Recibiendo al viajero

Uno de sus ángeles le había comunicado que Helios estaba de vuelta, había pasado siglos lejos de su hogar en el olimpo para visitar Egipto y en todo aquel tiempo no había tenido noticias suyas. Siempre le había parecido un joven agradable, pero no lo conocía demasiado pues se fue allí siendo bastante pequeño, ahora que estaba de regreso se preguntó que buscaría en el olimpo, y le pareció buena idea hablar con él. Además siempre había sentido lugar por aquellas tierras lejanas que desconocía, el viajero debía estar lleno de interesantes historias que le podría contar. Deseoso de hablar con él le pidió al ángel que le dijera al recién llegado que lo esperara en la sala de banquetes, entre tanto el se preparaba para verlo.

No tardó más que una media hora y estuvo listo para recibir a su invitado, ataviado de blanco entró a la gran sala donde el joven era atendido por un par de ángeles que le ofrecían vino y comida. Dejaron todo servido y se retiraron al ver entrar al Padre de los Dioses quien le sonrió cálidamente al dios del sol y le hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo.

-Helios, tanto tiempo sin verte por estos lados del mundo, ¿Cómo ha estado tu viaje? –le preguntó con su habitual amabilidad y educación al hablar mientras le acercaba al joven Dios la fuente con toda clase de frutas para que tomara la que prefiriera.

El joven llegaba algo cansado del largo marcha que tubo que iniciar desde las entrañas del mundo hasta el cielo nuevamente.
Pero al llegar solo pudo soltar una expresión tal como < Llegue a casa >.

Sentía gran gentileza hacia el mayor por acogerlo así de nuevo con gran afecto, aunque como bien sabia, no se conocían mucho
Ambos se ocupaban de asuntos importantes de los cuales no se podía jugar o estar libre por un rato.

Helios venia vestido como siempre desde que vivía desde hacia siglos en aquellas tierras rodeadas de desiertos y dunas.
Unos pantalones anchos de delicada seda, tomados por los tobillos. Una seda tan fina que hacia débiles transparencias.
Pero estrechadas a su piel por la cintura.
Una piel sumamente morena, sin llegar a ser mas hosca, pero a su vez resplandeciente, con una pequeña aureola de luz a su alrededor de un débil tono rojizo.

De su rostro a parte de sus cabellos rodaros resaltaban unos ojos ambarinos, hacían adorno con los collares y joyería que completaban aquellas vestimentas tan arábigas como exóticas.
Fijo su sonrisa llena de travesura en el mayor, que al llegar hizo una profunda reverencia.

- ha sido una largar estancia, Zeus… Me satisface saber que me recibáis tan bien.-

El aspecto de Helios no había cambiado nada, estaba tal cual lo recordaba, con sus cabellos de ese color llamativo, y su piel siempre bronceada y perfecta no importaba la época del año. Su atractivo era indudable, pero lo que más le agradaba de aquel Dios era el calor suave que emanaba siempre de su cuerpo, su habilidad para controlar la temperatura le resultaba un Don verdaderamente maravilloso, pues volvía mucho más agradables situaciones de pena. Observó la amplia mesa donde los bocadillos estaban servidos y luego la frutera que el mismo sostenía esperando que el joven se sirviera.

-Vamos, come algo, debes estar cansado luego de tremenda travesía-lo animo esperando que tomara alguna frota o bebiera algo de vino, dejó el contenedor plateado a su lado y se sentó en una de las sillas cómodas junto el él, girándola un poco para poder verlo. Sus ropas eran llamativas y bonitas, bastante diferentes a las que estaba acostumbradas a ver, exóticas, producto del lugar donde el Dios había vivido todos esos años.

-Siempre serás bienvenido a mi hogar, Helios –respondió con sinceridad pues aunque nunca habían sido cercanos le tenía un tierno cariño. Deslizó una mano por los cabellos del muchacho, llevando los dedos después a su mejilla y al final a su nariz dándole un toquecito suave allí, como si de un niño se tratase. Pues así lo veía, su aspecto era tan juvenil que le parecía un niño inocente, y además estaba el detalle de que era mucho menor que él. Bueno, ¿quien no lo era? Zeus era uno de los Dioses más antiguos después de todo.

Tomó un racimo de uvas con una mano y con la que antes tocó al menor tomó uno de los frutos morados para separarlo de los demás y lo acerco a los labios del menor esperando que abriera la boca para tomar el pequeño presente. Una vez lo hizo tomo otra y la llevo a sus propios labios degustándola con calma.

