{ Contemplando sus memorias }

El día aun ni siquiera iniciaba completamente y... los servicios brindados por el inframundo ya estaban abriendo sus puertas a los moribundos que deseaban infinitamente ser juzgados por el Dios de las sombras, como se dice... la muerte no tiene descanso y a consecuencia ellos tampoco, maravilloso para su persona estar afanoso en las oscuras obras del averno.

Admiraba esa parte del servicio a los caidos, sin lugar a dudas un entretenimiento sin igual ante sus ojos. Permanecía estático ante la entrada de los nuevos al Erbo, ese pequeño paso previó al juicio importante. Había estado observando desde el inicio en que los muertos bebian del agua del Mnemósine, padeciendo por el transtorno que sus maliciosas y agonizantes memorias. Aquella sonrisa indeleble de su rostro permanecía constante, agradecía a sobre manera los sufridos lamentos de esos seres; el demonio, disfrutaba del espéctaculo. Colocado en primera fila desde el preludio y deseaba permanecer allí hasta el acto final.

Era divertido, y se dejaba notar su gozo ante las pequeñas risillas que salian de entre sus labios al estar de oteador - no le parece magnífico, mi señor, Hades sama - musitó de manera tranquila y educada,, reverenciando con un leve movimiento de su rostro, desviando su mirada por encima de su hombro localizando a la divinidad inmediatamente.

Podría decirse que rara vez era un observador en aquella curiosa selección, delegando a sus ayudantes y sirvientes a decidir, con el buen juicio impartido previamente, que castigo o que penitencia debían cumplir las almas por los pecados cometidos en su vida mortal. Rara era la vez en la que uno de aquellos infelices cruzada a los campos Eliseos y el que las almas de los mortales le viesen, a veces creaban mas complicaciones que de cuando estaban solos sin su presencia.

Se posó a un lado de Minos, tomando asiento en su trono de Ónix y Obsidiana, piedras por su particularidad negras, pero sumamente cómodas y frías. Su curiosidad se centraba en ver como Minos llevaba a cabo la selección de las almas, como repartía las penitencias y su ingerencia para aquellas que podían serle de utilidad.

Los siguientes en ser juzgados era una mujer que había asesinado a su hijo que estaba malformado, un mendigo que fue muerto al robar un trozo de pan, mismo con el que se ahogo -robado por supuesto, de su templo- y por último, un soldado que había enviado a matar a una aldea de rebeldes, misma que quedó destruida.

-Imparte sabiamente tu justicia, hijo mío.

Aun le dedicaba aquella tranquila mirada a su señor, con esa indiferente sonrisa en su rostro que ahora 'mostraba' hacia el Dios del inframundo sumo respeto en su vago significado; él, sabia perfectamente que ese ser de las tinieblas comprendia perfectamente esas expresiones que le mostraba, después de todo... siempre resulta más sincero con ese su superior y en pocas palabras amo.

- Para mi es un placer, escuchar el ánimo que me brinda; Hades sama - inquirió, acontesiendo que con un leve movimiento se encontraba de pie, cruzado de brazos mirando directamente hacia los lagos de las memorias, no hacia falta se acercara a juzgarles el mismo directamente; sus pecados eran ya muy bien conocidos y serian juzgados plenamente por aquellos súbditos de su legión.

Volvió su vista al de oscura cabellera, mirandole apasible - mi señor - balbuceó por lo bajo, no había necesidad de hablar de una manera más entonada pues estaban relativamente a unos pocos pasos de distancia - estás almas sacrílegas, están rendidas a sus pies - encaró bajando levemente su rostro - digame en que más podre servirle, Hades sama - añadió, elevando solamente su mirada, encauzando su mirada sobre la divina figura del oscuro - no es común tenerle en esta parte del averno - agregó recobrando su postura y tomando una corta distancia del otro.

Escucho aquellos halagos y una sonrisa se dibujo suavemente en su rostro. Minos era demasiado astuto o demasiado zalamero, pues por unos segundos le había distraído de aquellos a quién había ido a mirar. Sin embargo, su atención se centró en dos problemas que ponían su justicia en un hilo considerablemente fino y de la cual no comprendía el entendimiento humano de los dioses.

