Una vez que salieron del templo, se percató de que el viento era suave y casi tibio, que el templo de los vientos era un sitio casi congelado; y que de poder llenar sus habitaciones con agua, no debían ir tan lejos a congelar un lago cualquiera para intentarlo, más el lago del Olimpo era el único que conocía al que no recurrían los mortales y dejarles una fría sorpresa a los dioses era una idea que curiosamente, le sacó una sonrisa traviesa.

Se estaba divirtiendo. En décadas sino es que en ese primer centenario realmente estaba contento y satisfecho, por lo que la idea de volver al inframundo se le hacía cada vez más cruda.

Escuchó con curiosidad la jovialidad en la voz ajena, de cierta forma eso lo alegraba, pues aquél dios que cuando conoció tocaba melancólicamente parecía estar divirtiéndose genuinamente. Alguien que le importaba tanto se mostraba divertido, y si podía aumentar esa felicidad lo haría sin dudar un solo instante.

Por lo que escuchaba, lo que podía notar, la emoción era por patinar sobre el hielo, ¿a donde querría el otro que fueran para hacerlo? donde fuera podía hacerlo, tenía el poder para hacerlo, todo por complacerlo. -El agua helada se vuelve hielo, cristalino y perfecto hielo... supongo que jamás has "andado" sobre él... yo te enseñaré- Siempre había estado sobre el invierno, y había observado tantas veces a los mortales hacer eso que había aprendido a hacerlo, y le mostraría la forma a Orfeo.

Cuando estaban fuera de la Torre se podía notar cuanta influencia había tenido en ese sitio el temperamento de Bóreas, ya que en ese sitio helaba mientras afuera el clima era más agradable, y es que, aún no llegaba el invierno a esas zonas. Caminó junto al otro, esperando saber que se traía entre manos.

Le guió hacía el lago del Olimpo, avanzando un poco más animado, curioseando o deteniéndose a ver detalles en los que antes no había reparado. Se detenía y esperaba a que Boreas le siguiera el paso, sonriendo de manera imperceptible. Más cuando llegaron a dicho sitio, estaba a rebosar de aves, cubierto de flores y los pastos amplios se elevaban por encima de aquel enorme lago tibio que liberaba sus vapores y al cual solo los dioses tenían acceso.

-Eh aquí el sitio... como puedes ver, el agua está caliente; pero no conozco más lagos o sitios donde se pueda realizar lo que... bueno... -Dudó unos momentos pensando en lo loco y descabellado que podía resultar su plan y no estaba seguro si de al otro le agradaría ponerse a patinar con él.

Miró el agua y recordó su encuentro con su padre, y aunque lo sentía por aquel que quisiese bañarse ese día; sencillamente quería probar que se sentía caminar sobre el agua o mejor dicho, sobre el hielo y desplazarse de un lado a otro. Se asomó a la orilla y suspiró comenzando a arrepentirse; puesto que a decir verdad, no tenía mucha confianza en sí mismo.

Fue siguiendo con tranquilidad al otro, subiendo hacia el Olimpo, por rutas tan conocidas, senderos que siempre utilizaba y que extrañamente ante sus ojos se revelaban distintos ese día, más vivos, coloridos; era más fácil culpar al buen día que aceptar que lo veía así porque iba acompañado del otro. A pesar de ello no lo pensó demasiado, siempre caminando tras él, dejándolo adelantarse, además el otro iba tan animado que no podía darle alcance con tanta facilidad en ocasiones.

Al llegar al lado lo observó, agua caliente, y el ambiente lucía primaveral, por eso no pasaba tanto tiempo por ahí, era mucho para su gusto a veces. -Entiendo... pero tranquilo, por supuesto que es posible- Le fascinaba la idea de congelar ese sitio, siempre deseo hacerlo, aunque no había tenido un buen impulso para ello.

Por ello se acercó hasta el otro, quedando a sus espaldas, tomándolo suavemente de la cintura para hacerlo retroceder un poco, cuando se percató de la forma que lo había sujetado se apartó, levemente sonrojado, claro que podía culpar al calor del lugar de eso. - Mejor será que te cubras bien Orfeo... hará mucho frío-

-Algo me dice que no he traído la ropa adecuada... -Susurra suavemente retrocediendo, sin notar del todo el agarre de hacía unos momentos. Retrocedió, dejando ver aquella luz azul en sus orbes color zafiro mientras aguardaba impaciente a poder hacer aquella pequeña travesura. Sus túnicas azules ondeaban al aire y sus cabellos plateados se dejaban sentir aquella brisa fresca que iba descendiendo.

Cuando sintió el vapor salir de sus labios, hizo un ruidito de emoción aferrando sus manos a la espalda de Boreas, sin embargo y a pesar de que las heladas ráfagas iban para otros lados, a los pocos minutos se encontraba temblando y con el rostro pálido y los labios morados. Entonces avanzó y se protegió en el cuerpo de Boreas temblando como un pequeño gato, mirando a su alrededor como las plantas se congelaban, quedando algunos residuos de vapor en el pasto que se cristalizaba y se convertía en hielo; dándole un paisaje de naturaleza invernal.

-Que... impresionante.- Observó volviéndose hacía aquel campo con una sonrisa juguetona y divertida, como la de un niño pequeño; olvidándose que tenía frío y que el lago estaba a punto de verse congelado; pero simplemente las pequeñas gotas de vapor vueltas hielo eran tan extrañas.