En verdad se sentía como en casa, le trataba como a un niño pequeño
Pero quizás eso le agradaba y era lo que mas le reconfortaba y agradecía del mayor.
Recibirlo así, le agrado mucho.
Sonrió con debilidad y algo infantil, cuando el Dios, osó revolotear sus cabellos dorados ya de por si, revueltos.

Suspiro con cariño, y mas cuando aquella uva que el Zeus le ofrecía tan gentil tenia como meta entrar en su paladar.
Aprisiono la uva entre sus labios, ayudándose de una mano aunque luego la saco de su cavidad bucal y lamió la piel de la uva con mucho afán.

Para así degustar su textura, finalizando el movimiento, llevándosela nuevamente a la boca, delicioso manjar.
Después de comer, ya no querría mas, no traía hambre exactamente.
Miro al Dios mayor con su típica sonrisa aniñada e infantil, alentando en ella algo mas que su habitual travesura.

-OH!, Dios Zeus… Espero que no me estuvieseis echando de menos.. –
Rió con sutileza acomodándose en la silla, alcanzando con una mano una rojiza manzana que imponente parecía gemir que la cogiera y así lo hizo.
Degustándola al igual que la dulce uva.

-Ohh! Son tantas las cosas que mencionaría de aquel país, que obviamente no se por donde empezar… Pero te puedo decir que, es muy agradable y el clima me favorece..-

Alentó una sonrisa más, a sus suculentos labios.
Del menor no dejaba de radiar aquel tono rojizo de la aureola de luz, que no dañaba, al mismo tiempo que la sala del banquete tomaba un clima de grado perfecto y agradable.

Comió varias uvas, una tras otra, tomándose el tiempo de degustarlas a cada una, mientras el menor hacia lo propio con la manzana roja que había seleccionado de la fuente. No apartó la vista de él en ningún momento, le causaba algo de gracia su modo de lamer la cáscara de la fruta con su curiosa lengüita que parecía querer conocer todas las texturas y se movía ávida por el fruto succionando su sabor. Le parecía sinceramente adorable y un tanto erótica aquella forma de probar los frutos.

-Claro que te hemos extrañado por aquí-admitió sin reparos llevándose otra uva a la boca y saboreándola con tranquilidad mientras seguían esa singular conversación- ¿Tu has extrañado algo de este sitio? ¿Que motivo es el que te impulso a darnos nuevamente el placer de tenerte entre nosotros?

Sentía cierto curiosidad por ello, imaginaba Egipto como un lugar grandioso, diferente, exótico. Entendía perfectamente porque el dios del sol había partido hacia esas tierras lejanas, por lo mismo que él lo habría hecho si su responsabilidad en el olimpo no fuera tan grande: curiosidad. Le envidiaba el poder viajar, conocer sitios diferentes y no por eso descuidar su trabajo, pero lo que si no comprendía del todo era porque había vuelto a su antiguo hogar, alguna razón debía tener.

Sus sonrisas eran pícaras y divertidas, por lo que él le respondió el gesto con cierta complicidad, como jugando, antes de volver a comer otra uva, ese joven tenía aquella chispa que lo divertía. El ambiente además se notaba caldeado y a gusto, se notaba la presencia de Helios en la sala, pues nadie más podía lograr ese equilibrio perfecto en un ambiente, a pesar de que aquel no era un sitio frío, la temperatura ahora era perfecta.

La lengua del menor toco y rozo aquella suave piel de la fruta, llegando a rozar más de esta para así fundirla con sus labios, sumamente tranquilo y sin molestia
Se sentía como siempre que estaba allí; en su casa.

Con mucha delicadeza subió la vista hasta depositarla en los ojos contrarios.
Sus orbes amarillentos con pequeños destellos cobrizos, reflejando las contrarias y observando así como al igual el otro le observaba sin más.

Dio un suculento mordisco a la fruta, degustándola con placer, asintiendo a las palabras dichas por el Dios mayor.
Para cuando termino de comer, responder a sus preguntas.

-ah, si… si… veamos, vine de nuevo al Olimpo porque me siento bien entre vosotros, en cuando a Egipto… no me salio como planeaba, y allí la gente se comenzó a aprovechar de asuntos…. –

no termina de hablar, pues agacha la cabeza tristonamente. Dejando la fruta entre sus manos.
No le agradaba mucho aquella conversación y por aquello decidió cambiar de tema, volviendo su rostro nuevamente al del contrario.

