Zeus dormía placidamente en su habitación, la noche anterior se había celebrado una gran fiesta en el olimpo, había sido realmente divertido, bebió y rió con el resto de los dioses, Apolo los deleitó con su lira, y Dioniso bebió a su lado, había sido maravilloso, pero ahora sólo deseaba dormir un poco antes de levantarse para comenzar otro largo día de obligaciones. Estaba acurrucado ente las sabanas limpias de la cama amplia, sin que le molestara la luz que se filtraba del exterior, o las nubes que cada tanto entraban por las ventanas. Su sueño solía ser profundo, al menos cuando le pedía a Hipnos que le ayudara a sumirse en él, pues sino le costaba mucho trabajo aquietar la mente para poder huir al mundo de las fantasías. Tenía muchas cosas en que pensar, demasiadas, y su mente no descansaba en ningún momento del día, por eso cuando el dios Hipnos le daba el regalo del seño reparador estaba profundamente agradecido.
Pero la presencia de un angelito lo despertó de aquel maravilloso sueño y le hizo abrir lentamente los ojos, aguzo el oído y se dedico a percibir los sonidos de la ropa del pequeño cuando este se movía, rozándose contra su cuerpecito delgado. Se incorporó lento y con parcimonia se llevo su cabello dorado hacia atrás y fijo sus profundos y antiguos ojos azules en el angelito que estaba en medio de la sala abrazado a la traviesa nubecita rosada que se retorcía un poco buscando huir. Se lo veía algo nervioso, ¿asustado? Pero sus creaciones no le temían, el amaba a todas ellas, y jamás les haría daño alguno.
Sonrió con suavidad y se talló un ojo aún con cierta pereza, y su voz sonó suave pero con algo de modorra. –Buenos días Suny, ¿jugando por aquí tan temprano? –se cubrió la boca escondiendo un bostezo inevitable.