Sin embargo, el espectáculo se cernía en cuatro niños y un anciano que llegaban amarrados los cuatro entre cadenas y grilletes, que eran pinchados y latigueados por demonios, quienes les tiraban el cabello y lanzaban chillidos ante los rugidos de Cervero.

-Como verás, me encuentro aquí por un asunto muy particular. Ese anciano que ves allí, ha pedido comida a cambio de su alma; algo muy insignificante, pero que aumenta en demasía su valor, ya que dicho anciano iba a morir por inanición. Sin embargo, la última pieza de pan la ha cedido a estos cuatro niños, que más que satisfacer su apetito; les ha causado mas ansias, y ahora que se ha terminado el alimento, se rehúsa a pagar viéndose nuevamente con vida y tras haber ayudado a esos niños.- Le observó con fijeza, esperando una respuesta interesante, más que justa y por supuesto; inteligente- ¿A quién cobramos entonces ese pacto? ¿Nos quedamos con 4 esclavos que tienen la 4ta parte de su alma vendida? Con el anciano? O se anula el contrato?

Permanecio a esa corta distancia del Dios de los infiernos, dirigiendo su mirada hacia donde su señor había indicado con tan solo su mirada, noto a los pequeños junto al anciano siendo hostigados por demonios de menor rango, suspiro y escucho de manera atenta las palabras que iban siendo soltadas por Hades. Devolvió su vista hacia el de oscura cabellera, meditando ante lo que le cuestionaba, pero no había expresión alguna en su rostro.

- El anciano es el culpable de que los pequeños esten dentro de este dilema - musito por lo bajo, hablando consigo mismo aunque consiente de que su señor le escucharía de una manera atenta durante todo momento - hablando justamente, no les cedio el pan obrando de mala manera... o eso quisiera creer - sonrió ligeramente; volviendo su vista hacia aquellos cuatro sujetos encadenados, y seguidamente quedo al borde del precipicio donde se encontraba junto con su Dios - ... - quedó sin decir nada más por un pequeño lapso; elevo una de sus manos y llevo la otra a la altura de su cintura y usando la mano que tenía al aire chasqueó sus dedos, deteniendo inmediatamente el tiempo dentro del averno, tan solo seguían concientes su señor y el mismo.

- ¿le parecería justo mi señor, que los pequeños decidan que hacer con el anciano? - cuestiono, mirando por encima de su hombro a la divinidad - pero... - musitó - dependiendo de la respuesta que den, les juzgaré adecuadamente - terminó, esperando las palabras que fuera a soltar Hades.

-Encierra al anciano en una de las mazmorras y entrégale el pan que se ha negado a comer, avisándole que si come ese pan su alma me pertenecerá; aún no sabe que está muerto y sentirá esos deseos fisiológicos de su cuerpo por lo que tarde o temprano acabará comiéndolo... en cuanto a los niños, una cuarta parte de sus almas nos pertenece, así que propónles alimento y choza el resto de sus vidas.- Reafirmó con semblante seco y sumamente frío, pero la voz mas cruel y perversamente divertida se escuchaba en su acento- asegúrate de que se encuentren en el coliseo a los 16 años o bien; que la peste que atacará Atenas llegue primero a las chozas de los sembradores. Su cordón de plata no es muy largo, así habremos hecho 4 almas sin que esos estúpidos ángeles de Zeus puedan interponerse.

Observaba en uno de aquellos chicos un cuerpo fornido, detallado y hermoso. Gustaba de usar aquellos cuerpos para crear marionetas animadas a las cuales enviaba a robar detalles o con las que ponía a jugar a las doncellas del pueblo; entonces cuando se metían en problemas, todos reparaban en que habían muerto días anteriores, lo que causaba un caos muy divertido. Sin embargo, utilizaría ese cuerpo para atraer nuevamente a sus pequeños peones. El ángel de nombre Suny era uno de ellos, el dios menor del Sueño; desde que Hipnos le traicionase para ayudar a Zeus y por supuesto; el pequeño Orfeo. Ya que con las movidas adecuadas, podría comenzar a sembrar cizaña y malos entendidos que llevasen a separar a Zeus de sus ángeles, destrozar la unión de estos y su familia; así se encontrarían llenos de resentimiento para cuando él diese el golpe final.