-dígame… ¿que hicisteis en mi ausencia?......-

El joven, al contrario que otros Dioses, tenía aquel curioso atrevimiento de verle a los ojos, tal vez debería molestarle o causarle cierta incomodidad pero lo cierta era que por el contrario le gustaba aquella extraña confidencia que crecía entre ellos, más que por la ligera conversación que mantenían por aquellas confluencias en sus miradas en las que los ojos de ambos se unían por algunos momentos hasta que uno decidía apartar la vista, cohibido por alguna razón por la mirada ajena. Los ojos e Helios sin duda tenían algo de atrayente, hipnotizante, que lo instaban s no dejar de mirarlos cuando posaba su vista en los suyos. Aquel era un contacto íntimo, más que tal vez ora clase de contactos, pues por medio de los ojos podía verse mucho más de un ser que con escucharle o tocarle.

Cuando comenzó a hablar de su estadía de Egipto pareció oscurecérsele la mirada, y apagarse su semblante, turbado por alguna pena que lo dañaba en sus recuerdos y por la cual decidió no preguntar. Cuando el menor desvió el tema de conversación tomo con gusto ese camino para no insistir sobre el asunto anterior que parecía perturbar al joven Dios del sol.

Sus ojos reanudaron el contacto con él cuando lo volvió a mirar y sonrió ante su pregunta, dejando sus manos descansar sobre sus piernas ya sin mas apetito pues había comido suficiente. –Trabajo, ya sabes lo de siempre…-no había mucho interesante que contar, a pesar del paso del tiempo, su vida estaba sumergida en aquella rutina que hacían ver a todos los días prácticamente iguales, algunos podían destacarse por algún buen encuentro, o alguna buena noticia, pero eran contados con los dedos de las manos. –Espero que podamos disfrutar de tu compañía por un largo tiempo-agregó con suavidad, completamente sincero con ese comentario.

-No sé cuanto tiempo estaré en vuestra casa, Zeus… Pero seguro que mi estancia aquí será como el tiempo pasado en mi infancia, tranquilo…-

Callé un segundo al oírle decir su trabajo, dejando ya la comida de lado, dirigió sus manos por sus muslos como si intentase arreglar la finísima tela semitransparente de sus anchos pantalones, una tela que realmente dejaba translucir su hermosa piel ceñida y cobriza que relucía por su aureola de luz, y su calidez con un pequeño brillo reflejado.

-Ah, ambos tenemos un trabajo rudimentario, pero no me puedo quejar, es muy hermoso ver el mundo desde tan alto y en cuestión de horas… Aunque aquello no me deje detener mi vista en todos los rincones-

Rió algo tímido pues era cierto, tan rutinario era su trabajo como el del Dios mayor. Sin embargo jamás se quejaría de aquel hermoso puesto en el que le otorgaba dar de su magnifico poder a la humanidad.

Esas delicadas manos subieron y bajaron por sus muslos, redondeándolas, pero al final terminaron por posarse en la mesa, sentía la penetrante mirada de Zeus, como si explorase su piel con solo mirarle…
Hacia mucho tiempo que nadie le miraba tan detenidamente como lo hacia el adulto.

Aquel movimiento de sus manos llamó su atención, e inevitablemente sus ojos los siguieron viendo como acariciaban sus muslos arreglando la prenda finísima que llevaba que traslucía sus perfectas y bien formadas piernas. Helios había crecido, o recordaba como un adolescente divertido y alegre, pero ahora ya había dejado de ser ese niño bonito al que le tenía bastante cariño, tal vez en aquel tiempo de ausencia se había transformado en un hombre. Regresó sus ojos claros al rostro del muchacho, pero la expresión de él eras la misma, esa inocencia y dulzura irreprochables seguían allí, intactos, imperturbables a pesar del paso del tiempo. Estar con Helios era como vivir aún en el pasado, un tiempo que en muchas cosas era mejor que el actual sin duda.

-Tu trabajo, al igual que el mío, es básico pero fundamental, ¿Qué sería de los mortales si no calentaras sus días con tus cálidos rayos? Te necesitan, eres fundamental para la vida de muchos, y eso es maravilloso –le dedico una de sus arrebatadoras sonrisas, no lo hacía con segundas intenciones, pero era seductor por naturaleza, se lo propusiera o no. Por un momento pensó que tal vez a Helios le molestara que lo mirara tan fijamente, después de todo no había tanta confianza entre ellos, nunca la había habido.

-Bueno, ya sabes, puedes quedarte aquí el tiempo que desees y cualquier cosa que necesites házmelo saber –se levantó dando aquella pequeña conversación por finalizada, pues se sintió repentinamente turbado quien sabe porque pensamientos.